P3C7: Caos es la Escuela

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Carlos finalmente había reunido a todos sus prisioneros en el patio. El último en unirse fue el Roña, supuesto poseedor de la llave del depósito de armas. Sin embargo las cosas no estaban funcionando bien para el grupo de separatistas dentro de la escuela.

El Roña fue primero interrogado por las buenas para que dijera donde había guardado el manojo de llaves, pero éste se negó. Luego lo habían golpeado. Primero en el estómago, luego en el rostro. Seguía sin querer hablar y la paciencia de Carlos estaba llegando a un límite. Ordenó que lo ataran casi desnudo al mástil del centro del patio y que lo golpearan una y otra vez con palos hasta que hablara.

Al parecer, se les había ido la mano a los torturadores de turno, porque luego de varios minutos de castigo, el joven tenía hematomas en los muslos, estómago, brazos, cuello y cara. Poco pudo resistir hasta que luego de un fuerte golpe en la cabeza, perdió el conocimiento.

- Carlos, este tipo se nos desmayó... no aguantó la paliza. Igual, dudo que vaya a hablar.

- ¿Qué le pasa a esta gente? Tanta lealtad para nada... - miró a otro de sus cómplices – ¿pudieron abrir la puerta?

- Por ahora no, es bastante resistente esa cerradura y la puerta es de hierro fundido. Salvo que le pongamos una bomba, no vamos a abrirla sin las llaves.

- La que los pario a todos – murmuró Carlos, mientras encendía otro cigarrillo – Vamos a tener que ser un poco más creativos entonces.

A pocos metros, arrodillado en el patio de la escuela y con sus manos atadas por la espalda, se encontraba Marcelo Sánchez. También presentaba signos de golpes al que fue sometido, como varios más del grupo de sobrevivientes. Sinceramente, nadie más sabía dónde podía el Roña haber guardado las llaves. En su momento, y por consejo de Nicolás, las armas fueron guardadas en un viejo depósito que había en la escuela que daba a un sótano. Por razones que nadie nunca supo, la puerta del depósito estaba hecha de una gruesa plancha de hierro fundido, pesado y resistente. Tenía también tres cerraduras que el encargado de los centinelas llevaría permanentemente. No había otra copia.

Los hombres de Carlos habían revuelto cada rincón de la escuela buscando las llaves, mientras otro torturaba al Roña, pero sin ningún resultado positivo. Estaban en un punto muerto donde en ese momento eran más de 30 personas, con sólo cuatro armas para defenderse y un depósito que albergaba pistolas, fusiles, subfusiles y municiones como para abastecerse por un año.

Un hombre llegó con un balde de agua y se lo echó al Roña que seguía inconsciente atado al mástil. Éste reaccionó asustado y se despertó de su ensoñación, sólo para darse cuenta que le dolía cada centímetro de su cuerpo. La herida de la cabeza manaba abundante sangre que nadie se había preocupado en curar.

- Sos un tipo duro, Roña – había comenzado Carlos – pero vi muchos como vos – Se acercó más a su cara destrozada – Piensan que aguantan todo, pero te voy a demostrar que hay algunas pequeñas cuestiones que te superan.

Hizo una seña y aparecieron dos laderos suyos trayendo un zombi al cual llevaban sujetado con cuerdas por el torso y el cuello. Les habían cortado las manos, aunque aún contaba con sus brazos y antebrazos para tirar golpes a un lado y al otro.

- Tranquilo pibe... este no es para vos – señaló al zombi – Al contrario, a partir de este momento te vas a convertir en juez de un concurso, ¿te parece?

- Estás loco... - logró murmurar el Roña – sacá esa cosa de la escuela, podés provocar una masacre...

- ¡Wow! Creo que adivinaste un poco mis intenciones – se colocó al lado del Roña, tomó su cabeza por los cabellos y se la levantó obligando a mirar a los más de veinticinco sobrevivientes que estaban arrodillados y maniatados en el patio – Vos a partir de ahora tenés dos opciones, me das la llave o elegís quien muere... pero como todo concurso necesita su incentivo, el primer participante es gratis.

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⏰ Última actualización: Sep 03, 2018 ⏰

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