Introducción

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  • Dedicado a Viridiana Espinoza
                                    


Si había algo que su padre le había enseñado muy bien, era a cumplir sus promesas

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Si había algo que su padre le había enseñado muy bien, era a cumplir sus promesas. Desde muy pequeña, recordaba sus palabras cuando prometía algo a su madre, o cuando aseguraba llegar a tiempo a cenar, cosa que siempre cumplía. Su padre era un hombre de palabra, y era algo que amaba de él. Las promesas significaban algo muy importante en su familia, si aceptabas algo, se hacía, sin siquiera dudar.

Y justo en este momento, debía cumplir con una promesa que le hizo a su padre, cuando no tenía nada de ganas de hacerlo. No quería, así de simple. No estaba segura de cuántas veces le había pedido que fuera a esa entrevista, y aunque se había salvado muchas veces, la noche pasada su padre la acorraló contra la pared, literalmente, hasta que ella aceptó -de mala gana-, ir a esa bendita entrevista.

No estaba siendo malagradecida, su padre quería lo mejor para ella, pero que le consiguiera trabajo en la compañía de la cual él trabajaba, le parecía inapropiado, e injusto para las demás personas que estaban interesadas en el puesto. Emma suspiró, no creyó que al graduarse pasaría esto. Se había graduado hace unas semanas en finanzas, con una especialización en buenas inversiones. Y cuando su búsqueda de empleo dio comienzo, su padre se interpuso diciendo que ya tenía un trabajo excelente, si tan solo aceptaba ir a la entrevista con su "gran amigo y jefe".

Estaba orgullosa de su inteligencia, algo que siempre la había acompañado desde niña. Tenía una particular y diferente forma de pensar, su mente era analítica, siempre veía el mundo de diferentes ángulos, era algo así como una persona imparcial. Y aunque eso era algo que le gustaba de sí misma, no todos los demás pensaban igual. Ser de esa manera le costó algunos problemas en sus relaciones sociales, con compañeros de escuela, y algunos maestros. Aquellos que lograban ver el verdadero genio y talento de Emma la aceptaron y cuidaron de ella para que su ingenio no se desperdiciara.

Su familia tardó en acostumbrarse a su personalidad, su padre más que nadie parecía no querer entender que cuando no estaba de acuerdo en algo, no lo estaría, y por ende había recurrido a engañarla para que aceptara. La entrevista era ese día, dentro de una hora, exactamente. Salió de su habitación y entró a la cocina a desayunar algo, si había algo que odiaba, era la impuntualidad.

Al estar sentada, con su desayuno servido -pan tostado, fruta y una taza de té-, su celular comenzó a sonar. Estiró su mano y miró la pantalla, apretó los labios, y puso el altavoz.

- ¿Hola? Emma sé que estás ahí -dijo la característica voz de su padre- Me diste tu palabra, cariño, debes ir a esa entrevista -silencio- Emma Elizabeth Maldonado, ¡levanta este teléfono ahora mismo!

Sonrió sin poder evitarlo. Su padre podía parecer violento pero no lo era. Tomó el teléfono que parecía vibrar por el escándalo de su progenitor y suspiró antes de responder.

-Buenos días, Don Antonio Maldonado -saludó divertida. Al otro lado se escuchó una sonora carcajada- Estoy desayunando, no quiero llegar tarde a esa bendita entrevista a la cual me has obligado a ir.

Falsas Impresiones [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora