Epílogo: Una Estrella Más

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Mis padres estaban en casa, descansando. Habían pedido una bien merecida pausa de su trabajo. Junto con Beatrice, a quién le habíamos ofrecido asilo hasta que encontraran una casa segura para ella y su hija. Beatrice había dicho que preferiría quedarse en el país. No tenía mucho que perder en Europa y seguramente allá no obtendría una bienvenida precisamente calurosa.

Ella y mi madre se habían hecho amigas en un parpadeo.

Así que Wendy y yo estábamos juntos la mayoría del tiempo. Casi siempre viendo series, conversando y comiendo comida chatarra. O sentados en el pequeño jardín de geranios de mi madre, en silencio.

O, como ahora, que estábamos sentados en nuestra colina, en el parque cerca de mi casa, mirando el atardecer.

Me acerqué a ella, sonriendo. Le entregué el sobre. Lo tomó, expectante.

Desde ese día, cuando necesitaba estar sola, se dedicaba a escribir. Decía que le ayudaba a no pensar mucho en Jasmine. Escribía durante horas, a veces noches enteras. Y lo hacía con tanta pasión, que terminó su novela, con la que nos habíamos conocido, en poco más de cuatro semanas.

Mi madre había quedado tan impresionada con su talento, que había llamado a un lejano tío mío, quien trabajaba en una editorial en un puesto relativamente importante, y le había pedido que si por favor podría hacer algo por la chica. Mi mamá se lo había mencionado, pero nunca pareció ser algo serio.

—¿Qué es esto?— preguntó.

—Feliz cumpleaños.— le respondí, mientras le guiñaba un ojo.

Al abrir el sobre, sacó una de las largas hojas tamaño oficio, con letra formal y mucho texto. Pasó unos segundos leyendo las primeras líneas.

—No es cierto... ¡Tony!— y la primera sonrisa amplia que no había visto en mucho tiempo apareció. —Es... ¡es un contrato! ¡Tu mamá de verdad lo hizo! ¡Van a publicar la novela!

—Tú lo hiciste. Fue tu gran habilidad lo que hizo esto.

Me miró con los ojos iluminados y entonces me pareció el momento adecuado para darle la segunda noticia.

—Oye... y... te tengo otra cosa...— inicié, nervioso. Su mirada se tornó expectante. —Bueno... en realidad, no creo que sea algo que no sepas...

Soltó una risilla, y me hizo un gesto para que continuara.

—Probablemente ya sepas que estoy... enamorado de ti.

Su expresión me lo confirmó. Sus ojos se enternecieron, sus manos se colocaron en mis mejillas, y se acercó tanto a mí que no pude evitar juntar sus labios con los míos. Aquel beso fue tan bello como el atardecer que nos acompañaba, y tan largo que me dio tiempo de explorar cada una de las emociones que me provocó, grabarlas en mi mente, como uno de los más hermosos momentos de mi vida, un recuerdo que persistirá durante décadas.

No hubo necesidad de más palabras para decirme que ella sentía lo mismo.

Luego nos tiramos en el pasto, uno junto al otro. Las estrellas habían comenzado a salir, y eran extrañamente visibles, a pesar de la contaminación de la ciudad.

—¿Te acuerdas de esa colaboración que habíamos mencionado cuando escribimos la obra de teatro?— dijo ella de repente, después de unos minutos de silencio.

Sonreí ante el recuerdo. Se sentía tan lejano, que parecía que había sucedido en otra vida.

Asentí.

—Deberíamos hacerla. Y tengo unas cuantas ideas.

—¿Como cuáles?

—No sé, podríamos escribir algo como nuestra historia.

Me reí. —¿Nuestra historia?

—Pues... tú sabes... todo lo que hizo que termináramos conociéndonos. No estaría mal.

Medité unos segundos la idea. —Me gusta. Quizá podríamos hasta publicarla, ¿sabes? Como la que tú escribiste. Y tal vez se haga famosa y pasemos a la historia.— exageré para hacerla sonreír.

Ambos nos reímos. Oír su risa me reconfortaba como nada en el universo.

—No me importaría si no se hiciera famosa. Sólo con escribirla estaría más que satisfecha. Al fin, sólo sería como una estrella más.

Esperé unos segundos, quedándome con el sabor de esas últimas tres palabras. Ella siguió hablando.

—Sabes, esto nunca se lo he dicho a nadie, pero siempre me he identificado con las estrellas. Como su vida es tan fascinante, como lo que hacen mantiene vivo al universo, pero nunca son especiales, porque hay trillones más como ellas.

—Infinitas, quizá.— añadí.

—Infinitas o no, tú y yo sólo somos como un par más en este universo. Y probablemente nunca seremos especiales, pero al menos... al menos sabemos que somos especiales para algunas personas, y para mí, eso es más que suficiente. Es como yo veo mis historias. ¿A quién no le gustaría que un trabajo suyo fuera el próximo Principito, o el próximo Quijote? Es muy probable que nunca sea así, pero con que para una persona sea especial, todo ha valido la pena.

Amplié mi sonrisa. Me gustaba cuando se ponía a hablar así. Era nuestro tipo de conversación favorita.

Pensé en ello. Yo había tenido esas ideas también toda mi vida. Seguramente yo nunca fuera el mejor profesionista, ni el mejor estudiante, ni la mejor persona, pero al final, había gente que me consideraba especial. El mejor, quizá.

Un pensamiento aleatorio vino a dar en mi mente.

—Ese sería un buen título para nuestra obra.— dije.

—¿Cuál?

Miré al sol, que estaba lo suficientemente oculto para no cegarme.

Para nosotros era tan significativo y especial, pero más allá de Plutón, no era más que otro puntito luminoso en la infinita negrura.

—Una Estrella Más.

Una Estrella MásWhere stories live. Discover now