V - Aleska Erickson

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Octubre de 2007

Se la llevaron un día martes. Entre la algarabía de una adopción y los ruidos normales de aquella vieja casa su mente se perdía en los recovecos del amplio dormitorio con tres camas, ahora una vacía.

No se despidió. A sus seis años de edad entendía que sería hipócrita celebrar algo que no le causaba ni el más mínimo asomo de alegría.

No es que pensara que ella no se merecía una familia, es solo que en el tiempo que llevaba allí se había acostumbrado tanto a su brillante presencia que ahora, sin ella, todo parecía un tono más opaco.

Había perdido tantas cosas en los últimos años que él solo asumir que una más escapaba de su lado le causaba un dolor casi físico. Pareciera que lo único real en su vida, lo único realmente suyo era aquel anciano oso que ahora descansaba a su lado.

En cierta manera lo sintió como una traición. ¿Acaso no eran una familia? ¿No eran hermanos de alcoba como siempre decía entre risas cuando Kay se quejaba de su boche? Tienes que soportarme Kay, soy tu hermana de alcoba, al igual que Tony... somos los trillizos terror. Pero ahora no eran trillizos, con suerte alcanzaban a ser dos niños solitarios en una pieza de repente demasiado grande.

Kayden si la había ido a despedir, moqueando y llorando como solo un niño de siete años puede hacerlo. La señora Elena, a la cual había dejado de llamar señora-mamá después de un par de meses en el orfanato, había intentado por todos los medios llevarlo con Aleska para que se despidiera. Pero ¿para qué? ¿Para ver nuevamente como una de las personas a las que amaba era alejada de su lado? ¿Para ver en los ojos azules, el cabello casi blanco y el rostro élfico la felicidad de tener una familia? No, él estaba bien en su cuarto, solo.

Tomo a Teddy entre sus brazos sosteniéndolo con fuerza, intentando contener a través de ese abrazo todo el dolor que sentía. De manera silenciosa comenzó a llorar ocultando su rostro en el suave pelaje de su oso.

No quería sufrir más. No quería seguir queriendo a la gente para después perderla. No quería entregar su corazón para recibirlo sucio y maltratado después.

De alguna forma, sabía que la adopción de Aleska era una separación definitiva de ellos. Otro niño había sido adoptado en el tiempo que llevaba en el orfanato. No habían vuelto a saber de él. La señora Elena les había explicado que haberes las familias se llevaban al niño muy lejos, o que la emoción de tener una nueva familia los distraía lo suficiente para olvidar escribir cartas o llamar.

Anthony sabía mejor. Sabía que el cambio de vida era definitivo. O te quedabas en el orfanato o aceptabas tu nueva vida. No existía la mezcla. No existía la alegría de mantener ambos mundos. La gente tiende a alejarse de aquello que le recuerda la realidad, de aquello que le muestra que la vida no es un campo de rosas en pleno florecer.

Los niños huérfanos, los pobres, los ancianos abandonados, todo aquello que muestra el verdadero rostro de la humanidad son ocultados bajo un manto de ignorancia del cual todo el mundo se aleja. Incluso los que alguna vez estuvieron hay.

La sintió antes que hablara. La presencia de la señora Elena era imponente, de esas personas que se siente cuando entran en una habitación porque la llenan de luz y al marcharse la temperatura baja unos grados. De esas personas que arrastran en su estala un manto de risas, calidez y confort entretejido con amor.

Se apretó más fuerte en la pequeña bola que había formado abrazando a Teddy, intentando escapar de aquellos ojos que atravesaban su alma y leían cada uno de sus sueños y temores.

–Cariño– la palabra era miel liquida, cálida y dulce saliendo de sus manos.

– ¿Ya se fue?– odio que su voz sonara tan pequeña, tan rota. Él ya era un niño grande, tenía seis años. Y aun así la pregunta salió tan diminuta que por un instante dudo que le hubieran escuchado.

Crónicas de una infancia desafortunadaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu