Juanito y Margarita (Hansel y Gretel)

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Junto a un bosque muy grande vivía un pobre leñador con su mujer y dos hijos; el niño se llamaba Juanito, y la niña, Margarita. Apenas tenían qué comer, y en una época de carestía que sufrió el país, llegó un momento en que el hombre ni siquiera podía ganarse el pan de cada día.

Estaba el leñador una noche en la cama, cavilando y revolviéndose, sin que las preocupaciones le dejaran pegar el ojo; finalmente, dijo suspirando a su mujer:

—¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo alimentar a los pobres pequeños, puesto que nada nos queda?

—Se me ocurre una cosa —respondió ella—. Mañana, de madrugada, nos llevaremos a los niños a lo más espeso del bosque, les encenderemos un fuego, les daremos un pedacito de pan y luego los dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no sabrán encontrar el camino de vuelta, nos libraremos de ellos.

—¡Por Dios, mujer! —replicó el hombre—. Eso no lo hago yo. ¡Cómo voy a cargar sobre mí el abandonar a mis hijos en el bosque! No tardarían en ser destrozados por las fieras.

—¡No seas necio! —exclamó ella—. ¿Quieres, pues, que nos muramos de hambre los cuatro? ¡Ya puedes ponerte a aserrar las tablas de los ataúdes!

Y no cesó de importunarlo hasta que el hombre accedió.

—Pero me dan mucha lástima —decía.

Los dos hermanitos, a quienes el hambre mantenía siempre desvelados, oyeron lo que su madrastra aconsejaba a su padre.

Margarita, entre amargas lágrimas, dijo a Juanito:

—¡Ahora sí que estamos perdidos!

—No llores, Margarita —la consoló el niño—, y no te aflijas, que yo me las arreglaré para salir del paso.Y cuando los viejos estuvieron dormidos, levantóse, púsose la chaquetita y salió a la calle por la puerta trasera.

Brillaba una luna esplendorosa, y los blancos guijarros que estaban en el suelo delante de la casa relucían como plata pura. Juanito los fue recogiendo hasta que no le cupieron más en los bolsillos.

De vuelta a su cuarto, dijo a Margarita:

—Nada temas, hermanita, y duerme tranquila; Dios no nos abandonará.

Y se acostó de nuevo.

A las primeras luces del día, antes aún de que saliera el sol, la mujer fue a llamar a los niños:

—¡Vamos, holgazanes, levantaos! Hemos de ir al bosque por leña —y dando a cada uno un pedacito de pan, les advirtió—. Ahí tenéis esto para mediodía; pero no os lo comáis antes, pues no os daré más.

Margarita se puso el pan debajo del delantal, porque Juanito llevaba los bolsillos llenos de piedras, y emprendieron los cuatro el camino del bosque.

Al cabo de un ratito de andar, Juanito se detenía de cuando en cuando para volverse a mirar hacia la casa. Dijo el padre:

—Juanito, no te quedes rezagado mirando atrás; ¡atención, piernas vivas!

—Es que miro el gatito blanco, que desde el tejado me está diciendo adiós —respondió el niño.

Y replicó la mujer:

—Tonto, no es el gato, sino el sol de la mañana que se refleja en la chimenea.

Pero lo que estaba haciendo Juanito no era mirar el gato, sino ir echando blancas piedrecitas que sacaba del bolsillo a lo largo del camino.

Cuando estuvieron en medio del bosque dijo el padre:

—Recoged ahora leña, pequeños; os encenderé un fuego para que no tengáis frío.

Juanito y Margarita reunieron un buen montón de leña menuda. Prepararon una hoguera, y cuando ya ardió con viva llama, dijo la mujer:

Cuentos de los hermanos GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora