Capítulo 9: Amigos

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Ya era domingo por la mañana, y estaba desayunando huevos con café

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Ya era domingo por la mañana, y estaba desayunando huevos con café. En menos de una hora tendría que ir a Tejas Verdes para acompañar a Anne y Jerry (un niño francés que contrataron los Cuthbert) a la ciudad. Iba vestida con mis camisetas blancas y pantalones. James se había ido a trabajar, y mama seguía durmiendo a esas horas.

Terminé de desayunar y lavé los platos rápidamente. Estaba sin zapatos, y sentía el frío piso bajo mis pies. Subí las escaleras hacia mi habitación casi con pereza, y encontré mis botas en el suelo frente a la puerta. Me las coloqué, y comencé a revisar mi habitación. Tenía un par de sarillos viejos, mi cámara fotográfica y varias cosas viejas de mis padres. Decidí sacarlo todo unos instantes, y mirar que servía para ayudar a Anne. 

Abrí con rapidez el armario, sacando la bolsa en la que tenía todas esas cosas. Cuando la abrí, no había mucho por lo cual alegrarse: unas cuantas copas de plata y tenedores (de la boda de mis padres), dos collares simples con apariencia vaporosa, y un pendiente azul de jade. Todas esas cosas habían estado conmigo desde que fui capaz de encontrarlas en casa, ya que mis padres tenían el vicio de guardar todas las cosas que consideraban con sentimientos integrados. Aunque era algo triste para mi saber que tendría que separarme de esas cosas que había mantenido tantos años, esperaba que eso ayudara a la situación actual que conllevaba la familia Cuthbert en ese momento. Quería ayudarlos, incluso aunque significara separarme de unas cuantas cosas preciadas.

Las guardé en mi maleta de hombro, y la colgué en el este mismo. Mientras lo hacía observé con fijeza mi cámara en el fondo del tocador. Sabía que una de esas podría costar casi 500 dolares, sin contar el buen estado en loa que se encontraba, y que tenía inclusive el empaque original. La agregué también a la maleta, decidida a usarla solo si era necesario.

Volví a bajar por las escaleras, y me dirijo a Tejas Verdes. Cuando llego, Anne ya estaba subida en el trineo, junto al chico que habían contratado los Cuthbert hace unos meses.

- Hola chicos - saludé, tocando por detrás el hombro de la pelirroja. Ella se sobresaltó, pero me hizo señas para que subiera al trineo también. El muchacho me saludó también, y note que tenía un fuerte acento francés.

- Me llamó Jerry. - se presentó el muchacho, extendiendo la mano. Observé el gesto frente a mí, y lo acepté en una sacudida.

- Jenny - le sonreí. Anne me dio una mano para lograr subir al trineo, y cuando estuve acomodada en los asientos traseros, Jerry empezó a avanzar.

La nieve realizaba un paisaje completamente diferente al que me había acostumbrado antes, ya que todas las copas de los árboles estaban repletas de nieve fresca y húmeda.

La ciudad estaba atestada de personas, corriendo de un lado a otro. Los hombre cargaban carretillas de madera, y las mujeres se subían las faldas sobre los tobillos, para así poder atravesar la densa nieve. El trineo se quejó con un chirrido cuando Jerry lo aparco en un establecimiento.

- Iré a vender el caballo - nos informó el chico, mientras se llevaba de la correa y con cuidado al animal. Observé en el rostro de Anne el evidente desacuerdo, pero no fue capaz de decir nada al respecto.

- ¿Estás segura que éste es el lugar correcto? - le pregunté cuando señaló un establecimiento cerrado, con muchas cosas mostrando algunas cosas interesantes. - No creo que el dueño de mucho por las cosas, querida Anne.

- No tengo otra opción, supongo - suspiró la pelirroja, saltando del trineo sin importarle la nieve. Caminamos por la estrecha carretera, y nos recibió la oleada de calefacción dentro de la tienda. Un hombre de edad media, con un pequeño rastro de canas en el cabello y arrugas bajo los ojos.

Recorrí la tienda con la mirada, y el señor ya conocía de ante mano a Anne, porque de una vez la niña comenzó a ofrecer lo que había traído para cambiar. Eras varia loza de plata algo sucia, copas finas y la porcelana favorita de Marilla. También, entre esos, estaban el prendedor de esmeraldas.

No quería ver como Anne entregaba todas las cosas que podían seguir teniendo significado para ella y los Cuthbert. Pero debía ayudarla, y cuando el resultado de dinero final no fue lo que ella esperaba, decidí intervenir.

- Es todo lo que puedo ofrecerte, niña - le dijo el hombre cuando me acerqué a la barra. Anne le siguió replicando con testadurez, pero de mi bolsa saqué el pequeño estuche de cuero antiguo.

- También hay esto - llamé la atención del vendedor, mostrándole la cajita. Levanté la tapa y en ella se vio la cámara. Anne me jaló con suavidad el abrigo marrón, pero negué repetidas veces con la cabeza. - Es una cámara de rollo, y prácticamente parece nueva. Tiene cuatro rollos más, y fue fabricada en Francia. - le expliqué, dejándole sacar la cámara con sumo cuidado. Revisó la lente, los rollos y también la cuerda para colgar. Me observó con curiosidad. - Usted y yo sabemos cuánto cuesta una de estas, señor.

- Estás en lo cierto, jovencita. - aceptó colocando de nuevo la cámara en su lugar. Después de acordar el precio de la cámara y otras cosas que había traído - tarea difícil con un hombre más testaduro que yo misma-, al contar el dinero de veía que aún no era suficiente. La deuda con el banco era muy grande, e incluso mi cámara no pudo ayudar a alcanzar ese precio vendiendo las cosas.

- No te preocupes, Anne. Tal vez con el dinero del caballo sea más que suficiente - la tranquilize cuando guardaba el dinero, porque estaba reprimiendo con poca fuerza su expresión de preocupada.

- No tenías porque hacer lo que hiciste, Jenny. Pero te agradezco de todo corazón - me dijo en la parte de afuera, tomándome en un gran y apretado abrazo. Desde hacía tiempo que los abrazos no me gustaban, pero este lo acepte con gusto.

- Es lo que hacemos los amigos, ya sabes - le dije, riéndome a la par en que alguien tocaba mi hombro por detrás. Anne decido el abrazo unos segundos después, y me obligó a darme una vuelta.

Y efectivamente, ahí estaba Liam. Junto a Gilbert. Que combo.

- ¿No quisieran sentarse? - nos preguntó Gil, después de que los dos dieran sus saludos. No entendía como es que esos dos llegaron a conocerse, pero no estaba de ánimos. Aunque había hecho un buen acto al haber vendido mi cámara, me dolía mucho.

- Si… creo que eso estaría bien - terminó por hablar Anne, porque me había quedado sin palabras.

Jenny: Bellyache - gilbert blytheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora