INVIERNO

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La noche en que Michael saltó de la azotea del edificio yo estaba en casa, leyendo, sola, en el último piso del predio, justo debajo de sus zapatos antes de saltar. Escuché la carrera desesperada de alguien que corría hacia el borde, como gaviota alzando el vuelo. Después silencio. Luego los gritos sofocantes de alguna mujer que vería la caída y un vecino que corría en su auxilio. Nevaba, y el cuerpo de Michael caía con la nieve y casi que podía ver sus ojos felices al sentir los copos de nieve estrellándose contra su cara, las manos abiertas intentando atraparlos, los lentes apartándose de su rostro y dejándolo atrás en el intento frustrado de volar. 

Hubiera sentido el tiempo detenido en el instante mismo en que Michael descubrió su error. Haber notado la extrañeza del aire congelado dentro del cuarto y reconocer que algo raro estaba pasando. Dejar el libro sobre la cama y salir del cuarto descalza, como estaba, ver en el corredor el paso a medio dar de Misha, mi gata, y detenerme por un rato en la visión de su cuerpo embalsamado en el tiempo. Hubiera caminado hasta la ventana y hubiera visto la nieve suspendida en el aire como si colgara de hilos invisibles. Una constelación de copos de nieve opacos como estrellas. 

Y ahí, suspendido en el aire como un astronauta en medio de un universo de estrellas opacas, Michael. Silente, meditativo, confundido, intentando dar respuesta a las preguntas absurdas que nunca le hice.

-¿Qué haces ahí? -le habría preguntado.

-No lo sé. Salté. Ayúdame a bajar.

-¿Cómo que saltaste? Está muy alto, te vas a hacer daño. 

-Ya lo sé. Ayúdame a bajar, por favor. Te lo pido.

-No puedo. He detenido el tiempo. 

-Por favor, te lo pido.

-¿No son hermosas las estrellas? Pareces un súper héroe en medio de toda esa nieve como quietica. Flotas como un superhéroe. ¿Por qué lo hiciste?

-No lo sé. No quería saltar, estaba muy confundido. 

Luego hablaríamos por horas intentando olvidar el momento. Yo en la ventana y él flotando en su universo particular, recordando las veces en que volvíamos del cole y subíamos juntos a la azotea del edificio para gritarle cosas a la gente y hacer pompas de jabón y a contar estrellas y a contarnos la vida y a llorar un poco. 

Luego, cuando comenzaran a derretirse y a caer los copos, lo miraría a los ojos y me despediría. 

-Tengo que irme, Michael. Mañana vendré a verte.

Él me miraría con sus ojos sin lentes y me sonreiría. Yo cerraría la ventana, volvería adentro de casa y pasaría de largo acariciando a Misha. Volvería a la cama, tomaría el libro y volvería a la misma línea en la que estaba cuando sentí el tiempo detenerse. Luego escucharía el golpe seco de Michael contra el pavimento y sabría que ambos nos perdonamos por no habernos besado. Que la vida es mucho más que el rechazo del amor de un amigo, que Michael había dejado de ser astronauta para convertirse en pájaro herido y en picada contra la fina capa de nieve que cubría el pavimento. 

Cada vez que me paro en esta ventana puedo ver su cuerpo abajo bordeado por la nieve. Luego extiendo la mano y miro al frente, junto mis dedos con los suyos en ese viaje inverno espacial en el que estuvo suspendido mientras hablaba conmigo. Prefiero recordarlo como el astronauta de las estrellas de nieve que como el pájaro confundido que olvidó volar en el camino. 

Quién quiere ir al cole ahora. Qué manera más épica de empezar el invierno. 

Infierno InternoWhere stories live. Discover now