El doctor Sabelotodo

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Érase una vez un pobre labrador, llamado Cangrejo. Un día fue a la ciudad, guiando una carreta de bueyes cargada de leña, y la vendió a un doctor por dos ducados. Éste le pagó mientras estaba sentado a la mesa; y, viendo el leñador lo bien que comía y bebía, entróle envidia y pensó que también él quisiera ser doctor.

Permaneció unos momentos indeciso y, al cabo, preguntó si no podría ser él doctor.

—¡Ya lo creo! —respondióle el otro—. Nada más fácil.

—¿Qué debo hacer, pues? —inquirió el campesino.

—Ante todo, te compras una cartilla de esas que tienen pintado un gallo; en segundo lugar, vendes tu carreta y los bueyes y, con lo que saques, te compras vestidos y las demás cosas propias del oficio de doctor; y, finalmente, te mandas pintar un rótulo que diga: «Soy el doctor Sabelotodo», y lo clavas en la puerta de tu casa.

El campesino lo hizo todo al pie de la letra. Y he aquí que cuando ya llevaba ejerciendo una temporadita, no muy larga, a un gran señor le robaron una cantidad de dinero. Como alguien le hablara de un cierto doctor Sabelotodo, que vivía en tal y cual pueblo, y que seguramente sabría dónde estaba el dinero robado, mandó enganchar el coche, se fue a aquel pueblo, presentóse en su casa y le preguntó si era el doctor Sabelotodo.

Así era, en efecto. Entonces le rogó que se fuese con él para recuperar el dinero sustraído.

—Muy bien, pero a condición de que me acompañe Margarita, mi mujer.

Accedió el señor y, subiendo el matrimonio al coche, se pusieron en camino.

Al llegar al palacio señorial estaba la mesa puesta, y el señor lo invitó, ante todo, a comer.

—Muy bien, pero con Margarita, mi mujer —dijo él, y se sentaron los tres a la mesa.

Al entrar el primer criado con una fuente llena de suculentas viandas, el campesino dio con el codo a su mujer y le dijo:

—Margarita, éste es el primero —significando que era el que servía el primer plato.

Pero el criado entendió: «Éste es el primer ladrón», y como en realidad lo era entróle miedo, y al salir dijo a sus compañeros:

—Este doctor lo sabe todo; mal lo pasaremos. Ha dicho que yo soy el primero.

El segundo se resistía a entrar; pero no tuvo otro remedio, y al comparecer con su fuente el campesino, dando otro codazo a su mujer, dijo:

—Margarita, éste es el segundo.

El camarero, atemorizado, procuró escurrirse lo antes posible. No le fue mejor al tercero, pues al verlo, repitió el campesino:

—Margarita, ahí va el tercero.

El cuarto criado traía una fuente tapada, y el señor de la casa dijo al doctor que debía demostrar su ciencia acertando lo que contenía aquella fuente.

El hombre miró el plato y, no sabiendo qué responder, exclamó:

—¡Pobre Cangrejo!

Y como resultó que en efecto eran cangrejos, al oírlo el dueño dijo maravillado:

—¡Lo sabe! Entonces sabrá también quién tiene el dinero.

Al doméstico entróle un pánico enorme y guiñó el ojo al doctor, haciéndole señal de que saliera.

Cuando estuvo fuera del comedor, los cuatro le confesaron que habían robado el dinero, pero que estaban dispuestos a restituirlo y, encima, a pagarle una cuantiosa suma si se comprometía a no descubrirlos, pues les iba la cabeza en el asunto.

Lo condujeron también al lugar donde habían escondido la cantidad robada y el doctor, declarándose conforme, volvió al comedor y sentándose a la mesa dijo:

—Señor, ahora consultaré mi libro para saber dónde se halla el dinero.

Pero el quinto criado se ocultó en la chimenea para oír lo que decía, por si acaso supiera más cosas aún.

El hombre se sentó, abrió su cartilla y la estuvo hojeando en busca del gallo; pero tardaba en encontrarlo, y exclamó:

—Estás ahí dentro y no tendrás más remedio que salir.

Creyó el de la chimenea que se refería a él y, saliendo asustadísimo, gritó:

—¡Este hombre lo sabe todo!

Indicó entonces el doctor al dueño el lugar donde se encontraba la suma sustraída, sin decirle quién era el autor del robo y, así, recibió una buena remuneración por ambas partes ganando con ello fama de hombre de gran saber.

Cuentos de los hermanos GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora