Capítulo 17

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Mientras los chicos en el sótano juzgaban a Miriam, su papá se paseaba por los pasillos de la escuela pensando qué era lo que tenía que hacer. Salir a buscar a su hija por la calle no tenía demasiado sentido, era una pérdida de tiempo. Además, todavía no habían vuelto el señor Levin y la señora Capuzotti que bien podían haberlos encontrado. Lo mejor era esperar ahí. Pero una vez que los chicos llegaran, ¿qué? ¿Hacer la denuncia? ¿Sacar a Miriam de la escuela? Imposible, no podía renunciar a su cargo de Presidente de la Cooperadora. ¿Volver a hablar con la Directora? Esa vieja loca se creía que lo sabía todo.

  Sólo dos cosas tenía claras: primero, que su hija se iba a lamentar el haberse ido con esos atorrantes y segundo, que tenía que lograr por todos los medios que los sacaran de la escuela.

  Cuando ya se había fumado el quinto cigarrillo y había recorrido las baldosas del pasillo hasta gastarlas, vio llegar a los otros padres. Venían con la madre de Graciela Reboledo. Linda señora... pensó el padre de Miriam, y fue a su encuentro.

  No había novedades. Nadie los había visto. Habían desaparecido del mapa.

Se fueron todos hacia la Dirección. La madre de Paula no dejaba de llorar pensando qué podría estar pasándole a su hija en ese momento, y la madre de Graciela lo volvía loco al padre de Fabián preguntándole todo el tiempo qué tenía que hacer, qué iban a hacer ellos, qué era lo mejor, tomando una decisión y dudando a los dos pasos, pidiendo consejos y rechazándolos y repitiendo cada dos palabras: "Si mi marido no estuviera de viaje..."

  El señor Reinoso iba adelante, callado. Antes de llegar a la Dirección, se detuvo y les dijo:

-Yo creo que antes de hablar con la Directora  tenemos que ponernos de acuerdo nosotros.

-¿De acuerdo en qué?- preguntó la madre de Graciela.

-En que posición vamos a adoptar frente a esta situación. Esto no puede quedar así. Me imaginó que todos pensamos lo mismo- dijo, sin obtener la respuesta que esperaba.

-A mí lo único que me importa es encontrar a Paulita- le contestó la señora Capuzotti y siguió caminando. Los otros dos la imitaron y el padre de Miriam no tuvo más remedio que ir detrás de ellos. Así anda el país, pensaba, cada uno cuida su quintita y los demás que se mueran. Si todo el mundo hiciera como él...

  Entraron en la Dirección y esta vez no se sentaron.
-Por lo que veo- dijo la Directora-, los chicos no aparecieron. Miren, yo sé que ustedes están muy nerviosos y muy preocupados y, por supuesto, yo también lo estoy, pero faltan diez minutos para que toque el timbre y estoy segura de que entonces los chicos o vuelven para la escuela o van para sus casas. Yo les pediría que esperemos estos diez minutos y recién después resolvamos.
En ese momento entró la Foca.

-¿Y...?- dijo- ¿Alguna novedad?
 Le contestaron que no con la cabeza. La Foca tosió.

-Yo creo que hay que hacer la denuncia a la policía- dijo la madre de Paula.

-¿La policía?- preguntó la Foca y empezó a toser.

-Estoy totalmente de acuerdo- dijo el señor Reinoso-. Nosotros, los padres de las chicas, tenemos que preservar su integridad y la denuncia tiene que quedar asentada por cualquier cosa que pudiera pasarles.

-Yo también estoy de acuerdo- comenzó la Directora armándose de paciencia y pensando por qué no se había jubilado todavía-, ustedes están en todo su derecho de hacer la denuncia y yo no se los voy a impedir. Entiendo que estén alarmados, pero esperar diez minutos no va a modificar las cosas y vamos a evitar que estos chicos pasen por la desagradable experiencia de una declaración en la comisaría.

Caídos del mapaWhere stories live. Discover now