7.

3.9K 311 34
                                    

Yaz me sonríe, pasándome un brazo por los hombros. Yo me froto las manos.

—¡Día del partido! ¿Nerviosa?

Niego con la cabeza y hago un ademán.

—No—le digo, indiferente. Ella me dedica una mirada escéptica y yo me rindo—. Vale, sí. Mucho. Mucho más que mucho.

Suelta una carcajada.

—¡Vamos, Hales!

—No me vengas con "vamos, Hales"—la aviso, señalándola. Niega con la cabeza.

—No hay nada de qué preocuparse. Os habéis preparado un montón. Mucho. Mucho más que mucho—me imita, y yo la empujo con una mano. Se parte de la risa—. ¿Qué es lo peor que podría pasar?

Me devuelve el empujón y no puedo evitar reír con ella. Dejamos de hacerlo cuando Williams se acerca a nosotras, enderezándonos al momento.

—Jovencitas—dice, asintiendo con la cabeza. Casi siempre lleva una gorra, y hoy es uno de esos días.

—Entrenador—contestamos como saludo. Luego se dirige hacia mí.

—Haley, necesito que Reagan y tú me hagáis un favor.

¿Es que disfruta haciendo eso?, pienso para mis adentros.

—Claro—respondo en su lugar. El entrenador llama a Reagan, y esta se acerca sin prisa pero sin pausa. Lleva unos pantalones cargo, y un jersey a rayas negras y grises.

—¿Qué pasa? —pregunta al llegar, con una mirada abierta. Entonces pone una mueca—No me diga que es otro trabajo.

Williams ríe con ganas.

—Más o menos. En vista de que sois las co-capitanas y yo tengo cosas que hacer, necesito que Haley y tú vayáis a entregar unos papeles. Son los que nos inscriben para el Campeonato Nacional de Futbol Femenino, así que no podéis perderlos bajo ningún concepto.

Yo asiento frenéticamente. El Campeonato Nacional de Fútbol Femenino—o CNFF, como me gusta llamarlo a mí—es el partido más importante de nuestra división. Se nota que el entrenador confía en nosotras.

—Eso está hecho—le dice Reagan, tranquilamente.

Él nos da una mirada severa.

—Asumo que puedo confiar en que llegaréis a tiempo para el partido.

—Totalmente—le aseguro yo.

Nos da la dirección. Reagan coge los papeles y hace un saludo a lo militar.

—No le defraudaremos, señor—anuncia, con una comedia inusual. El entrenador simplemente se larga, pasando por completo, y Reagan sonríe. Su buen humor casi me pone los pelos de punta.

Ya hemos echado a andar cuando frunzo el ceño. Algo a la defensiva, cuestiono:

—¿Tienes que llevar tú los papeles?

Con dramatismo, Reagan pone los ojos en blanco.

—A veces me pones enferma, Anderson.

La miro con los ojos entrecerrados, para luego volver a fijarme en la dirección. Empiezo a morderme las uñas, de forma inconsciente. Ella me contempla con disgusto y me coge la muñeca para que deje de hacerlo.

—¿Y ahora qué te pasa?

Me cruzo de brazos en un intento de amortiguar mi mal hábito, avergonzada. Mi madre dice que es mi forma de lidiar con el estrés. Por eso no tengo uñas.

—Nada. Es sólo que... Vamos a llegar a tiempo, ¿verdad?

Reagan se ríe (de mí, por si había dudas), y niega con la cabeza.

—Por favor. ¿Cuánto tiempo podría llevarnos ir a dejar unos malditos papeles?

Sí, estoy siendo paranoica. Así soy yo, siempre pensando en lo peor.

—Tienes razón. Espera—paro en seco nada más las palabras salen de mi boca.—. ¿Acabo de darte la razón?

Me mira, entre desconcertada y satisfecha, pero luego sacude la cabeza. Sigue caminando.

—Sí, ha sido raro. No vuelvas a hacerlo. Te cargarías nuestra relación de desprecio mutuo.

Vuelve a tener razón. ¡Dios!

Por fin llegamos al edificio, y Reagan me da una sonrisa de autosuficiencia. Por una vez, me alegro de verla. Y es que significa que aunque haya un poco de cola, llegaremos con tiempo de sobras. Reagan mueve su mano para señalar hacia el interior como si de un anuncio se tratara.

—¿Lo ves? Pan comido.

Me fijo en sus manos, y abro mucho los ojos.

—Los papeles.

—¿Qué?

—Los papeles. ¿Dónde están los papeles?

Reagan mira hacia sus manos vacías y pega un grito. Busca a su alrededor con la mirada. Yo también lo hago, pero no encontramos nada.

Echa la cabeza hacia atrás, y exclama:

—¡Mierda!

—Lo sabía. ¡Esto no habría pasado si los hubiese llevado yo!

Me mira con desdén.

—¿De qué vas? Las dos tenemos la culpa.

Me río, casi incrédula.

—Oh, ¡me alegra saber que ahora sí cuento! —le espeto, sacudiendo los brazos en el aire—. No me lo creo. ¡No puedes ni conservar unos malditos papeles!

—¡No veo que tú conserves nada tampoco!

Seguimos así durante lo que parece una eternidad, causando todo un numerito, cuando al cabo de unos segundos oímos a alguien decir:

—¿Buscáis esto?

Nos giramos de sopetón, topándonos con dos chicas. No las conozco, pero van vestidas con equipamiento de fútbol y una de ellas sujeta unos papeles en su mano. ¡Los papeles!

Junto las manos como gesto de agradecimiento, sonriendo. Me acerco hacia ellas para cogerlos.

—Gracias—digo yo, pero en cuanto alargo el brazo, la chica levanta su mano, alejando los papeles de mi alcance. Mi expresión cambia de golpe—. ¡Eh!

—No tan rápido—me contesta, y ambas ríen.

Reagan se coloca a mi lado, y les dedica una de sus caras de mala leche más auténticas.

—¿Cuál es vuestro puto problema?

Se vuelven a reír, alzando las manos. Es evidente que eso sólo nos cabrea más.

—Vaya, la chica tiene genio—habla ahora la otra. Le echan un vistazo los papeles, y nos observan con sorna—. ¿Vosotras os presentáis a los Nacionales?

—Así es—contesta Reagan, alzando la barbilla.

Sólo ahora me fijo en que son algo mayores que nosotras, probablemente tengan unos veintitantos. Lo peor es que son guapas.

La primera chica sonríe, y suelta un:

—Está bien. Mirad, como soy benévola, os lo pondré fácil—señala con la cabeza el campo de fútbol del que han venido—. Vosotras dos contra nosotras dos, a penaltis. Quién marque primero gana. Si ganáis vosotras, os devolvemos los papeles. Pero si no—ambas ríen—olvidaos de vuestros Nacionales.

Noto que Reagan traga saliva, y me doy cuenta de que está algo nerviosa. Asiento con confianza, aunque por dentro esté cagada, justo antes de decir:

—Veamos cómo lo hacéis. 

Being number oneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora