5. Mensajes en una flecha

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Abril había comenzado, la primera alarma sonó de madrugada y un príncipe de cabello negro saltó de su cama, lanzó las sábanas al aire y desperdigó cada almohada por el suelo de su habitación. Sus pasos obtusos y su cuerpo semi- adormilado se pasearon por toda la habitación hasta llegar al cuarto de baño, no pasó mucho tiempo hasta que una segunda alarma volviera a sonar. Kuroro la apagó con una gran sonrisa, para ese entonces ya se encontraba completamente despierto—. Es hoy— se dijo y corrió a su armario, abriéndolo con demasiado entusiasmo tomó un conjunto de color oscuro (como era su costumbre) y se percató del peculiar diseño, pues, en vez de encontrar decenas de piedras preciosas, un material de tipo afelpado recorría los filos de su abrigo. Le encantó, aquella elección era de Senritsu. Lo sabía y eso era porqué hace más de tres años que Eos no elegía su vestimenta.

Muchas cosas habían cambiado a lo largo de aquel tiempo. En tres días, el primer heredero cumpliría los veinte años. Algunas viejas costumbres habían desaparecido, unas nuevas se volvieron forzosamente parte de su vida diaria. Él se miró en el espejo y notó como todo su cabello lucía alborotado, el flequillo le llegaba casi hasta taparle los ojos, sin embargo, no lo peinó, aquel estilo formal nunca le agradó. Ahora, utilizaba parte de la capa de su padre como una venda sobre su frente, solo así lograba lucir el par de pendientes color esmeralda de sus dos oídos. Estaba listo y por supuesto, contento.

Una emoción que parecía no compartir su compañero de la habitación del frente.

Kuroro acomodó su abrigo a la vez que abría la puerta, con el tiempo la densidad ya no le resultó un problema. Había ocasiones en que no necesitaba más que la fuerza de dos dedos para moverla. Hacer alusión a su atributo como príncipe bendecido era algo de lo que se jactaba a diario. El príncipe condujo sus pasos hacia el pasillo y pudo haber emprendido un jovial correteo hasta el salón principal sino fuera porque la puerta de la otra habitación también se abrió.

El retumbar de la madera con la pared resultó estridente, el eco de la puerta se perdió tan rápido como ambos cruzaron miradas. Como hace casi cuatro años que no lo hacían. Kurapika se quedó estático en el umbral de su habitación, dejando su mano resbalarse por la manija metálica hasta llegar alado de sus muslos semi- descubiertos. Él, por el contrario, todavía dejaba que su madre le eligiera la ropa y la elección del día era una especie de túnica color esmeralda, los filos dorados y algunas piedras del mismo resaltaban su piel ligeramente sonrojada, más aún, su cabello largo y dorado. Un cinturón rojo se ajustaba perfectamente en su cintura y varias piezas brillantes ornamentaban sus manos, oídos y cuello. Sino fuera porque le conocía a la perfección, Kuroro juraría que se encontraba frente a una bella muchacha, pues las facciones delicadas de su hermano eran singulares.

No importaba lo extraño que le sonase en aquella circunstancia, Kurapika le resultaba sumamente atractivo o quizá, algo indebidamente sensual.

La siniestra mirada de Kuroro se detuvo con descaro en la figura de su hermano, él, por su parte se dejó el tiempo suficiente para repasarlo de la misma manera. Cuando, se encontraban solos la única palabra que podía seguir después de «competencia» era «indiferencia»

Kurapika fue el primero desistir, se alejó de la corpulenta y desarrollada anatomía de Kuroro y prestó atención al prologando camino del pasillo. Empezó a caminar como si nada hubiese sucedido. Quizá con los típicos modales de un adolescente de dieciséis años.

—Un guerrero realmente fuerte nunca le da la espalda al enemigo. — dijo de repente Kuroro mientras se acomodaba una espada de plata en la cintura. Su burlesca sonrisa se le dibujó en el rostro.

Kurapika se detuvo.

—Y uno de verdad inteligente no se presta a insinuaciones insulsas. — continuó su camino acariciando el arco de oro que llevaba en la espalda.

PRAGMA (KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora