«Es lo mejor»

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El fin de semana había acabado, y Alfred no había vuelto a hablar con Arthur. Después de aquella pequeña charla, Arthur evitaba al americano cada vez que le veía. Incluso, les pedía a otras personas que le dijesen cosas de su parte. Y todo porque a Alfred se le había escapado lo que sentía por él.

Alfred al principio no se había dado cuenta de lo que le había dicho, fue después, cuando se lo contó a Antonio, que se dio cuenta de sus palabras. Ahora se arrepentía, tampoco sabía cómo afrontar la situación. Todo lo que había querido evitar por todos esos años se estaba volviendo realidad y no lo podía evitar.

—Antonio, ¿qué debo hacer ahora? Lo he jodido todo... —le preguntó mientras se llevaba un bocado de su hamburguesa a la boca—. No creí que fuese a decir eso, y yo no quería realmente. Simplemente se me escapó...

—Lo que me extraña es que no se te escapase antes, Alfred. Tarde o temprano se lo terminarías diciendo. Ahora no puedes hacer nada, todo depende de cómo reaccione Arthur a tus palabras. Tú ya hiciste lo tuyo, ahora le toca a él —respondió, encogiéndose un poco de brazos.

—Dude, a veces me sorprende cuando hablas. Parece como si realmente supieses de estas cosas, cuando realmente no tienes ni idea y solo dices lo primero que se te viene a la mente sin pensar si te estás contradiciendo —comentó soltando una risa.

—Puede ser que sea cierto, pero te hago reír cuando o necesitas —dijo con su típica sonrisa.

—Gracias, bro. Eres un gran amigo —dijo con una sonrisa y Antonio le dio unas palmaditas en la espalda.

—Hablando del rey de Roma, por ahí llega Arthur —informó, el español, tensando al rubio.

Arthur había entrado en la cafetería de la escuela con su comida buscando un sitio con sus ojos verdes esmeraldas. Sin embargo, su mirada se pausó por unos segundos en el americano que le miraba. Sus mejillas se pusieron rojas y pasó de largo para sentarse a varias mesas de distancia.

—Parece como si te acabasen de matar —comentó, Antonio, al ver la expresión que había puesto Alfred en ese momento.

—Casi lo han hecho... —murmuró, mientras seguía viendo al inglés, el cual ahora comía con aquel francés.

—Venga, no te sigas torturando. Piensa en esto como una señal para pasar página —le dijo dándole una palmada en el brazo de forma amistosa.

—Supongo que tienes razón... Pero aun así... —murmuró y bajo la mirada a su comida.

—Solo hay que esperar a que todo fluya —dijo haciendo un poco el estúpido para hacer reír al americano.

—Supongo...

La hora de la comida y las clases habían terminado por aquel día. Arthur como la otra vez había ignorado al joven americano todo el día. Aunque, Alfred también lo había hecho: ahora se quedaba escondido en un lugar de la escuela para no coincidir con el inglés en el camino de vuelta a casa.

«Esto es una mierda...» pensó, Alfred, mientras escondía su rostro entre sus rodillas. Se había quedado en las gradas de la pista de fútbol, solo, o eso creía.

Bonjour, ¿Qué haces tú aquí solo? —preguntó, el francés, mientras se sentaba al lado del americano.

Alfred se tensó y elevó su cabeza de golpe. La sangre se le aceleró por un momento y se quedó paralizado sin saber cómo reaccionar.

—¿Alfred? ¿Acaso te ha comido la lengua el gato? —preguntó entre risas, Francis.

Sin embargo, el estadounidense continuó sin decir nada. Se levantó rápido de su sitio y salió corriendo de allí con su mochil entre sus manos. No sabía muy bien porqué había hecho eso, pero fue la única orden a la que su cuerpo obedeció.

—¿Qué demonios le ocurre? —se preguntó, el francés, extrañado y sin entender mucho la reacción de Alfred se fue a la sala del consejo estudiantil donde tenía que entregarle unos papeles al vicepresidente.

Sin importarle el resto del mundo, Alfred continuó corriendo hasta su casa, pero por estúpido terminó golpeándose con la persona con la que menos quería coincidir.

—¡¿Qué se supone que haces, gilipollas?! ¡Mira por donde caminas! —gritó, aquel inglés, que era su vecina y crush.

Alfred se quedó mirándole con sus ojos bien abiertos mientras sus gafas comenzaban a caer por el puente de la nariz. No se podía creer en la incómoda situación en la que se encontraba con Arthur tirado en el suelo entre sus brazos y debajo suya.

—L-Lo siento, Arthur... —respondió, tímidamente, pero no se movió ni un poco. No porque no quisiese, sino porque su cuerpo no reaccionaba.

—A-Alfred... —musitó, el inglés, y sus mejillas se coloraron por completo, y Alfred casi podía afirmar que se había puesto a temblar.

—L-Lo siento, no era mi intención caer encima de ti —respondió con las mejillas igual de rojas que el otro.

—N-No pasa nada... Pero ¿podrías levantarte, por favor? —preguntó mientras desviaba la mirada.

El americano tardó un poco en reaccionar, pero terminó levantándose y ayudó a levantarse al inglés. Cuando ambos estaban de pie, uno frente al otro, un silencio muy incómodo se formó. Ninguno sabía que decir y, aún encima, estaban también completamente solos en la calle.

—C-Creo que es mejor que me vaya ya a casa... —dijo, nervioso, Alfred, y comenzó a caminar. Mas, una mano le agarró del abrigo y le detuvo.

—Quiero hablar contigo, Alfred... —le dijo con un hilo de voz. El americano se quedó petrificado y no pudo ni siquiera pensar en huir—. Es sobre el otro día... Lo que me dijiste... —ahí, si fue cuando Alfred reaccionó.

No quería ser rechazado. Sabía que Arthur no le amaba, lo sabía perfectamente, pero no quería oírlo de su boca. Llevaba huyendo de esto, inconscientemente, durante tantos años. Se había convencido a su mismo de que era lo mejor no decirle nada, que solo quería ver su felicidad, aunque fuese con otro por mucho que él sufriese. Y ahora, se veía en aquella escena que siempre evitaba en las películas románticas.

—No hace falta, Arthur. Mejor olvídalo —dijo, muy a su pesar, causándose un gran dolor a sí mismo en su corazón. Intentó librarse del agarre, pero no lo consiguió.

—Sí, sí hace falta, Alfred. No puedo dejar pasar aquello. Así que escúchame, por favor —pidió, pero el americano hizo oídos sordos.

—Yo sí, Arthur, olvídalo y sé feliz con Francis. Es lo mejor para todos —contestó, sintiendo como se le formaba un nudo en la garganta y sus ojos comenzaban a aguarse.

—¿Qué? ¿A qué viene Francis a todo esto? Espera... Alfred, estás malentendiendo todo. Deja que me explique para que puedas entender todo —insistió, el inglés, pero el rubio seguía sin hacer caso.

—No estoy malentendiendo nada, Arthur. Dejémoslo así. Olvidémonos de todo y continuemos siendo solo amigos y vecinos —sonrió como pudo a pesar de que se estaba destrozando por dentro.

—No, Alfred, no. Espérate —suplicó, pero el americano se separó de él usando su fuerza para que le soltase el abrigo.

—Es lo mejor, Arthur, es lo mejor —respondió, y sin poder evitarlo, las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas mientras se iba a su casa.

Se encerró en su habitación, sin importar los gritos de preocupación de su familia por las lágrimas de su hijo y hermano. Pero hizo caso omiso y se encerró en su habitación sin importarle nada más. En su mente solo se repetían unas pocas palabras: "es lo mejor".

Christams love [UsUk/UkUs]Where stories live. Discover now