<•> Capítulo dieciséis <•>

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La directora, una mujer gordita, al vernos; les hizo señas a las chiquitillas, quienes no se inmutaron. Por lo que me crucé de brazos y aclaré mi garganta.

—Dietlinde... —poco a poco, se dio la vuelta y me sonrió con exageración.

—¡Tíoooo!

—¡¿Él es tu tío?! —preguntó la otra niña de cabello castaño y ondulado.

—¡Sí! ¿Verdad que es muy guapo? —esa niña siempre tan sincera y tan... bocona.

—Schme —está vez, quien habló, fue Ivo.

—¡Ivooo!

—¿Tu hermano? —inquirió mi sobrina y la otra niña asintió.

Por primera vez, vi a Ivo con un semblante muy serio. Y debía admitir que se veía sumamente guapo.

—Nenas, vayan afuera, ¿ok? —habló la mujer— Tengo que hablar con ellos.

Ellas, se tomaron de la mano y pasaron de largo, con la cabeza agachada.

—Tomen asiento, por favor —obedecimos—. Mire, señor Kellerman, comprendo perfectamente la situación de su hermana —Ivo me miró, ladeando un poco su cabeza—. Pero Dietlinde respondió de manera agresiva al ver como insultaban a su madre, culpándola de asesina...

Era lo único que me faltaba, que la niña desarrollara más problemas por la culpa de su padre.

—La situación empezó cuando dos niñas insultaron a la señora Kay, ambas se le fueron encima a Dietlinde. Ella se defendió, pero como eran dos contra una, aquí es donde Schmetterling hace aparición; hizo la pelea más justa aunque no haya sido de la manera correcta.

—¿La hermana de Ivo, defendió a mi sobrina?

—Esperen, ¿ustedes se conocen? —preguntó alzando las cejas.

—Él... —¡Será mi futura pareja!—Trabaja conmigo, ¿por qué?

—¡Vaya! Esto es una coincidencia. Ambas niñas son amigas desde el primer año.

Ivo y yo, intercambiamos miradas de confución y sorpresa.

Nunca imaginé que fueramos tan cercanos de manera indirecta.

—Ahora —continuó—, a ellas las voy a suspender un día; me parece justo porque casi obligan a las otras a usar peluca.

—¿Un día? —pregunté iluso—. ¿Y a las otras niñas?

—Dos semanas.

—Perfecto. —a decir verdad, esa pelea no me tenía muy contento.

—No se preocupen por lo demás, los encargados de las otras chicas ya hablaron conmigo, así que todo está solucionado...

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Los cuatro estábamos en el auto, esperando el cambio de un semáforo. Ambas niñas cuchicheaban quién sabe que cosa. 

—Tío... —escuché su voz algo temerosa.

—¿Qué pasa, señorita?

—¿Nos llevas al parque un rato?

—¿Qué? ¿Cómo creen? Mañana perderán clases, ¿y quieren ir al parque...? Por supuesto que no.

No estaba tan enojado, pero debía fingir autoridad, pues se lo merecían.

—¡Pero tíoooo! ¡Yo no tuve la culpa! Sandra fue muy mala conmigo, no debío haber dicho eso de mamá.

La miré por el retrovisor con desconfianza. Ivo, se volteó un poco y se encogió de hombros frente a las niñas.

—No deberíamos. Estoy de acuerdo con que se defendieran, y gracias a ti, Schmetterling, que ayudaste a esa enana; pero tampoco tenemos por qué consentirlas después de todo.

Dirigí mi vista al hermoso chico de cabello brillante y negro. Él volvió a hacer el mismo gesto, y mientras juntaba sus dedos índices varias veces, inquirió:

—Po-podemos compar hela-lado... —otra vez, hizo un lindo puchero.

Aunque haya dicho una palabra mal, su acción fue suficiente para cambiar mi rumbo. Cuando llegamos al parque, ellas se fueron corriendo hasta los toboganes y pasamanos de colores.

—¡Esperen las dos! —se detuvieron en seco—. ¿De qué sabor quieren el helado?

—¡Fresa! —respondieron al unísono, y me volví hacia Ivo, que estaba sentado en una de las bancas.

—¿Y tú de cuál quieres?

—E-epere... —empezó a buscar en su bolsillo—. Yo pa-pago her...

—¡No! —lo interrumpí de inmediato— Yo lo voy a pagar.

—Es que... —puse mi dedo índice en sus suaves y húmedos labios.

—¡Ya dije que no! Yo lo pago, ¿okey? Sólo dime de qué sabor quieres.

—Cocho...

—Chocolate.

—Ajá —me sonrió con emoción.

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Ver a las pequeñas jugar, y a Ivo comerse su helado de manera tan tierna e infantil, me hicieron el más feliz del mundo. Aunque sólo faltaba Vin, mi precioso motivo para vivir.

¿Cómo Ivo podía ser tan lindo? El helado se derretía y caía en su guante, manchándolo por completo.

—¿Tanto te gusta el chocolate? Tus ojos siempre brillan cuando lo pruebas... —asintió mientras me reglaba una sonrisa hermosa.

Sin embargo, su lindo gesto se desvaneció, convirtiéndose en una mueca. Y a su vez, se llevó la mano derecha a su cabeza.

—¡Ay!

—¿Se te congeló el cerebro? —de inmediato, comenzó a asentir con rapidez—. Espera, tengo el remedio perfecto.

Me miró con extrañeza, y sabía que iba a confundirse más después de lo que haría.

Me acerqué a él, lo tomé de la barbilla para colocar su rostro frente al mío. Ganas de probar sus labios no me faltaron, pero debía contenerme. Por eso, con lentitud, besé su frente. Ese simple contacto, bastó para que un escalofrío me recorriera por todo el cuerpo, y el corazón me explotara de felicidad.

Sus mejillas parecían tomates, y sus bellos ojos azules estaban muy abiertos. Yacían los sutiles rastros del cacao en sus labios de tono durazno.

Perdí la cabeza, ese hombre era hermoso, y no podía evitar pensarlo a cada segundo.

—¿Ves? Funcionó.

Bajó la mirada y negó, aún con la mano en su cabeza.

—A-aún e-etá... está.

¿Acaso quería más? Sonreí ante su respuesta. Así, que aprovechándome de la situación, y acercándome de nuevo, comenté:

—Entonces, ¿te doy otro?

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Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now