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            —¡Vale niños, hora de chapar! —gritó Eusebio a los pocos rezagados que deambulaban por el Standbye—. Venga, apurar las copas, pagar y pal sobre.

Los clientes que habían aguantado hasta tan tarde en el pub, refunfuñaron de mala gana y acudieron a la barra para saldar cuentas: una grupo de chicos que se habían pasado toda la noche jugando a Ciudadela; un par de amigos que discutían como mejorar las cosas en la política española; y un grupo de chicas que esperaban a que el amigo de un conocido acudiera con medio gramo de speed.

Miguel entró por la puerta y dirigiéndose a Eusebio, preguntó.

—¿Bajo ya la persiana?

—¡No, no, no! ¡Tenemos que esperar a que la gente salga por la puerta!

—¡Vaya, cierto! No sé, pensaba que saldrían por la puerta trasera.

—No, no, esa es solo para los trabajadores del pub.

—Es verdad.

—¡Menuda cabeza tienes, chaval! ¡El día que te mueras vas a tener el cerebro por estrenar! —sentenció Eusebio irónicamente.

—¡Ja, ja, ja! ¡Qué va!

Tras un buen rato deliberando con los clientes quién se había tomado qué y porqué, Susana terminó de cobrar las bebidas y las copas de la noche.

—¿Todo bien? —preguntó Eusebio a la camarera.

—Sí, sí, todo bien. Bueno, la mesa de Jordi, Alex y Sergio siempre con historias. Que si no recordaban quién había pedido qué; que si eso ya está pagado; que si te lo pago mañana... la mierda de siempre.

—Bueno, por lo menos consumen. Los de la mesa de los raritos, los del juego de mesa, se pasan toda la noche con una sola cerveza —razonó Eusebio.

—Ahí tiene razón Eusebio —dijo Miguel.

Eusebio bajó la vista y miró su reloj.

—Oye, mi mujer me pidió que la levantara para poder irse a currar y tengo que salir ya. ¿Os ocupáis de esto?

—Sí, sí, nosotros limpiamos, no te preocupes —dijo Susana.

—¡Gracias! ¡Buen finde! —Eusebio se despidió y salió del local.

Cansada, Susana salió tras la barra y, ayudada por Miguel, limpiaron el local. Tras fregar el suelo, enjuagar los vasos, asear los baños, limpiar las mesas y colocar las sillas sobre estas, concluyeron la tarea.

Susana fue tras la barra y entró en el almacén. Anudó una enorme bolsa de basura negra y la arrastró.

—¿Quieres que te ayude a tirarla? —preguntó Miguel.

—No, no hace falta, puedo con ella. Vete ya, yo me hago cargo de tirarla y cerrar el local.

—¿Tienes las llaves?

Susana se metió la mano en el ceñido pantalón y sacó un manojo de llaves cobrizas.

—¡Oki! ¡Nos vemos la semana que viene! —dijo Miguel—. ¡Buen finde!

—¡Igualmente!

Miguel caminó hasta la puerta y salió del local.

Susana arrastró la bolsa hasta la puerta trasera y tras darle un empujón salió al callejón. Al llegar al contenedor, levantó la bolsa con dificultad y la tiró a su interior. Al bajar la tapa, sintió algo pegajoso en la base. Regresó junto a la puerta trasera, y bajo una solitario foco que había sobre esta, contempló la mancha que cubría sus dedos.

Una segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora