—Entonces así será— Sentenció antes de marcharse.

Inmediatamente, el rizado se lavó; no deseaba demorarse más tiempo del necesario. Sólo soñaba con alejarse de ese lugar que ya le parecía terrorífico.

Sin darse cuenta, mientras se lavaba, las lágrimas se mezclaron con el agua, dándole rienda suelta a su dolor. Se secó y cambió con el uniforme de la prisión que estaba pulcramente doblado sobre una repisa y salió a prisa sintiendo la mirada de Varek sobre él hasta que su alcance visual lo permitió.


***


Debía pasar del medio día. No podía preguntar la hora ya que casi nadie portaba reloj; en una prisión, el tiempo era relativo por qué, o tenía bastante importancia, o simplemente carecía de ella. No había término medio, para algunos, cuando la sentencia era corta contaban hasta cada minuto que pasaba, sin embargo, para otros menos afortunados, preferían olvidar ó simplemente ignorar que hora o día era.

Entraron a la sala de entretenimiento. Era bastante espaciosa, casi como el comedor; alfombrada y exactamente por eso, sucia y empolvada. Con varias mesas y salitas donde los reos jugaban cartas, dominó o cualquier otro tipo de juego de mesa. También poseía una televisión de mega pantalla con varias sillas de plástico frente a ella y dónde varios prisioneros discutían ferozmente sobre el canal a observar y donde obviamente, sólo uno obtenía la supremacía.

Se sentaron lo más alejado posible, como de costumbre, ante las nerviosas miradas de los demás y comenzaron a dialogar quedamente.

—Realmente no te entiendo, ¿para que quieres una puta ambulancia?—— Refutó Kim en voz bajísima. William le arrojó todo el humo de su tabaco en plena cara.

—Es parte del plan.

—Bueno, pues suéltalo. Creo que ya te he dado muchas muestras de qué jamás te traicionaría; te estoy ayudando con la huída, ¿no?—Protestó el japonés. William rió cauteloso.

—Eres un idiota, ¿aún no atas cabos?... mira que un hidrocefálico te hace competencia— Kim le observó sin un ápice de carisma —Si no lo entiendes por tu propia cuenta, te lo explicaré cuando todo lo que te pedí esté resuelto— Concluyó y cuando Kim parecía volver a discutir, William lo silenció con una dura mirada; un guardia se acercaba hasta ellos.

Este guardia se trataba de Josh. Se paró a un costado de William, con el rostro visiblemente molesto.

—Tienes una llamada, Tomlinson— William arrugó el entrecejo, y sin observarlo le respondió.

—No es hora, mucho menos día de llamadas – La respiración de Josh se hizo pesada.

— ¡Como si no lo supiera! —Gruñó— No creas que me hace gracia andar de recadero. Supongo que debe ser algo sumamente importante— Kim y el moreno compartieron una mirada, nunca antes William había recibido tan siquiera una sola llamada, menos en días que no correspondieran. Éstas se daban raramente entre los reos y casi nunca por buenas noticias; solían ser auspiciadas por sus respectivos abogados o cuando algún familiar había fallecido. Sin embargo William no tenía ni abogado, ni familia.

— ¿Y qué esperas, qué te dé las gracias?— Arremetió burlón al observar que el guardia no se marchaba. Éste pareció ofendido, infló las ventanas nasales y regresó sobre sus pasos.

Josh sabía que podría haber sacado su macana y asestarle un golpe donde deseara, pero no se atrevió. Había algo en ese hombre tan maligno que no estaba seguro si podría salir inmune después de soltar el primer golpe; si algo le habían advertido era que nunca se metiera con prisioneros cuya sentencia fuera perpetua, pues estos, literalmente, podrían hasta vender su alma al diablo sin inmutarse.

Gefängnis (ls)Where stories live. Discover now