1.| Gris existencia |

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Lunes 8 de enero, 6:45 am.

Estaba vivo. Qué desastroso.

La aburrida rutina diaria de Carl lo acompañaba en la mañana junto con el espantoso ruido de la alarma, que le recuerda con disgusto que está condenado a pisar el mundo mortal. Una molestosa vida, sin duda.
Siempre odió tener que salir de su cómoda cama y cambiar su tibia pijama por su ropa fría, y sí que era un fastidio; pero estaba agradecido de que su escuela les de libertad a sus alumnos para vestir como quieran. Bueno, sólo con algunas pequeñas condiciones.
Sus vecinos opinaban que era un "adolescente rebelde" teniendo en cuenta su actitud y prendas oscura. El hecho de vestir poco formal tenía sus ventajas, pues nadie se metía con él; y de cierto modo le tenían respeto y algo de temor por sus características.

-¡Carl! Tu desayuno está en la mesa, ven rápido o se enfriará- gritó su madre desde abajo -Me tengo que ir ahora mismo, ten un buen día cariño.

Carl apenas se estaba cambiando.

-Sí madre, ahí voy. ¡Cuídate!

Escuchó cómo su madre salía de casa.
Ahí iba ella, concentrada en su trabajo de abogada. Su ausente padre, por el contrario, se la pasaba trabajando transportando cosas, y pasaba el mayor tiempo fuera de casa; por lo cual Carl se encontraba solo la mayor parte del día.

Bajó lento hacia la sala, fue a la cocina y vió su desayuno: Una taza de leche caliente y unos panqueques. ¿Acaso su madre seguía pensando que él tenía 10 años?
Después de terminar fue a la sala y agarró su mochila que hacía juego con su atuendo oscuro, jeans y una desgastada sudadera negra. Después de un leve suspiro, se dirigió a la cochera por su bicicleta, la cual le suplicaba que la llevara por los caminos cerrados, de esos que son silenciosos y misteriosos.

Y entonces Carl se encontraba pedaleando, sintiendo el aire en su rizado cabello, deseando haberse puesto la capucha. Al llegar a aquel ruidoso lugar, fue invadido por la incomodidad de tener que soportar de nuevo ese sitio tan hipócrita y superficial, lleno de idiotas de mentes vacías que solo buscan atención intentando impresionar a una chica igual de idiota que ellos; lo de siempre. La mayoría era una bola de irrespetuosos inmorales que ocultaban sus pecados de forma absurda.
Patéticos.

-¡Carl!-

Y supo que eran ellos de nuevo. Hope, junto a Brian y Alex, siempre trataban de entablar una conversación con él. Aún así, a Carl le resultaban molestos.

-¿Qué?

-¿Quisieras venir a jugar bolos con nosotros? ¡También irán otros compañeros!- Dijo entusiasmada la castaña.

-No.

-Vamos, ¡Será divertido! Además, podrás socializar con más personas y hacer nuevos amigos.

-¿Hacerme amigo de una bola de tarados que no me agradan y que yo tampoco? Gracias, en serio.

-¿Por qué siempre eres tan cerrado?

Carl la ignoró y continuó su camino subiendo las escaleras hacia el aula que le correspondía. Eso no impidió que Hope lo siguiera.

-Por cierto, hoy ingresó un chico nuevo al salón.

-No me interesa.

-Tal vez él sí acepte nuestra invitación - dijo Hope decidida.

-Suerte.

El pelinegro se dirigió a su asiento en la parte trasera del salón evitando ver a cualquiera, y se sentó.

Lenguaje le era muy aburrido, pero tenía que soportarlo.

Y finalizó la clase; ahora seguía biología, pero antes de que llegara la profesora decidió ver a su alrededor: ahí estaban Alex y Brian tratando de convencer al chico nuevo de ir con ellos, pero él se negaba rotundamente, mostrándose fastidiado.

El chico presentaba miradas por encima del hombro, postura recta y una extraña cortesía.
Un egocéntrico de clóset. Tal vez incluso narcisista desde la perspectiva prejuiciosa de Carl.

Y entonces la profesora ingresó al aula.
Las notas de Carl no eran tan malas ni tan buenas, en ese aspecto era un chico promedio, aunque está consciente de que si se esforzara, podría estar a la par de Hope, la primera de la clase.
Aunque prefería estar en su estatus de no llamar la atención.

Durante el día entero vio cómo el nuevo contestaba correctamente las preguntas que le hacían los profesores; al parecer era un cerebro. Tiembla Hope.

Quién sabe, no sería algo sorprendente que al día siguiente viniera física o psicológicamente dañado; por presumido, sabelotodo e idiota.

La clase terminó. Carl tomó su mochila para regresar a casa, pero Alexander lo detuvo:

-Carl, amigo ¿Qué harás hoy en la tarde?

-No te interesa, y no soy tu amigo.

-Está bien, no tienes que responder así.

-¿Qué quieres? Ya debo irme.

-Bueno, siempre te hemos notamos algo solitario, y quisiéramos que seas nuestro amigo, porque queremos ayudarte- Dijo, tratando de darle un amistoso golpecito en la espalda.

-¿Ayudarme? - Respondió con desdén - ¡No necesito que me ayuden en nada!- Renegó Carl y se fue apresurado del aula, empujando las cosas del nuevo.

Lo último que vio al retirarse fue al nuevo con una cara de molestia. Quería irse rápido, así que se dirigió casi corriendo al área de bicicletas, montó la suya y se dirigió a casa.

Cuando llegó, guardó su bicicleta en la cochera, y con la mirada gacha se dirigió lentamente a su habitación, y se lanzó en su cama boca abajo, intentando dormir, ya que eso calmaba su estrés y tristeza.

No podía sacar de su cabeza ese 'queremos ayudarte'. Eso solo demostraba que ellos, efectivamente, le tenían lástima, haciéndolo quedar como un enfermo. Sabía que algo iba mal con su psique.
Si tener amigos era que te tuvieran lástima, él no necesitaba uno; preferiría mil veces su soledad.

Su madre siempre venía hasta tarde.
Durante el resto del día se dispuso a hacer sus deberes mientras que paralelamente escuchaba música, sumergiéndose en ese mundo de melodías y pensamientos largos.

¿Tendría que lamentarse por su existencia tan gris?

| ¿Me enseñas a amar? |Where stories live. Discover now