Rojo

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Día 24: Rojo

La ataron con fuerza en la hoguera. Manos y piernas inmovilizadas. Trataba de no mostrar miedo, no frente a aquellos pueblerinos que no estaban dispuestos a escuchar su versión de la historia. Pero los prejuicios dejaban claro su posición: Claude era un chico adorado, estúpido, pero con estatus, un local; ella, una extranjera que no encajaba en aquel lugar, hija de un hombre que "robó" a una de los suyos, y, lo principal, una bruja.

Nunca tuvo oportunidad.

Claude fue rodeado por un grupo conformado por sus amigos, su padre y una que otra doncella; como desearía quitarle esa máscara de víctima. Pero los culpables salían impunes, en especial con una mascarada tan buena como la que el mequetrefe tenía. La gente la estaba abucheando, ninguno la conocía de verdad.

Y desde lo lejos...su familia. Sus padres, que trataban de entrar entre el muro de gente, imploraban porque no dejara que aquello pasara. Toby, en los brazos de Irene, lloraba asustado. Pensó en lo mucho que se arrepiente de no haberle dado una verdadera oportunidad a Irene para ser su madre. Pensó en su hermano pequeño, sus deseos de verlo crecer, de acompañarlo, de aprender juntos, y lo que extrañaría de sus momentos de complicidad. Y su padre...fueron tanto tiempo ellos dos solos, y ahora podía entender que su padre nunca olvidaría a su madre, que sufrió mucho su pérdida; sin embargo, la situación se estaba repitiendo. Veía el dolor en su rostro y no quería ser la causante de eso.

El Cazador acercó la antorcha y dio un discurso sobre la purificación del pueblo del que Sarah poco prestó atención.

−¡Ahora, vamos a deshacernos del mal de una vez por todas!−la antorcha tocó la paja, que se empezó a expandir rápidamente cerca de sus pies.

Aunque no la tocaba de manera directa, no pudo evitar el aspirar el humo. Empezó a toser desesperadamente, hasta que el calor intenso del fuego fue tocando parte de su pierna; si el fuego ardiente no la mataba quemándola sería por la asfixia del humo. Podría salvarse a sí misma, sin embargo si mostraba algo de magia exponía a su familia: prefería su muerte.

Los vitoreos de la gente, las lágrimas de sus seres amados. No sabía si el quedarse inconsciente haría que su muerte fuera menos dolorosa de lo que ya se premeditaba. No podía respirar...y al mirar al cielo, con el deseo desesperado y egoísta de poder vivir, deseo con todas sus fuerzas el que hubiera un buen amanecer para ella.

Y el cielo, repentinamente, se volvió rojo.

El silenció se cernió, asustados. Las primeras voces culparon a la chica inconsciente, sin embargo los gritos de algunas mujeres captaron la atención de varios. La causa eran unas criaturas pequeñas, de horroroso aspecto, que se movían entre sus piernas, además de provocar algunos desastres a su alrededor. La gente empezó a correr aterrorizada en direcciones varias, tratando de salvarse y olvidando a la joven bruja.

Claude empujó a muchos en el camino, pero una lechuza fue en su dirección y provocó que se tropezará y cayera por el pozo del pueblo. Trató de llamar a alguien, pero se dio cuenta que no tenía voz. Sin que lo supiera, ese era su castigo por haber mentido e inculpado a alguien inocente. No lo encontrarían hasta la mañana siguiente, enfermó gravemente.

El Cazador trataba de alejar a las criaturas de sí, buscando algo que sirviera para eliminarlas. Mas la lechuza fue hasta él, y las llamas de la hoguera lo rodearon. Gritó por el dolor y se fue corriendo ciegamente, alejándose del pueblo y pagando por las vidas inocentes que quitó, y para nunca más tener noticia de él.

Las únicas personas que no se vieron aterrorizadas, quienes por si acaso se arrinconaron a una parte segura, era la familia Williams. Veían el extraño espectáculo. Extraño especialmente porque no se vieron atacados por ninguno, y Toby sonrió emocionado, balbuceando "Obins, obins".

La lechuza fue hacia Sarah, y entre las lenguas de fuego acariciando y enrojeciendo la nívea piel, se fue transformando en un hombre imponente de capa oscura. Hizo aparecer una esfera en su mano, que lanzó a los pies de la joven, abriéndole un camino hacia ella. Robert, atento a aquellas acciones, tuvo el impulso de ir por su hija, pero Irene le detuvo, pidiendo que prestara atención. El sujeto no perdió el tiempo, y con un chasqueo las sogas desaparecieron, para que Sarah cayera en los brazos ajenos. Él la cubrió y la llevó con extrema delicadeza y devoción.

Un rayo partió el cielo, tanto el desconocido hechicero, como las criaturas y la bruja acusada, desaparecieron con el resplandor de aquel fenómeno. Y el cielo volvió a su natural color azul.


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