[Capítulo primero] Leonardo Express, Primera parte

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Yo he decidido cortar el capítulo en dos, pero quiero decir que éste primer capítulo "Leonardo Express", funciona como introducción y ambientación en la historia. Yo la he leido y me parece muy buena (En fin... los adoro a los dos) así que espero que le deis una pequeña oportunidad. :D

«Nota del autor: Esta historia tiene su parte real. No todos los personajes son ficticios. Este primer capítulo, a petición de mi compañera, quiero dedicarselo a Pili (Ambas partes), por que... bueno. Alguien me dijo que quería leer "el beso robado". En fin. Aquí lo tienes, y espero que te guste tanto como a nosotros escribirlo»

León pisa el acelerador y la cara de Adrián se queda pegada al respaldo del asiento de delante. Se ha olvidado del cinturón y ahora Elio se rie de él y le dice "gilipollas" entre dientes, mientras el rubio ceniza se lo abrocha de mala hostia. No suelo hablar así, pero vamos a ciento treinta en un Ford Fiesta alquilado, cuyo conductor ha recibido un carnet que no merecía. Únicamente por estár como una regadera. El único normal de los cinco es Hugo. Él no ha comentado nada desde que salimos del "Vieni,canta". Y lo único que suelta por esa boca es "Las mariposas no van a volver, ¿Verdad?"

— ¡Gracias, nena! ¡Que dios te lo pague con muchos hijos!

Elio vuelve a meter la cabeza, y el medio cuerpo que estaba fuera, dentro del coche, y ha cerrado a toda velocidad la ventanilla con esa mierda de manillar que da vueltas. Acaba de cazar al vuelo una especie de mapa a alguien, que se ha quedado tan embobado, que no ha tenido tiempo de pestañear. Ahora la autopista se abre camino ante nuestros ojos, y León no parece tener miedo de aumentar la velocidad. Hugo me lanza una sonrisilla de consuelo, con ojitos de "Las mariposas no te llevan a matarte tan jóven; ahora llámame loco".

— Vale, hemos tenido suerte. Ésto es un mapa de toda España— Apunta Elio— Yo digo que elijamos una buena ciudad donde escondernos y que no nos encuentren.

— Vale. Yo digo que Barcelona. Ya quiero volver a casa.

— No, merluzo. Zaragoza está más cerca. Déjate de catalanes —Adrián le arranca el mapa de las manos a Elio, y cae de golpe sobre su asiento. Lo mira entretenidamente, decidiendo su lugar de vacaciones— ¡Valencia! Ahora son las fallas, ¿No?

— Estoy rodeado de idiotas. Elegid un sitio que sea... interesante— Contesto, tirando del mapa también. Hugo no duda en compartirlo conmigo, y observarlo. León nos mira por el espejo retrovisor— Madrid, sin duda alguna.

— ¡Basta, hostias!— Grita nuestro conductor — Que eliga Hugo, que es el único que ha pedido el turno de palabra.

Es entonces cuando me doy cuenta de que tiene la mano alzada con timidez. Sus ojos lucen más verdes que otras veces, y ni siquera ha mirado el mapa más de dos veces para saber lo que quiere. Quiere saltar el mar mediterraneo tomando impulso de una orilla a otra; llámalo intuición masculina.

El castaño toca mi muslo derecho, donde no hay mapa, y sonrie. Pestañeo un par de veces hasta que consigo descifrar su mensaje. Aunque él se rie y se adelanta a mis palabras.

— Roma. Italia.— Contesta, risueño— Será divertido.

— ¿Puedo abrirle yo los ojos a collejas?— Pregunta Adri, mordiendo su labio inferior— Italia no está cerca. Nos vamos a ahogar antes de llegar a Mallorca. Ésto es un Ford Fiesta, no un crucero.

— Pero...

— Cállate. Solo tus mariposas te hacen caso.

Hugo frunce el ceño. Adrián solo se encoje de dolor cuando el chico le incrusta su codo en mitad del estómago.

— Mis mariposas tienen más sentido común que tú, idiota. Ellas saben quedarse cuando se las necesita.

Un "Uh... golpe bajo" invadió el interior del vehículo. Adrián se tragó sus palabras de mala gana.

— A mi me parece una buena idea lo de ir a Italia— Todos miramos los ojos de León en el espejo casi a la vez. Elio, junto a él, abre la boca de puro asombro— Allí iremos entonces, amigo.

***

León toca su estómago con desesperación. Después su pecho. Sonríe cuando nota que tiene ambos huevos en su sitio. El camino ha sido largo. Fiumicino existía realmente; no eran leyendas.

— Joder. He visto caminos de Santiago más cortos— Apunta Elio, mirando al frente. Realmente no sé cuanto tiempo de nuestras vidas hemos perdido, pero aquí estamos. Con un billete en la mano y el Leonardo Express rugiendo motores. O igual es mi estómago. ¿Las pizzas italianas son leyendas también?... creo que estoy delirando. 

— ¿De verdad sabes donde está Santiago, merluzo?— Gruñe Adri, tras él— Está en la otra punta del puto país. Está claro que tú hablas más que piensas.

— ¿Es que tú piensas alguna vez?—Coontratacó, sin perder la sonrisa cansada— Está claro que debimos dejarte allí. Enfermo mental...

— ¿Podeis dejar de pelear? Ésto sale en dos minutos y Hugo aún no aparece— Los dos se callan a la vez, y me ponen la misma cara de asco— ¿Quién se apunta a ir a buscarle?

— Seguro que está sus días, necesita intimidad. Yo nunca he entrado en un baño de chicas, y no pienso hacerlo ahora— Por primera vez en su vida, Elio asiente después de escuchar al rubio ceniza dar una opinión— Vé tú solo.

— ¿Desde cuando éste viaje lo hice yo solo? La idea fue tuya.

— La idea fue mia sin Hugo de por medio. ¡Él tenía que quedarse!

— ¡Pero tú tienes menos sentido común que un melón! ¡¿Por qué teníamos que dejarle a él fuera?!

Un par de chicas se carcajearon en silencio, pasando junto a nosotros. Verdaderos enfermos mentales españoles, gritandose en mitad de una estación italiana. Qué divertido.

— ¡Por que él sigue enfermo! Mira, tio, eres mi amigo, pero está claro que no comprendes las cosas. Él no tenía que haber venido. Así que ve tú a por él. Ya nos veremos en Roma.

— ¡Ya estamos en Roma, joder! — León hizo una rara mueca con sus labios, y agarró a Adrián del brazo. El chico se puso de puntillas para seguir conservando el brazo y tocar el suelo, todo a la vez— ¿Y ahora?

— No vamos a romper el grupo. O todos en Roma, o todos en ningún sitio. Ese era el trato— Explica, guiñandome el ojo— Yo tengo más expriencia en lo de entrar al baño de chicas. Es una de las razones por las que estaba encerrado en aquella cárcel. Resulta que es... inapropiado —. Dijo, ahora, respondiendo al comentario de Adrián, que miró con pena el expresso, mientras nos alejabamos de él—. Yo soy el que conduce, así que se hace lo que yo diga. Vamos a por él.

Ciao, BelloWhere stories live. Discover now