—Me alegra ver que se llevaron bien —dijo Hassam con una sonrisa sincera. Alain lo observó desconcertado.

     —Sí, sobre eso... —comenzó Sven, que al parecer tuvo la intención de llevar la batuta como cuando estuvieron con Neumann, pero Alain le puso una mano en el pecho para detenerlo.

     Intercambiaron miradas y con los ojos oscuros, Alain le pidió que lo dejara hablar a él.

     —Tengo muchas preguntas sobre la noche del jueves —comenzó, tratando de mantenerse sereno—. Para empezar, ¿cómo llegamos hasta aquí?

     Por un instante, la duda cruzó la mirada de Hassam, pero cuando se dio cuenta que Alain no recordaba de manera genuina, sacudió la cabeza y soltó una risilla irónica.

     —En verdad no lo sabes —dijo en un hálito—. Estábamos en este brunch en Nueva York, ¿eso lo recuerdas? Comenzamos a charlar y dijiste que ese lugar te aburría mucho, así que te ofrecí llevarte a una fiesta, y aceptaste.

     —¿La fiesta aquí? ¿En su casa? —preguntó Alain, ahora seguro que la fiesta había sido en ese mismo lugar.

     —No, no —Hassam se apresuró a responder mientras negaba con la cabeza—, una fiesta en Nueva York, ahí estuvimos varias horas. Te veías mal para entonces, tomaste varias mimosas durante el almuerzo, pero no creí que... en fin... Comenzamos a charlar, y a beber más. Pronto el alcohol no te fue suficiente, te desapareciste varias horas y regresaste... bueno, cuando lo hiciste ya no estabas sólo ebrio. Traté de sonsacarte qué habías consumido, para poder proceder, pero no supiste decirme. No lo recordabas —continuó con tono neutro y mirando alternadamente a Alain y Sven.

     Las orejas de Alain se pusieron rojas, avergonzado por su comportamiento y miró a Sven. En aquellos ojos verdes, azules, dorados, ¡del color de las galaxias! Vio muchas cosas, pero no decepción, ni reproche, todo menos eso.

     —¿Y aún así decidió traerme hasta acá?

     —No —Hassam sonó más duro, ofendido por el señalamiento—, no... —suavizó la voz—. Quería llevarte a tu casa, pero comenzaste a... —El más viejo dudó, de verdad dudó, echó el cuerpo hacia atrás y observó a los más jóvenes, como si les pidiera permiso para continuar.

     —¿A qué? —Alain se inclinó al frente, ansioso por saber. ¿Qué había hecho que había desatado todo aquello?

     —A llorar, muchacho. Comenzaste a llorar. Te prendaste de la solapa de mi saco y me rogaste que no te dejara, que tenías miedo de casarte. Que no querías casarte. Que no te gustaban las mujeres pero que jamás habías estado con un hombre por temor y pena, que estabas cansado de fingir y que eras gay. Me lo dijiste, al parecer, cuando descubriste que yo mismo soy gay. Quizá sentiste que no te iba a juzgar, no lo sé —declaró Hassam y pareció muy serio, muy solemne.

     Alain abrió aquellos enormes ojos oscuros como inyectados de tinta, como de película de Buster Keaton y todo comenzó a tener sentido para él. Tenía muchas preguntas, y a la vez no supo qué rayos decir.

     —Hablé con Neumann para hacer algo por ti —Hassam decidió seguir hablando—, y entre ambos resolvimos ayudarte aunque fuera un poco. Pero sabía que temías mucho por la reputación de tu familia, entonces armamos la fiesta aquí, lejos de Nueva York, lejos de la gente que te conoce. Hice algunas llamadas más, entre ellas a Sven, y a otros de sus colegas, y a mis amigos de esta ciudad o que podían venir sin previo aviso, muchos como tú esconden lo que son, así que no se niegan al tipo de reuniones que organizo. La idea de las máscaras fue casi al final, mientras aterrizábamos en mi avión privado, Neumann me envió un mensaje y decidimos que no podíamos arriesgarte, aun estando tan lejos de Manhattan, así que te cubriríamos el rostro, y a todos de paso, para que no pareciera sospechoso —continuó explicando con sosegada calma.

Todas las luces en Miami ✓Where stories live. Discover now