Testimonio 6: No es real

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Si miras atrás y te pones en un punto en medio, en cómo te ves en el futuro y en cómo te veías ayer, notarás que a veces las cosas sucedieron porque tenían que hacerlo. Si no estuvieras un poco rota, no valorarías lo bello que es volar con los pies sobre la tierra. Es sencillo, tan sencillo como tener que respirar y sentirte muerto.

Quizá no recuerde la mayoría de las cosas que me sucedieron. Tal vez solo buscaron un lugar dentro de mi cerebro para ocultarse y simplemente estar ahí, porque me hicieron lo que soy y no se marcharán jamás; y creo que está bien, ya que puedo escribirlo ahora, aunque duela.

De niña, como a eso de los ocho o nueve años, mis sueños solían ser bastante pobres: ser cantante o astronauta, cosas que parecían llevarme lejos y que, eventualmente, descubriría que no eran la solución en lo absoluto.

Mis padres no se amaban. Lo sabía, todos mis hermanos junto a mí lo supimos siempre, pero era tan duro admitir eso. Nuestra familia estaba rota. No le echaré la culpa a ninguno de los dos porque las cosas tenían que pasar, ¿verdad?

En mi país es muy común que las chicas huyan de sus casas con sus pretendientes a temprana edad, muchas cansadas del trato de su familia y, aunque duela admitirlo, el machismo es un principal factor.

Mi mamá huyó con mi padre cuando tenía quince años y él veinticuatro. Papá cantaba para una orquesta y a ella eso le llamó mucho la atención. Se unieron y pronto tuvieron a su primera hija y, entre separaciones y demás, sus tres hijos siguientes.

Pero papá era machista y trataba mal a mamá; la engañaba, la maltrataba y ella sufrió mucho. Yo no lo recuerdo, era muy pequeña. Mi hermana mayor sí que habla de ello y también sé que le es muy duro dejarlo atrás.

Pero papá no es de quien les vengo a hablar, aunque él tuvo parte de culpa por hacer que mamá fuera así. Mi padre no fue quien nos quebró como familia.

Mamá estaba frustrada, molesta, insegura y, sobre todo, muy sola. Ella no lo entendía. Era una niña que se dedicó a criar a más niñas. No sabía que la vida sería tan mala y ella simplemente buscó en dónde apagar su ira.

Recuerdo cada golpe de ella, cada insulto, cada desprecio, cada vez que susurraba ‹‹Por su culpa perdí mi juventud››.

No es real. No es real.

¡La odiaba! ¡No era nuestra culpa! ¡Nosotros no lo habíamos decidido! Y pensar en eso ahora es un tanto doloroso, a pesar de que lo he dejado en el pasado.

Y volvía a pensar ‹‹No es real. No es real››.

Ella no nos amó, o si lo hizo, no supo demostrarlo. Así que lo que vino después en realidad fue algo que debíamos haber esperado desde el principio. Lo que se imaginan: ella huyó de casa con otro hombre, sin mirar atrás.

No la extrañé ni pensé en ella, pero dolía, porque ser rechazada, por el ser que te crió, es duro. Si ella me rechazaba, ¿quién me aceptaría entonces? Es algo que incluso ahora me aleja de las personas a mi alrededor.

No es como si las cosas hubieran mejorado con su partida, porque teníamos que hacer todo nosotras y madurar; era nuestra única alternativa. Papá fue bueno, nos rescató en ciertos aspectos, pero él no podía estar con nosotras en todas nuestras nuevas experiencias y eso se sentía vacío.

Papá tal vez fue un mal esposo, un mal compañero de vida, pero nunca fue un mal padre con nosotras y estoy sumamente agradecida con él.

Era solitario, pero pensaba que las cosas no podían empeorar más. Y como siempre me sucedió en los juegos, nunca podía tener la razón.

Mamá volvió, ya que era golpeada. Las cosas no salieron como planeaba y su nuevo esposo era peor que el primero. No nos pidió perdón y tampoco pidió volver, porque amaba al nuevo hombre y, aunque la maltrataba, decía amarlo.

Ella vivió muy mal; pero, a pesar de todo el rencor, decidí dejar a papá para irme con ella.

La vi crecer y enfrentarse a sus temores, creo que fue lo que contempló mi hermana mayor en ese entonces. La admiré. Ella sufrió mucho, pero era una mujer después de todo, y las mujeres somos muy fuertes y las caídas solo nos fortalecen más.

Ahora vivimos todos con ella, ya que dejó aquel hombre que la maltrataba.

Mi madre en la actualidad sonríe y, a pesar de que refunfuña a veces, sé que es más feliz de lo que fue antes.

No quisiera hablar del intermedio entre el dolor y el perdón, porque fue un camino espinoso, lleno de lágrimas, peleas, enfermedades...

Mamá y papá tuvieron sus errores y ambos recibieron consecuencias de ello, pero entendí que el rencor es un arma afilada que no afecta a quien nos hace daño, sino a nosotros mismos. Y lo aprendí de la peor manera también, porque el rencor que les tuve a ambos me tendió en una cama por meses y me dejó con una enfermedad que nunca se curará.

Ahora lo he dejado estar. Camino siempre pensando en el hoy, no en el ayer, no en el mañana, solo... solo pienso en el ahora, porque todo fue un sueño. Todo ese dolor, todos esos miedos no ocurrieron, o eso quiero creer.

Me levanto cada mañana y, si viene ese ligero pensamiento — la soledad, el odio, el abandono— solo me susurro, con fuerza, como si no lo pudiera decir otra vez ‹‹No es real››.

Quiero que quien lea mi testimonio aprenda a superarse, porque el dolor es adictivo. No parece serlo en un principio, pero luego te acostumbras a estar ahí.

Y se siente bien... Ser diferente... Sentir diferente.

El dolor es peligroso y hay que dejarlo ir, porque evita que nos centremos en otras emociones que nos hacen avanzar. El dolor de ser rechazado, golpeado, dejado.

Quiero que se repitan que ‹‹Todo pasará›› y ‹‹Que las cosas que nos pasaron nos hacen ser quienes somos››.

No todos vivimos lo mismo ni avanzamos de igual manera, pero eso está bien.

Ser diferente y tener la fuerza para dejarlo ir es de grandes... Hombres, mujeres, niñas, niños y jóvenes.

Probablemente está bien estar un poco roto. Una mariposa no deja de ser bella por los rasguños en sus alas; incluso si nunca más puede volar, al cerrar sus ojos estará ahí, en el lugar para el que nació estar.

Soy más fuerte que túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora