DOS

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Sábado, 11 am

Por segundo día, Alain se despertó sin saber dónde estaba, aunque esta vez el sonido de los pájaros le hizo notar que estaba a la intemperie. Tardó en abrir los ojos porque la luz era demasiada, y cuando lo hizo, vio el perfecto rostro de Sven, que lo miraba expectante. Tenía el cabello desordenado y maltratado por el cloro de la piscina, llevaba la misma ropa que el día anterior.

     —Creí que nunca despertarías, cariño —le dijo, con una sonrisa dibujada en aquellos labios que hipnotizaron a Alain por un momento.

     Se incorporó lentamente. Seguía en calzoncillos, ya secos para entonces y la sombra bajo la que estaban los camastros donde durmieron los protegió de quemarse con el sol. Se sentó y se talló los ojos.

     —¿Qué hora es?

     —Casi medio día.

     —¡¿Qué?! —Alain se puso de pie en un salto—. Debemos ir a ver a Hassam.

     —Tranquilo, es muy cerca. ¿Almorzamos primero? Yo invito —ofreció Sven y aunque Alain tenía unas ganas tremendas de terminar con esto de una buena vez y regresar a Nueva York, admitía que tenía hambre, no había comido nada desde la hamburguesa que su inesperado guia le había ofrecido la tarde anterior.

     Asintió y con mucho cuidado de no ser vistos por los vecinos y las cámaras de seguridad, salieron de la casa del cliente de Sven.

     Se metieron al primer local que vieron. Comieron soul food un poco subida de precio, por la zona donde estaban, y emprendieron su camino rumbo a casa de Hassam.

     En algún punto mientras caminaban, Sven sacó una paleta de caramelo tipo lollipop. ¿Cómo era posible que incluso eso, comer un dulce, lo hiciera ver tan sensual? Alain miró entonces derredor y la calle se le hizo conocida, tuvo breves recuerdos de la noche en la que llegó a Miami; embebido, casi choca con un poste, y eso sólo provocó una carcajada en el más alto.

     —Llegamos.

     Ante ellos estuvo una casa más sencilla que la de Neumann, aunque quizá más grande en dimensiones. De una arquitectura más tradicional, lucía como un sitio para descansar. Alain sintió nerviosismo y se talló las manos en el pantalón, para limpiarse el sudor de las palmas. Sven lo tomó de un hombro con delicadeza y lo condujo hasta la puerta que daba a la calle.

     El proceso fue similar a su visita a Neumann. Una reja se abrió una vez que tocaron y caminaron por un jardín frontal, hasta llegar a la puerta, que ya estaba abierta, con un sonriente Hassam esperándolos.

     Ahora que lo veía, Alain pudo recordarlo perfectamente: sus ojos aceituna y su piel morena, su barba bien cortada y el cabello cano peinado hacia atrás, las manos con anillos de oro y el porte señorial. Se le secó la boca y se preguntó qué le causaba tanta ansiedad. Tal vez era que sabía de antemano que ese hombre tenía respuestas que no estaba listo a escuchar.

     —Pasen, pasen —invitó Hassam con amabilidad, no sin antes besar las dos mejillas de Sven—. Tomen asiento.

     Ingresaron a la estancia, un espacio amplio, con una puerta de cristal que daba al jardín trasero y dejaba entrar mucha luz. Alain pudo notar la máscara de oso sobre la mesa del comedor, bajo un candelabro moderno de color bronce que hacía juego con toda la decoración de maderas finas.

     El viejo fue hasta la cocina abierta y sin preguntarles, les llevó una cerveza Corona a cada uno, incluido él mismo.

     Se sentaron en la sala de estar y dejaron las cervezas en la mesa de centro, sobre unos portavasos de metal. Alain vio su reflejo distorsionado en uno de ellos, hasta que la voz de Hassam lo trajo a la realidad.

Todas las luces en Miami ✓Where stories live. Discover now