—Suéltame —pido.

—Las putas como tú no tratan mal a sus clientes —sisea con los dientes apretados—. Repítelo.

No lo hago, así que retuerce mi cuero cabelludo, suelto un sonido lastimero. Cierro los ojos y me concentro en lo único que me queda: Lili.

—Las putas como yo no tratan mal a sus clientes —digo.

Tan pronto me suelta me pongo de pie y lo enfrento. Su gesto divertido no desaparece, la rabia me carcome como si fuera oxido manchando mi alma. La impotencia me recorre entera, quiero romperle la maldita cara en dos. Debería ignorarlo, pero en un impulso le escupo el rostro.

Las aletas de su nariz se abren, levanta la mano, dispuesto a golpearme.

—¡Ponle un jodido dedo encima y te vas a arrepentir! —exclama su voz desde alguna parte, y eso solo logra enfurecerme más.

—¿Qué? ¿Es tu puta personal? —Ríen.

Dan se le echa encima y le da un fuerte puñetazo en la cara. El otro se tambalea, algunos de sus amigos lo sostienen para que no caiga de culo al suelo, el sujeto no quita la palma de su pómulo como si dejar que los otros lo vean fuera vergonzoso.

—¿Estás bien? —me pregunta Dan, casi ansioso.

Si todavía fuera estúpida le hubiera creído su actuación.

—No necesito que me defiendas —musito con la mandíbula apretada y lo esquivo para subir trotando las escaleras.

Mi respiración se entrecorta como si nunca hubiera hecho ejercicio, me siento patética. Me detengo en el umbral de la puerta del aula, todos se giran para mirarme. Entro al salón, y ya que no soporto los escaneos, me siento en el primer asiento pegado a la puerta.

Así pasa el tiempo: yo escapando antes de que la clase termine y ellos riendo a costa mía. Me escabullo en los pasillos con la cabeza agachada, intentando que mi cabello oculte mi cara y que mi ropa deportiva no llame la atención, pero siempre hay alguien que me reconoce y me empuja o hace algún gesto vulgar.

Maggie insiste en que entre a tomar el almuerzo, sin embargo, quiero estar lejos de la multitud, de las burlas, así que niego. Ella se va con James, no muy convencida de dejarme.

Me escondo en uno de los jardines, le doy la espalda a la facultad y apoyo mi espalda en el tronco de un árbol, si miro arriba puedo ver las ramas. Suelto un suspiro y disfruto de la poca tranquilidad. Me limpio una lágrima traicionera, subo mis rodillas hasta mi pecho para abrazarlas y hundir mi frente en el hueco entre mis rodillas. Mi móvil vibra, acomodo detrás de mi oreja un mechón suelto antes de contestar.

—¿Mamá? —Su repentino silencio me provoca un escalofrío, me enderezo. Hubiera preferido no haberlo hecho porque me percato de la presencia que, casi de manera fantasmal, me observa recargado en la madera de otro árbol—. Mamá, ¿qué sucede?

—No somos compatibles, Tess.

Un balde de agua fría cala mis huesos, dolor me traspasa. Aprieto mis párpados y mis dientes, me niego a creer lo que acabo de escuchar.

—¿Cómo que no? ¿Por qué? ¿Qué hay de malo en mí? —balbuceo, sin darme cuenta de que mis mejillas están mojadas.

—Hija, no hay nada malo en ti —dice atropelladamente—. Tessy, no es tu culpa.

—¡Sí lo es! —grito y me pongo de pie—. ¡Todo es mi culpa! Si no sirvo para ayudarla, ¿qué voy a hacer? No sirvo, mamá.

Abro mi boca porque no aguanto el miedo, la desesperación, la impotencia; es demasiado. De pronto, todo estalla, necesito estar sola para llorar y gritar. Me pongo de pie y cuelgo el teléfono sin darle la oportunidad de contestar. Cuando paso al lado suyo, me retiene agarrándome por el codo. No soporto su toque, se siente desagradable, no quiero que lo haga, así que me sacudo.

Gardenia © ✔️ (TG #1) [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora