Prefacio - La plegaria del Guardián de la Luz

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Los polos explotaron, la carga espiritual negativa era demasiada, ni siquiera las colonias de gigantes que resguardaban los portales habían podido contra ellos, fácilmente cayeron, abrumados por sus pasados, por el dolor y por las heridas que los espíritus habían abierto y las horribles criaturas ocultas en el portal habían destrozado.

La noticia sobre los gigantes falleciendo a peligrosa velocidad llegó al Guardián de la Luz quién, preocupado por la vida del resto de los seres que habitaban los cuatro reinos, llamó con urgencia a los otros guardianes pidiéndoles que designaran un catalizador. Una vez que los cuatro catalizadores fueran creados y colocados permanentemente en el centro de los Reinos, los portales se cerrarían, los espíritus se esfumarían y las criaturas serían cegadas por la Luz.

El primero en oír las plegarías de la Luz fue el Guardián de la Tierra, un Ent —guardián de los bosques, híbrido entre hombre y árbol— que vivía en el centro de su reino. Él cortó dos de sus ramas del que una nueva criatura emergió, la parte superior de su cuerpo asemejaba el de una ninfa verde y la inferior la de un ciervo, las ramas del Ent se posaron en su cabeza y se convirtieron en astas y sus brazos fueron cubiertos por flores. El Ent la bautizó Maple y sacrificó su puesto en el mundo físico para permitirle almacenar cantidades magnificas de energía. Maple fue encerrada en una celda hecha con el resto de las ramas del roble, en el mismo lugar en el que había muerto el Guardián.

El siguiente fue el Guardián del Agua, un calamar gigante que dormía en las profundidades del mar y ocasionalmente visitaba a sus protegidos. El Guardián dudaba sobre los beneficios de un catalizador pero cuando su reino fue atacado consumió su propia vida para crear uno. De uno de sus tentáculos nació una ondina, las ventosas se encogieron y permanecieron en sus brazos, disminuyendo en cantidad a medida que llegaban a sus manos. Su piel blanca era suave y estaba cubierta por rayas violetas, al igual que su cabello que nunca creció más allá de sus hombros. La ondina fue nombrada Brote de Loto por uno de los seguidores más devotos del Guardián y alojada en la cueva subterránea en la que él solía vivir.

Cuando los rumores se alzaron hasta el Reino del Viento ya era de noche, la Guardiana, una joven grifo, ya se hallaba en combate con los seres espirituales y oscuros que amenazaban con destrozar su comunidad, no tenía tiempo para pensar en un plan sofisticado como lo había hecho el Guardián de la Tierra, ni tenía ganas de consumirse y dejar a cargo a un recién nacido, así que, en cambio, dejó que una de las criaturas arrancara sus alas. La joven grifo ordenó a uno de sus súbditos que llevará las alas a La Jaula, una escultura ubicada en el centro de la nube principal.

Las alas se alzaron en el aire una vez colocadas en La Jaula, resplandecieron y una figura femenina se materializó frente a ellas, cuando terminó de brillar en su cabeza se formaron un par de cuernos puntiagudos y las alas, que antes habían sido blancas, se tornaron negras. La figura era bañada por el resplandor de la luna que hacía que, en la piel blanca de sus piernas, brillaran una gran cantidad de espirales azules. El súbdito la nombró Lirio Lunar y sintiéndose intimidado por su palidez y el negro que llenaba sus ojos le rogó que se mantuviera en La Jaula.

El Reino de Fuego, protegido por un basilisco saurio mayor, una bestia con apariencia de reptil y ocho patas, que hace tiempo atrás había ganado una inteligencia mayor a la de la mayoría de su especie; era el último en designar un catalizador y el más afectado por la invasión. Incapaz de petrificar a cada una de las criaturas o deshacerse de los espíritus, el basilisco defendió a las últimas familias con vida, sin embargo, él sabía que no resistiría mucho y que pronto serían indefensos ante ella. El basilisco entregó toda su energía a la hermana de una sacerdotisa que había muerto tratando de salvar a los miembros del templo.

Al momento en que fue transformada en un catalizador la niña se hallaba descansando, estaba herida. El fuego quemó y cerró todas sus heridas, su cabello que ya era negro, consiguió una textura similar a la del carbón y en toda su piel se formaron líneas incandescentes. En el centro del Reino se construyó una gran torre de piedra, en la que el catalizador había sido encerrado. Los miembros del templo, sorprendidos por el recién adquirido calor de su piel y el nuevo rojo en sus labios, la llamaron Flor de Fuego.

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Flor de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora