El hombre de la estación

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Siempre se ven curiosos personajes en las estaciones de tren.

El hombre alto, encorvado, que luce unos pocos cabellos desordenados, a ambos lados de la cabeza; las zapatillas de cuero embarradas y torcidas hacia afuera  ha conseguido llamar mi atención.

El extraño sujeto espera que pase algún vendedor de golosinas —cosa que ocurre cada dos minutos—compra algo de diez pesos con un billete de cien, cuenta parsimoniosamente su vuelto, lo guarda en el bolsillo del pantalón y espera la llegada de un nuevo vendedor, cuyo producto ofrecido, no supere los diez o quince pesos para repetir la ceremonia.

Mi imaginación productiva lo ha hecho pasar por innumerables historias en las que el era el actor principal.

En una de esas historias, lo veía colocando bolsas y bolsas de billetes viejos en una bañera de porcelana esmaltada de la época de la guerra. Seguramente se bañaría en ellos, sentiría el contacto sensual del poder del dinero.

En otra era un estudioso, un científico famoso queriendo ocultarse para estudiar todos los tipos de bacterias que podían esconderse en el papel ajado de aquel dinero.

A varios pasajeros nos interesó el curioso comportamiento repetido a lo largo de seis meses.

Nos habíamos acostumbrado a él, hasta que un día no volvió a subir al tren y luego de un tiempo, por una conversación al pasar, me enteré de la verdad sobre nuestro protagonista. 

Supe que el cambio se lo llevaba a la quiosquera del barrio, quien se lo volvía a cambiar para recomenzar el ciclo. El pretexto del cambio era lo que necesitaba para poder ver al motivo de sus desvelos.

Me enteré que un día de invierno esperó infructuosamente que la quiosquera abriera el negocio. Durante varias jornadas permaneció esperando alguna noticia en la vereda, hasta que el nuevo propietario le contó que la señora había muerto de un infarto durante la noche.

Cuando el dolor supera nuestra resistencia, las palabras desaparecen para dejar lugar al silencio y la certeza de que nada sería igual se instaló como algo definitivo.

 Entonces, el hombre se sentó en un banco de la estación y partió al encuentro de ella. 

El cuerpo no lo llevó, porque no lo necesitaba.


Cuentos ...que fueron llegandoWhere stories live. Discover now