-Elsa,-habló Kristoff, con la voz rota-¿por qué le has hecho esto?

Aquellas palabras hicieron que el corazón se partiera, como fulminado como un rayo.

-Yo… yo no quería…-comenzó, entre sollozos.

-Bruja.-la interrumpió Kristoff, con un siseo-Eso es lo que eres. Ahora ni siquiera yo puedo salvarla. Y tú tampoco. ¿Cómo va a salvarla alguien que le hace esto?

Elsa se quedó paralizada, incapaz de contestar. Mientras Kristoff hablaba, su rostro y su cuerpo se habían ido metamorfoseando lentamente. Sus rasgos duros se habían ido dulcificando, su pelo se había clareado hasta parecer casi blanco, y los iris de sus ojos se habían aclarado hasta adquirir una profunda tonalidad grisácea.

Cuando Kristoff volvió a hablar, su voz ya no era la suya.

-¿Cómo va a salvar a nadie- dijo con voz aguda y claramente femenina- alguien que solo sabe destruir?

Elsa gritó, de dolor, de rabia, de miedo. Gudrun le devolvió una sonrisa siniestra.

-¡AHH!

Elsa abrió los ojos y se encontró en su cama, Estaba empapada en un sudor frío y pegajoso, y sus sábanas se habían convertido en un revoltijo de telas durante la noche. Recordaba perfectamente la espantosa pesadilla que había tenido por la noche, y aquello era algo que prefería olvidar. Evocó sin querer la imagen de Anna congelada, y se estremeció.

‘’No volverá a ocurrir. Ha sido sólo una pesadilla. Una estúpida pesadilla’’

Pero, por si acaso, al vestirse volvió a ponerse los guantes. Hacía meses que no los utilizaba, pero el mal sueño había despertado un desasosiego en su interior que por desgracia no podía eludir.

Una vez perfectamente vestida y peinada, salió de sus aposentos. Era algo más temprano de la hora a la que acostumbraba a levantarse todos los días, pero se veía incapaz de permanecer más tiempo en la cama; al menos no después de aquel sueño perturbador. Necesitaba centrarse en sus deberes como soberana para tener la cabeza ocupada y no pararse a pensar en la pesadilla y en el incidente ocurrido con Anna la noche anterior. Se miró las manos enguantadas, impotente, y las cerró en dos puños.

-No has de sentir.-susurró para sí.

Al ser tan temprano, el castillo estaba silencioso y apagado, y apenas unos pocos sirvientes estaban ya levantados, realizando sus quehaceres con diligencia. Ninguno pareció sorprendido de ver a la reina deambulando por el castillo antes de la hora acostumbrada y, si lo estaban, ninguno lo sacó a relucir cuando Elsa les daba los buenos días al pasar junto a ellos. Se limitaban a contestar con otro educadísimo ‘’buenos días’’ mientras inclinaban la cabeza, y después continuaban con lo que estaban haciendo. Tampoco ninguno de ellos le comentó que la puerta de la habitación de la princesa Anna se había congelado misteriosamente, pues o bien ya conocían lo ocurrido, o el hielo se había fundido durante la noche. Elsa deseó fervientemente la segunda opción. Iba en dirección a las cocinas para buscar algo para desayunar cuando lo vio.

Argus estaba asomado en uno de los grandes ventanales que había en los pasillos de palacio. Elsa se sorprendió al encontrarle allí tan temprano. El chico le había pedido estar presente cuando la reina enseñara a su hermana a controlar sus poderes, y Elsa había aceptado, invitándole también a quedarse en una de las numerosas habitaciones del castillo. Sin embargo, Argus había declinado la oferta educadamente, argumentando que no tendría problemas en encontrar un sitio adecuado en el que hospedarse. Debido a la seguridad de la voz del joven, Elsa no había insistido.

El poder del hielo (Primera Temporada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora