Capítulo VII - La décima puerta al infierno y una campana que no suena.

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- Samantha, describe lo que ves en tu sueño. – Una dulce voz femenina le hablaba, esto hacía sentir relajada a Sam.

- Estoy caminando en una especie de pasaje subterráneo, todo parece estar hecho de adobe, y no es oscuro... no distingo de dónde proviene la luz, pero, permite que todo se vea con claridad. Son escaleras descendentes, voy a un ritmo moderado. Una mujer delante de mí, grita con desesperación: "mi hijo"; siento culpa cuando la escucho, le hablo y no atiende. La rebaso, y llego al final de las escaleras. Es una sala mortuoria, pero, toda rudimentaria, al igual que la entrada. Hay varias cavidades en las paredes, veo huesos humanos en ellas, pero, hay una en la esquina inferior derecha, que tiene un pequeño cuerpo. Es un bebé, aparentemente, de dos años... solo tiene un pañal de tela. Su espalda tiene heridas, parecen esta clase de heridas de fantasía que les atribuyen a los ángeles caídos. Lo tomo en mis brazos, está muerto, pues, su cuerpo está helado. Lo estrecho contra mí y lo arrullo. Al cerrar mis ojos, veo un edificio alto, estoy subiendo con esa mujer y llevo de la mano al niño; él es inquieto, lo llamo por su nombre, la mujer discute conmigo. Al borde de cada transición de escalones, hay una abertura que, al pararte cerca, produce vértigo. Mis manos sudan, el niño se zafa de mi agarre, va directo hacia la abertura, ella lo toma, de las manos, él queda con medio cuerpo fuera de la estructura, le pido que no lo deje caer. Ella me mira desafiante, y suelta sus manos. Me siento caer, todo se vuelve oscuridad. – La voz de Sam se quebraba, y lágrimas recorrían sus sienes.

- Samantha, vuelve conmigo. Abre tus ojos. – La mujer hablaba nuevamente, con esa dulzura que tranquilizaba.

Sam abrió sus ojos, enjugó con torpeza sus lágrimas, y miró a aquella mujer, cuyos ojos estaban clavados en ella.

- Dime, ¿qué hacía el doctor del ala anterior durante tus sesiones?

- Algo parecido, y me mandaba montones de pastillas.

- ¿En algún momento te habló sobre algo que pudiera estar sucediendo contigo?

- Siempre decía "tienes ansiedad". Nada más.

La mujer bufó, indignada. Luego, marcó por teléfono a la extensión del director y le pidió acercarse.

- ¿Por qué lo llama? – Sam se puso inquieta.

- No te han tratado adecuadamente, quisiera llevar tu caso de manera exclusiva.

- ¿Exclusiva?

- No solo pueden tratarte como si fueras un ratoncito experimental, – Lucía la miraba con ternura – necesitas más que medicinas, Samantha. Esto no es solo ansiedad; ansiedad puedo tener yo, con la pareja que me gasto. – Ella hizo una pausa para reír. – Bien, pediré para ti unos estudios, necesito confirmar algo antes de administrarte cualquier tratamiento.

En eso, fue interrumpida por la entrada intempestiva de Abraham, él venía acompañado de Julia. Al verla, Sam comenzó a hiperventilar. Tenía algunos meses sin verla, pues, la destacaron en el área infantil.

- Lucía, ¿qué sucede? – Preguntó Abraham, observando a Sam.

Lucía notó la reacción de Sam, y trató de infundirle seguridad, posando una de sus manos sobre su hombro. "Por debajo de la mesa", ella sacaba un par de cuentas, en relación a la presencia de ellos y la actitud ansiosa de Sam.

- Esta niña no ha sido tratada adecuadamente. Necesito exclusividad en su caso, pediré unos estudios, y a partir de hoy, no podrá ser medicada sin mi autorización.

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