Era un año en el calendario desde la última vez que él frunció su entrecejo con molestia y arrugó su pequeña nariz cuando sus pálidas mejillas se tintaron de rosa cuando él le regaló un chocolate para San Valentín, día que decidieron pasar juntos porque eso harían los mejores amigos solteros.

>> Te he dicho que odio los dulces, mocoso cursi <<

<< Por eso te compré de chocolate amargo, hyung >>

Se lo comió junto a él con otras golosinas más, y miraron películas viejas de terror en su casa. La de la araña zombie había sido la favorita de ambos.

Había sido un año... había... sido un año.

Él se marchó hace un año. Sin decirle adiós de la manera que hacía cada vez que se volvía a Seúl. Sin darle razón del por qué no le había sonreído por la ventana como siempre. Sin mirar atrás, como siempre hacía cuando pasaba por las ventanas del tren. Y Jimin creyó estar paranoico, que imaginaba cosas donde no las había.

Pero... no era su paranoia.

Nunca más volvieron a contactarse. Jamás regresó desde esa tarde. Él cambió su número, y Jimin lo supo tras las cuatrocientas treinta y dos llamadas que hizo que jamás fueron contestadas; hasta que una contestadora automática lo hizo, dando aviso que ese número estaba en desuso. Su cuenta en aquel juego online donde se habían conocido también fue desactivada, y a pesar de que se quedaba cada noche hasta altas horas esperando en su viejo chat, el estado del perfil jamás volvió a estar 'en línea'.

Le dolió, lo lastimó, por supuesto que sí. ¿Cómo pretendes dejar un buen gusto en la boca de alguien si te desapareces de su vida de la noche a la mañana? Jimin sólo sentía la amargura del bilis en su garganta desde ese día porque se culpaba a cada minuto sobre algo de lo que no tenía ni la más mínima idea.

Nadie sabía de su paradero, mucho menos su familia en Daegu, quien no dijeron más que él era bastante mayor y se hacía responsable de su accionar.

Jimin por primera vez sintió el deseo de insultar a la madre del mayor, cuando ella no tenía ni la mínima culpa que este se hubiese desaparecido del mapa sin decirle a nadie.

Porque, al fin y al cabo, tenía razón. Él ya era bastante mayor.

El nudo en su garganta se incrementó ante ese simple pensamiento. Ese recordatorio que cada día, desde su partida, se repetía como un mantra cuando algo le recordaba a él.

Y es que él ya era un universitario, mientras que Jimin aún no salía de secundaria. Se habían conocido por internet por un juego online, y todo fue demasiado rápido para siquiera tomarle el tiempo con los dedos.

Para cuando quería darse cuenta, él ya estaba ahí, en esa misma banqueta garabateada con tinta indeleble, en ese mismo parque la tarde de su cumpleaños número dieciséis luego de meses llenos de mensajes y llamadas de voz, esperándolo.

Se había escapado de la gran orquesta que su familia se había armado, con familiares que el menor ni podía dar por hecho que alguna vez en su vida había visto, y se agobió muchísimo porque tan sólo estaba cumpliendo dieciséis y estaban haciendo demasiado alboroto para su gusto.

Gracias a uno de sus primos, logró escabullirse tras recibir un mensaje extraño del mayor, diciendo que sí podía ir al parque Dongbaek, exactamente en media hora.

Jimin jura haberse desgarrado alguna cuerda vocal cuando gritó a mitad de corrida que se estaba echando en dirección a aquel parque que estaba a unas diez calles de su casa.

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