Los Errores Se Cobran Solos.

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Los errores se cobran solos.

Se lanzo del árbol, olvidando sus lanzas en la rama de este. Resoplo enfadada mientras se enganchaba al cuello de la pantera y clavaba sus dedos como si fueran garras. La pantera se alboroto, comenzó a rugir y a mostrar los colmillos, intentando girar la cabeza para hundir sus afilados colmillos en ella. Sus brazos apretaban fuertemente el cuello de la fiera. Aferrándose con poderío. Los movimientos de la pantera cada vez se hacían más lentos y pesados hasta que, simplemente, se desplomo en el suelo. Sin vida.

Estrangular era la mejor manera de matar. Efectiva y rápida. No había necesidad de mancharse las manos en sangre. Pero había otro problema; las picaduras de las hormigas. Miro sus piernas. Decenas de manchas rojas se agrupaban desde la parte superior de sus piernas hasta sus talones. Cubrían cada porción de su piel. Centímetro a centímetro, decorada con esferas rojas.

Elevo la vista, hacía sus lanzas en la rama del árbol. Estaban perdidas. Las hormigas se habían apoderado de ellas como su enemigo. 

Reprimió el dolor, con cada paso que daba. Arrastraba a la pantera con la mano izquierda. Seguía negándose a usar las alas. El veneno en su interior era severo y cada vez las consecuencias de las mordeduras se hacían notorias.

Luego de recorrer el sendero de vuelta a casa, se derrumbo en el suelo. El sol ya estaba por ocultarse y lamentaba no haberse despertado a los primeros rayos de este. Se habría ahorrado mucho tiempo.

–Silver… –murmuro pasmada Taddea cuando la vio recostada en la tierra.

–Estoy bien. –Se apresuro a decir. Odiaba que se preocuparan por ella. De hecho, no le agradaba que la vieran como una víctima. Débil y enfermiza.

Taddea negó con la cabeza. –Necesitas aplicarte algo para las mordeduras… podrían empeorar.

–No es necesario –repuso Silver con frialdad mientras se ponía de pie. Jalo la pantera consigo y la coloco delante de ella. –La cena está servida.

Taddea suspiro. Ella más que nadie sabía que era difícil lidiar con Silver. Tomo la pantera de las patas delanteras y la llevo a la cocina.

Silver se desplomo en el suelo. Había olvidado por completo recolectar uvas para su madre. Tenía planeado volver a ir a la montaña pero esta vez, adentrarse un poco más. Utilizaría una capucha que cubriría su cabello y parte de su rostro, dejando en el misterio a sus ojos.

Observo el cielo, en un afán por mitigar el dolor en sus piernas. Las nubes estaban teñidas de un naranja pálido, muy hermoso. El ocaso era su parte favorita, ya que anunciaba la llegada de la noche. La mejor de todas las escenas para hacer aparición. La ocasión perfecta para fechorías y maldades. Camuflada por las sombras, donde nadie podría encontrarte.

Espero paciente a que su madre declarara que la cena estaba lista. Para ese entonces, la noche ya se había ocupado del cielo. Luna llena. Otra de sus preferidas. Ese círculo amarillento centellando alrededor de miles de astros. Sería otra noche inolvidable, de eso se encargaría.

La pantera era enorme así que la comida le duraría para tres días por lo mucho, si no se fermentaba antes. Comió parte del pecho, donde imperaba la carne. Y como siempre, su cena fue silenciosa, agregada del ruido de grillos y animales rastreros. Su madre se recostó en su silla de siempre, después de terminar. Silver estaba de espaldas, encontrándose con más seguridad en sus actos. Comenzó a cantar.

No tardo mucho hasta que escucho su respiración profunda y sosegada. Taddea ya estaba dormida. Tomo su capucha negra y salió. Ya no podía perder tiempo.

Mientras volaba hacía la montaña, formaba un plan estratégico en su mente por si algo salía mal. Regresaría por su mismo camino, volando en cirulos, engañando a sus perseguidores. Y en casos extremos, podría ocultarse en troncos huecos. Pero, nada podría fallar. Ni siquiera deberían sospechar de ella.

Piso con delicadeza el suelo. Respiro hondo y ajusto su capucha en su cabeza con cuidado. Tomo dos lanzas pequeñas y las escondió en su manga, percibiendo el filo de estas en su muñeca. Sobrevoló la montaña por el lado más oscuro, procurando no alcanzar mucha altura. La ciudad continuaba cegadora, igual que ayer. Gente, fuego, animales y carruajes. Los limites del poblado eran solitarios y con poca luminosidad. Podría escabullirse con extrema desenvoltura. Casi parecía una broma.

Camino hasta encontrar un callejón vacio, en el otro extremo se encontraba el camino de piedra y el cúmulo de gente hablando y transitando. Parecía tan posible. Tan simple y sencillo que le ocasionaba un estremecimiento placentero por toda la espalda. Solo exiguos pasos y saldría a ese mundo, conviviría entre ellos, o solo se dispondría a caminar y husmear de aquí a allá.

Y así lo hizo. Camino con deseo, una emoción incontrolable acrecentándose en su estomago. Casi provocando que el dolor en sus piernas desapareciera por completo. Su corazón se acelero, una sonrisa se formo en sus labios cuando estaba a un espacio tan ridículo de entrar a la luz. ¿Era esto felicidad? Euforia. Lo que a veces decía su madre. Ella sentía euforia. Y su exaltación era tal que tenía miedo de cruzar esa línea. Estaba al borde de un ataque de tirarse al suelo y comenzar a rodar solo para aliviar esa felicidad tan consumidora. Quería gritar, saltar, volar tan alto… Cruzo la línea entre la luz y la sombra. Y su sonrisa desapareció cuando otro sentimiento inundo su ser; pánico.

¿Pánico?

Circulo un pequeño tramo, observando con alucinación el espectáculo de luces y colores que se daba a su alrededor. Lo había logrado. Pero había algo extraño, la gente la miraba y se quedaba inmóvil, señalándola con el dedo. Como si la hubieran descubierto pero era imposible. Y entonces comprendió, a última hora. Ella era diferente. Sí. Su cabello y sus ojos ocultos por la capucha, pero también, sus alas. Negras y al descubierto.

La gente que antes hablaba y reía, comenzó a gritar y alejarse como si ella estuviera infectada de algo gravemente toxico. En un asalto de pánico, su capucha bajó de su cabeza, revelando su melena platinada, y sus alas se amplificaron en toda su capacidad.

Miro a su alrededor alterada, sin saber qué hacer. Sí algo sale mal, huiras por tu mismo camino, engañando a tus perseguidores. Sonaron, como una salvación en su mente. Y eso hizo, se elevo en los cielos al mismo tiempo que vislumbraba al poblado envuelto en el horror. Los gritos taladraban sus oídos. Ahora comprendía su sensación de pánico. Efectivamente, algo iba a salir mal.

Miro a él suelo, y para su desgracia, la perseguían. Tres hombres, montados en animales rápidos que la igualaban en velocidad.    

Vuela en círculos. Engáñalos. 

Se detuvo en seco y voló hacía atrás varios metros, después a la izquierda, luego a la derecha. Y finalmente, hacía al frente. Respiraba a grandes bocanadas, el aire frio quemaba sus pulmones. Miro el suelo, deseando haberlos perdido. Y de repente, una flecha atravesó su ala izquierda, provocando un dolor agonizante. Causando que no pudiera volar más. Tenía que… Debía…

–No, no, no… –jadeo mientras intentaba mantener su ritmo de vuelo. Pero no era suficiente. Más flechas volaban a su alrededor, tratando de engancharse a su pecho. Su corazón. Ellos querían matarla. Después de todo, su madre tenía razón. Eran bestias temibles buscando matarla. Pero no entendía por qué. Y para su mayor desgracia, una de esas flechas voladoras perforo su misma ala herida. 

Entonces, ocurrió lo peor; perdió la fuerza para sostenerse y cayó estrepitosamente al suelo. 

Silver Flame. (Llama Plateada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora