VIII

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No había nada más que libros. Una biblioteca gigantesca ocupaba todas las paredes a su alrededor, ¿tanto escándalo para eso? ¿Tanta incertidumbre por una simple biblioteca?

Comenzaron a revisar los títulos, pero descubrieron que ninguno estaba en español y hasta dudaban de que fuese algún dialecto moderno, más bien, creían que era de una época bastante lejana y que les iba a resultar imposible leer aquello. Ni el más grande sabio podría averiguar lo que esas páginas ofrecían. Para colmo, ningún libro poseía alguna ilustración que facilitara la lectura, eran puras letras y símbolos irreconocibles.

José y Ramiro se miraron con una mezcla de confusión, asombro y derrota. No habían llegado a ningún tipo de respuesta, por el contrario, esto solo les generaba más dudas. ¿Por qué ese lugar iba a estar tan oculto para los demás? ¿Qué eran todos esos libros con lenguaje antiguo? ¡Tenían más preguntas que antes! Estaban cansados de absolutamente todo.

Como el lugar seguía a oscuras, decidieron buscar algún tipo de interruptor que les iluminara el camino. José, a tientas, tocaba las paredes. Ramiro, al tener una linterna en sus anteojos, podía distinguir con más claridad lo que lo rodeaba y ahogó un grito de sorpresa cuando divisó un botón verde sobre una mesa. Lo apreto sin dudarlo, esperando que eso prendiera alguna luz, pero solo se escuchó una vibración y, de repente, un holograma comenzó a surgir entre los libros.

Con temor, los dos hombres se unieron para mirar el espectáculo. Lo que sucedió no solo terminó de asombrarlos, sino que los dejó mudos.

El presidente estaba en la pantalla frente a ellos, usando ese lenguaje indescifrable con tono serio. ¿Pero qué era eso? ¿Acaso estaban teniendo alucinaciones por el encierro? El video terminaba y volvía a reproducirse, una y otra vez.

Ramiro tiró de la manija para salir de allí y contarle eso a sus compañeros, a su familia, a toda la gente del búnker, pero la puerta se mantuvo inamovible. Tiró con todas sus fuerzas, incluso José lo ayudó y nada, no se deslizó ni un solo centímetro.

—Estamos encerrados —confirmó el anciano. El sabio tragó saliva y secó el sudor de su frente con el dorso de la mano.

—No, no puede ser. Debe ser alguna broma, los sabios deben estar jugando. —Se río con amargura—. ¡Vamos, hombres! Son grandes para hacer este tipo de chistes —dijo en voz alta, suplicando que los estén escuchando por algún micrófono escondido.

No llegó ninguna respuesta, no hubo modo de que salieran aunque lo intentaran, la puerta era demasiado pesada y nada podía abrirla. Se tiraron al suelo, presos del cansancio y, como si fuese una señal divina o le hubiesen prestado más atención que antes, el presidente dijo la última frase con un claro español.

—Si desean salir, deben hallar la respuesta. Para hallar la respuesta, deben entender y, para entender, deben leer.

La transmisión se cortó súbitamente, dejándolos en un estado difícil de comprender. No solo estaban encerrados, también estaban perdidos.




Interferencia 3.0Where stories live. Discover now