Capítulo 4: "EL CONEJO DE ALICIA"

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Cuando entró al bar, Bruno vio que Marlowe lo esperaba con un grupo de actores, riendo y charlando mientras tomaban un fernet. A su lado, estaba sentada una rubia platinada, con los labios pintados de rojo: así alimenta su personaje, pensó Bruno. Vio que el joven periodista fumaba un cigarrillo con una mano y, con la otra, acariciaba los muslos de la chica.
Caminaba hacia la mesa cuando Marlowe lo vio y se paró.
—Bruno, ¿cómo estás? Perdoname pero nos quedamos charlando sobre la película con esta hermosa gente. Vamos a sentarnos en la mesa de al lado, ¿te parece?
Marlowe hizo una reverencia a la rubia, que sonrió y se quedó cuchicheando con otros dos hombres que parecían modelos famosos.
Los periodistas se encaminaron a una mesa vecina, y se sentaron de forma que Bruno quedaba de frente a la mesa de los actores.
—Bien, ¿qué querés tomar? Yo, obvio, voy por otro fernecito. A ver si veo a la moza...
Bruno miró a Marlowe: era joven, apenas se le veía una pelusa en los pómulos y tenía un rostro moreno y redondo. Se sorprendió pensando que era un pibe lindo, con una belleza muy femenina y delicada. Vio detrás suyo a la rubia que sonreía y se volcaba fernet en la blusa blanca, y lo envidió un poco más.
—Se ve que te juntas con gente interesante vos –dijo.
—¿Cómo? –dijo Marlowe y se dio vuelta para mirar a sus amigos— Ah, sí –rio—, la verdad que no me puedo quejar.
—Espero que eso no te distraiga.
Marlowe se quedó mirándolo, sin dejar de sonreír. Después levantó la vista, llamó a la moza y ambos pidieron. La mujer asintió y se fue.
—Bien —dijo Bruno, y sacó de su mochila varias hojas impresas con perfiles y entrevistas viejas—. Acá te tengo laburo. Tenés que ayudarme a revisar todo esto: quiero que armemos puntos temáticos. Además acá te dejo estos tres cassettes, son seis horas de entrevistas radiales: hacé lo mismo.
Marlowe agarró todas las hojas y abrió bien grandes los ojos.
—¿Todo esto para una entrevista?
—Sí.
—¿Para tanto? Vamos a hacerle publicidad a un candidato, tampoco nos pongamos tan serios.
—Vos hacelo.
—Álvarez, te veo amargado. ¿Qué pasó viejo?
Bruno suspiró.
—Estoy cansado, así que no te me hagas el vivo, que lo que menos quiero es tener que bancarme que me boludees —dijo.
Marlowe sonrió y tomó un trago.
—Estamos todos así, amigo —dijo Marlowe, y señaló a la rubia con un movimiento de cabeza—. Pero siempre hay que encontrar una distracción nueva ¿no? Ese airecito que nos refresque las ideas y nos susurre lo únicos y auténticos que somos en este cardumen de pijas que merodea el culo del mundo. ¿No te gustaría, Brunin? Quizás este airecito se pueda compartir...
—No seas pelotudo. Si hay algo que no necesito es un pendejo libertario que me venga a apurar.
—¡Dale, pavo! Le preguntamos, capaz que le gusta la idea, ¿a vos no te gusta la idea? Dejemos de complicarlo todo, somos cuerpos, personas que se quieren amar con el físico, con la piel; compañía de la buena para estas noches oscuras.
Bruno miró hacia la otra mesa: la actriz miraba por la ventana, como perdida, mientras enredaba con sus dedos un mechón de pelo dorado. Se veía hermosa, casi como un angel...
—Te jodo, Álvarez. No tenés sentido del humor, che —dijo Marlowe, volviendo a sentarse.
—Sos un pelotudo.
—¿Hace mucho no mojas?
Bruno no contestó. Tomó todo su fernet de un trago, y apoyó el vaso con fuerza sobre la mesa. Marlowe sonrió, luego sacó un cigarrillo y lo prendió con un encendedor de metal.
—Vamos a lo importante –dijo Bruno—: hace todo eso que te dije. Y concéntrate.
—Sí, sí. ¿Con quién empezamos? ¿Além?
—Roca.
—Era obvio. ¿Es nuestro pollo, no?
—Es un posible candidato.
—¿Vas a escribir una crónica?
Bruno negó con la cabeza.
—¿Por? Vos escribiste esa crónica sobre los ghosttown que fue increíble, maestro. La que hablás sobre los tiempos de las hinchadas de fútbol también, muy románticas son. Tiene nostalgia, nadie escribe sobre esas cosas ya.
—No rinden.
—Vamos Brunito, yo me enamoré de esas crónicas. Algún espacio para el disfrute tiene que haber todavía.
Bruno sonrió.
—Vamos compañero —dijo Marlowe—, si te parece, le decimos a mi amiga y vamos a mi departamento. Podemos escuchar algo de música y tomar más fernet: tengo un Branca edición limitada que te va a volver loco.
Bruno pensó en negarse, pero después miró a la actriz, sus labios rojos, las piernas largas, y dijo que sí.
El departamento quedaba a dos cuadras, sobre Avenida Colón, en un antiguo edificio reciclado. En el living había una mesa ratona con varios libros encima, y una lámpara de pie iluminaba un sillón de cuero.
Marlowe apareció desde la cocina con tres fernets con Coca, y los dejó sobre la mesa. Luego fue hacia un viejo equipo reproductor de vinilos, y puso un rock denso y oscuro. Tenía un bajo sensual, espeso, y una voz un tanto mística. Bruno pensó que debía ser música prohibida.
La rubia sacó de su cartera plateada una caja de metal y, de adentro, una bolsa con un polvo como brillantina. Se puso a armar unas líneas, mientras Marlowe bailaba y se sacaba el saco y la corbata.
—Bruno, Bruno, vos sos la historia viva —dijo, bailando con la corbata. Luego, como si lo recordase de repente, fue hasta la biblioteca y agarró un libro—. Esto es algo que te va a encantar, ¿lo conocés? Un librazo.
—¿Es ilegal?
—No de donde yo vengo —contestó Marlowe.
La rubia le tocó el hombro a Bruno, y le pasó un tubito de metal, para que tome.
—No, gracias –dijo Bruno—, no tomo.
—¿No? Mirá que esta es legal —dijo ella—, la compré por database, la manufacturan artificialmente y dicen que es de las mejores que se pueden comprar hoy en día.
—Dale compañero, que la hace una subsidiaria de Bayer, dicen que está mezclada con MT y MD. Es una explosión cerebral.
Bruno sintió que la actriz le acariciaba el pelo, y vio que Marlowe sonreía, ahora con la camisa afuera y sosteniendo un bastón de mango dorado. Desde los parlantes se oía una voz hipnótica que cantaba:
"En el campo se escuchó gritar:
Quien será capaz de vencerlo al gran Goliat?
Cómo estar tan equivocado?
Para qué armas en la mano?"
Aspiró y levantó la cabeza hacia atrás.
—Bien ahí Bruninn –dijo Marlowe—. Ah, ahí te dejé el libro en la mesa, te lo presto, ¡pero me lo devolvés eh!
Bruno agarró el libro y lo abrió: tenía las hojas amarillas, y decía que la edición era de 1957, los años olvidados. Sintió que la música comenzaba a invadirle la mente, mientras Marlowe se quitaba la camisa, bailando, acompañado de la actriz que también se desvestía. Volvió a mirar la tapa, el título estaba impreso con letras rojas, y debajo había un dibujo de unos hombres fusilando a otros, en una noche oscura y lúgubre. "Operación Masacre" susurró para sí mismo, sin poder darle sentido a las palabras que leía.
Marlowe cantaba extasiado, gritando con toda su garganta mientras la rubia lo abrazaba por la espalda y terminaba de desvestirlo. Bruno vio que su piel era morena y suave, al igual que sus muslos, y pensó que había algo de excitante en su manera de moverse.
Volvió a ver la tapa del libro que tenía en las manos y lo alarmó darse cuenta de que ese era un libro prohibido, y que Marlowe estaba loco, que lo había drogado para inculparlo de algo, de lo que sea, y que lo más urgente ahora era escapar de ahí, irse lo antes posible antes que cayera la cana o peor, los killers. Era obvio que confiar en él había sido un error, que Beatriz misma debía saberlo y quería deshacerse de Bruno. ¿Por qué no se había ido a la mierda todavía? ¿Por qué seguía laburando en ese diario? ¿Por qué se resignaba a esa vida? Ahora podría estar en alguna playa, tomando un trago, viviendo la vida, VIVIENDO, como si él o alguien supiese qué significaba eso.
Se sintió mareado y se paró. Tambaleando caminó hacia el otro lado de la habitación y, sobre un escritorio, vio varias fotos de una chica rubia y otra colorada, varias chinches rojas sobre un mapa de la Patagonia y un revólver. Entonces pensó que todo era peor de lo que pensaba, que Marlowe sabía algo, que lo iba a inculpar, y lo enviarían al Penal de Ushuaia donde moriría solo y olvidado. Se dio vuelta con los ojos desencajados, decidido a enfrentar a aquel hombre pero, para su sorpresa, sólo vio a la rubia desnuda, lamiendo las tetas de otra mujer morena que lo invitaba a acercarse con un dedo.
—Vení Brunito, sumate —dijo la mujer—. ¿Sabés qué le dijo el gato a Alicia? "Si no sabes a dónde vas, cualquier camino te llevará allí".


Bruno se despertó con una llamada. La luz del sol entraba por la ventana de su cuarto, y se le partía la cabeza del dolor.
—¿Sí?
—Bruno, soy el Sanjua, ¿te enteraste?
—¿Qué cosa?
—El Marlowe apareció con cinco tiros en la nuca en el baño de su casa. ¿Sabías que era mina huevón? No lo puedo creer.

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