X - Retorno

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Marzo de 2009

Él nunca quiso ir, era algo que sabía desde un principio. Él irse significaba traición, el irse significaba alejarse de una de las personas que más quería, irse significaba terminar de perder todo.

Y ahora, ahora que tenía que volver no sabía que sentir realmente. Creyó que el irse era una sentencia final, que se alejaría completamente de la micro-familia que había formado en ese tiempo. Pero ahora estaba volviendo, volviendo a su micro-familia sin saber si quiera si eso era posible.

¿Significaba acaso que volver estaba mal? Después de todo el ser adoptado debería ser algo definitivo, pero esto ni siquiera había durado un año, solo diez meses. Diez largos y angustiosos meses que comenzaron como un extraño sueño y terminaron en una completa pesadilla. Diez meses en los que su vida fue una montaña rusa llena de subidas hermosas acompañadas de desayunos y conversaciones familiares y caídas terroríficas respaldadas de gritos, alcohol y violencia.

Anthony estaba seguro que el poder tranquilizador que tenía el orfanato para espantar sus pesadillas ahora no serviría de nada.

Lo primero que vio al atravesar la puerta fue a Kay, corriendo así a él como un auto a punto de estrellarse. Y vaya que se estrelló. El impacto provoco que ambos cayeran en una marañona de extremidades a las puertas del orfanato.

Marcos, a quien había permitido esta vez acompañarle, se encontraba dividido entre la risa por la situación y la preocupación por el niño bajo su cargo.

Al primer gemido de dolor, gano la preocupación.

En su emoción Kay había arrastrado en un abrazo asfixiante a Anthony, su alegría por recuperar a su hermano lo cegó a la mueca de dolor del niño más pequeño bajo su cuerpo.

Marcos y Elena, quien había llegado al escuchar la algarabía en la entrada, levantaron rápidamente a Kay y antes de que este pudiera quejarse Marcos ya estaba inspeccionando al niño pelinegro.

– ¿Estás bien?– Las manos del policía revoloteaban por todo el cuerpo del niño sin saber exactamente cómo actuar.

–Estoy bien –El susurro fue más un gemido doloroso que una contestación. El dolor de las costillas irradiaba por todo su pecho y el hombro izquierdo le palpitaba como el mismo demonio. Cualquier niño hubiera llorado. Cualquier niño se hubiera quejado del dolor de su pequeño cuerpo. Pero Anthony no era cualquier niño. En su escala de prioridades estaba primero Kay y luego él, así que evitando las manos de Marcos y la mirada dolorosamente preocupada de Elena, se acercó a su mejor amigo y teniendo cuidado de su lesiones, le abrazo.

De pronto todo el mundo estaba bien. El planeta había vuelto a su eje. Los colores habían vuelto a las cosas y el calor había vuelto a su cuerpo.

Ambos niños se sostuvieron uno a otro como si el solo hecho de separarse los pudiera destruir. Se abrazaron con la conciencia de quien vuelve a casa luego de un terrible viaje.

Y allí, parados en el umbral del orfanato Vicente Miller, abrazándose como si su vida dependiera de ello, Anthony Harper y Kayden James pudieron respirar con la tranquilidad que no sentían hace casi diez meses.

Marcos observo aquella demostración de amor como quien observa una imagen religiosa, casi con idolatría. Maravillándose ante la entrega de dos niños solitarios que pudieron encontrar en el otro la familia que el destino les había negado.

– ¿Cómo estás?– el susurro fue solo entre ellos, una conversación entre un abrazo eterno.

–Adolorido, pero bien. –Y por primera vez Anthony era completamente honesto.

Crónicas de una infancia desafortunadaWhere stories live. Discover now