29.

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«Antes, sentía que debía escribir algo grande, e importante. Algo para que todo cobrase sentido. Pensaba que tenía que encontrarme a mí misma. Pero estoy aprendiendo que la vida no se trata de encontrarte, sino de crearte.

Supongo que no sé exactamente quién soy, ni dónde estaré en unos meses. Antes eso me daba miedo, y me paralizaba, porque significaba que no tenía control. Ahora, me he dado cuenta de que no tienes por qué tener ideas fijas sobre quién eres, o a dónde te diriges. La única forma de encontrar el equilibrio, es dejar de preocuparse por el pasado, y también dejar de planear el futuro. Porque si no lo haces, podrías perderte el presente. Y este presente, es lo único que está asegurado. Los últimos meses de mi vida me han permitido llegar a la siguiente conclusión: ¿qué sentido tiene intentar definirse a uno mismo, cuando estamos cambiando continuamente?

De momento, todo lo que sé con certeza es esto: me llamo Haley Anderson, y tengo diecisiete años. ¿Qué más necesitas saber?»

La señorita Aoki levanta la mirada hacia mí. Yo la observo, algo nerviosa, pero también bastante segura de mi trabajo.

—Antes de que hable—la detengo cuando la veo abrir la boca, y se queda en mitad del acto—, le voy a decir que diga lo que diga, no me va a venir abajo. Esta es mi verdad, estoy orgullosa de lo que he escrito, y eso es lo que realmente me importa.

—Haley, es brillante—concede.

—Menos mal—digo tras soltar el aire, llevándome una mano al pecho. Ella se ríe.

—Pero...

—Oh, lo sabía—hablo yo. En cierto modo, había visto venir ese "pero". ¿En qué la habré cagado? ¿La ortografía? ¿Mi vocabulario?

—... me gustaría saber a qué te refieres con que no sabes dónde estarás en unos meses. Creía que ya habías decidido la carrera que vas a estudiar.

—Ah, eso—frunzo el ceño—. Ya... Sí, creía que quería hacer Derecho. Pero ya no lo creo. Me gustaría ayudar a la gente de alguna forma, pero... no es mi vocación.

—Está bien—asiente con la cabeza, procesando lo que he dicho—. ¿Se lo has comentado a tus padres?

—No—reconozco—, todavía no. Pero tal vez deba hacerlo.

Y también puede que no sea lo único con lo que debo sincerarme.


Reagan y yo estamos sentadas en un banco del vestuario, en silencio. Ambas estamos atándonos las botas, y yo me siento extrañamente nerviosa. Supongo que no sé cómo dirigirme a ella, o cómo actuar a su alrededor. Sé que sonará estúpido, pero todavía me cuesta procesar que ya no pasamos nuestros días yendo a cuchillo a por la otra. Y mirándola detenidamente, me doy cuenta de que nunca la he visto tal y como lo hago ahora.

—Oye, Hales—noto mi estómago volcar cuando me llama así. Reparo en que su tono al dirigirse a mí es distinto a lo habitual—. Sé que nunca te di las gracias por lo que hiciste por mí, cuando dejaste que Williams te echara en lugar de a mí...

—No tienes que dármelas—le digo sin pensármelo dos veces.

—... porque me pareció una estupidez—Oh, allá vamos otra vez. Frunzo los labios.

—¿Cómo dices?

Ella se levanta de un salto y comienza a andar hacia la salida, así que la sigo.

—Vale, sí, fue heroico y todo eso. Y para qué mentir, me dejaste impresionada—confiesa. La miro con las cejas alzadas, y ella se sonroja levemente—. Como capitana—aclara—, pero aun así, fue una estupidez. Escucha bien esto porque puede que no lo vuelvas a oír: me alegra un montón tenerte de vuelta. Pero por favor, no hagas que sea en vano. Los nacionales están al caer y tienes que mantener la cabeza en el juego. Tienes que ser una tía dura.

Asiento varias veces.

—Claro, claro. Estoy de acuerdo.

—Genial, porque tengo algunas reglas que puedes seguir, elaboradas por una servidora, para ser la número uno.

Suelto una carcajada de incredulidad. Ambas nos detenemos junto al equipo en el campo, esperando al entrenador. Estamos tan juntas que nuestros brazos se tocan. La miro desde cerca, sonriendo.

—No sé si remarcar la ironía de que tú precisamente sigas "reglas", o si decirte que me deleites, aunque algo me dice que vas a hacerlo de todos modos.

Reagan rueda los ojos. Oímos un silbato y todas nos giramos esperando ver a Williams, pero inmediatamente bajamos la mirada para toparnos con un niño pequeño, el cual lleva una gorra del revés y tiene los brazos cruzados. Eso sí, no es cualquier niño.

Es el sobrino de Williams.

—¿Soy yo, o Williams ha encogido desde la última vez que lo vimos? —pregunta Brenda, y Dom se ríe con ganas.

Y hablando del rey de Roma, por la puerta se asoma, probablemente mosqueado porque no ha podido terminar su capítulo de Friends.

—Bueno, equipo, supongo que ya conocéis a mi sobrino, Liam. Tiene ocho años, es una pequeña leyenda del fútbol, y se va a quedar conmigo unos días porque quiere pasar tiempo con su tío favorito. Ya sabéis, aprender de mí.

—Oh, ¿en serio? —dice Sarah, enternecida.

—No, sus padres están fuera de la ciudad—refunfuña el entrenador.

Todas reímos. Sonrío mientras me agacho hasta la altura de Liam, tendiéndole la mano.

—Hola, yo soy Haley. Williams nos ha hablado mucho de ti. Me parece muy guay que te interese el fútbol. Yo empecé a los once, podemos enseñarte si quieres.

—Muy amable—dice con algo de indiferencia, tras apretar mi mano—, pero llevo jugando desde los dos años, así que mejor te enseño yo a ti.

Williams se troncha de la risa y yo me levanto de nuevo, chasqueando la lengua. Siento a Reagan contener una sonrisa a mi lado, para luego suspirar y decir:

—Regla número uno: nunca des nada por sentado.

Entendido. Sonrío de lado tras cruzarme de brazos, y esta vez cuando le hablo a Liam, no me agacho.

—Vale, tenemos los Nacionales en una semana. Sé honesto. ¿Cómo nos ves?

Él parece pensárselo de veras, porque hace una mueca de esfuerzo. Tras unos segundos, va y suelta:

—Veo, veo...

Nos miramos entre todas, confundidas a la par que divertidas.

—¿Qué ves?...—preguntamos casi al unísono.

—Que es hora de darlo todo en el campo—exclama, dando puñetazos al aire. Williams sopla varias veces por el silbato y todas nos tiramos hacia el campo, gritando como guerreras. 

Being number oneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora