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Sonó el despertador a las cinco en punto de la madrugada. Mark Lee, perezoso, lo apagó mientras bostezaba. Le esperaba otro día rodeado de fruta, clientes y negocios turbios que no alcanzaba a comprender y que no le interesaban en absoluto. Su cometido era encargarse de las frutas y de los clientes, nada más. Era consciente de que su jefe, Taeyong, no era tan solo el propietario de la frutería más frecuentada de N-City. Estaba seguro de que ejercía otro tipo de actividades; actividades que Mark se imaginaba parcialmente y que no llegó a preguntar jamás porque estaba seguro de que era mejor no saber.

Desayunó una macedonia, se vistió y emprendió su marcha al trabajo. Como cada mañana, hizo uso del metro porque, a pesar de que tenía permiso de circulación, turismo y el tiempo del viaje era sensiblemente menor, a Mark no le gustaba contaminar el planeta tontamente.

Cuando llegó, Doyoung ya había descargado la mercancía y estaba reponiéndola. Mark le dio las gracias y siguió él. Doyoung era un buen compañero: le tendía la mano cada vez que lo necesitaba y podía conversar con él sin la sensación de que tenía que cuidar sus palabras y esconder su curiosidad juvenil. Hablaba con él acerca de sus ambiciones y expectativas, sobre su vida, su familia, sus amigos, escuchaba sus consejos, agradecía sus palabras de aliento... Pero nunca conversaban sobre el jefe o sobre la labor de Doyoung una vez que salía de la frutería, en ocasiones cargado de mercancía, media hora después de la llegada de Mark.

Tras despedirse, Mark tuvo un día de lo más normal: atendió a su clientela habitual, repartida durante toda la mañana, repuso frutas y verduras, cobró, aconsejó, para la ensalada mejor este tomate, las sandías han salido muy buenas... Lo habitual. Sobre las dos llegó Jaehyun, el mayor confidente del jefe. Saludó, guardó algo en el almacén, cogió un melocotón, se despidió y se largó. Siempre se sentía inquieto cuando Jaehyun se presentaba en la frutería, se despertaba su curiosidad, pero él sabía que no podía saciarla, que eso lo metería en líos, así que se distrajo jugando con su teléfono móvil hasta que llegó la persona que le relevaba.

Comió en el restaurante de Max, a diez minutos de la frutería. Siempre comía allí. Doyoung le proporcionaba todos los meses, por órdenes de Taeyong, tickets con los que pagaba el menú de ese restaurante en específico. Era luminoso, pulcro y acogedor, con no más de diez mesas para sus comensales. Su menú era variado y sabroso y, al igual que el comercio donde trabajaba, también gozaba de clientela habitual. Mark intentó, en varias ocasiones, entablar amistad con ellos, sin éxito: éstos parecían muy reacios a conversar con personas que no fueran sus acompañantes.

Después de comer, regresó a casa y leyó Detective Conan hasta la hora de su clase de Zumba en el gimnasio. Se ejercitó, cantó, bailó, charló, rió, disfrutó, se duchó y regresó de nuevo a su hogar. Como cada noche, cenó un bol de leche con cereales mientras veía los informativos sin prestar mucha atención. Entonces, hablaron de algo sucedido en N-City, lo que llamó la atención de Mark, ya que en su ciudad no solían producirse altercados. Al parecer, llegó a la ciudad un grupo de hombres que huía de la justicia de un país no muy lejano, un grupo de hombres peligrosos: el clan 126.

N-City. La Ciudad Y El Infierno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora