Parte 10

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Corre, Lola, corre...

No puedo vivir más con este cronómetro en la cabeza que golpea con fuerza de hierro. Cada segundo en su pequeñez significa una explosión en mi cerebro. ¿Qué persigo? Tengo palabras sin valor, sueños que no son realidad; adoquín tras adoquín voy empedrando mi camino. Nada de cómodos asfaltos ni medialunas de Atalaya a mitad del trayecto. A veces un mínimo oasis que la arena y el viento vuelven a esconder. A lo lejos estás vos y ahí quiero llegar. Falta tanto todavía que las piernas me tiemblan y quieren quebrarse dejándome caer. La tentación de abandonarse a un ensayo de muerte cuando las fuerzas no alcanzan. Corre, Lola, corre... así vivo, corriendo encerrada en mi mente, enloqueciendo entre posibilidades y ansiedades y manos que no tocan y besos sin boca y dos camas distantes cuando tendría que haber una sola. Puede ser que sea el árbol que oculta el bosque pero parece la pierna de Godzilla... enorme, infranqueable, tapándome todas las salidas que invento, retrucando cada gesto y matándome de a poco. Claro que no voy a caer por completo, por eso escribo. Porque estoy sola y no hay nadie que me mire torcido para descargarme este domingo de fin de mes. Pero dejame decirte: si tus ojitos verdes llegaron hasta acá, por favor, acordate de aquella balada de don Mario y perdoname estas malas palabras.


Estado de ánimo

Estoy tratando de explicar lo que me pasa, cómo me siento. Esta imposibilidad de desconectar el cerebro con un simple click en "apagar equipo". Necesito una tregua. Estoy agotada. Pienso, pienso y no existo. No hay forma de existir porque siempre me consumen los pensamientos. Me analizo (y sigo pensando) y trato de encontrarle el punto débil a este sistema siniestro de ADN y culpa mía. Ojalá yo también pudiera encerrar el virus que me consume en el baúl del Avast.


Un instante...

Un instante vertiginoso, de grito de Munch, de guillotina que cae, de cabeza sin cuerpo, de ojos sin mirada, de mí sin vos. Pies que no sirven para llevarme adonde tengo que llegar. Alas que alquilo por diez horas. Viajo en la panza de un canguro, en el buche de un pelícano. Atravieso nubes de azúcar, estalla un reloj de arena, respiro aire de mar, toco el cielo en tus manos. Escribo con besos y borro con caricias. Te hablo en muchos idiomas y en todos nos entendemos. S.O.S. necesito tus palabras. Cambio la cita en el hotel del sueño por un después con tu perfume en mis sentidos. Tengo un cuerpo olvidado, una cabeza aturdida, un alma con miedos escondidos y el punto final de un prólogo prometedor. Te pido paciencia para mi nostalgia de calesita, condenada a girar en el mismo lugar. Vengo en versión mejorada pero a prueba, sin más garantía que una clave de sol y mi mejor verso.


Ya conocemos

Ya conocemos la eternidad del tiempo cuando se percibe como distancia que nos separa de lo que deseamos. No queda otra que jugar este tiempo suplementario, pedazo de juego que no se disfruta, se sufre. Lo más difícil es defenderse de uno mismo (a veces me juego en contra). Se pierde el control. No se razona. Las pasiones arrasan con los procedimientos de manual. El tiempo avanza, si; aunque parezca inamovible.


Como en una cuerda floja

Como en una cuerda floja, así me siento: pasitos cortos (más miedosos que seguros). Me mareo y me hago la que no, trato de visualizar mi objetivo: alcanzar la otra tablita, llegar a vos. La vara me ayuda a amigarme con el aire que me envuelve y me tienta con su invitación al vacío. De lejos escucho las voces de los espectadores hechas un solo murmullo, no entiendo lo que dicen, pero mi mente repite tus palabras una y otra vez. Me das ánimo. Me decís que siga adelante, que no me voy a caer. A veces me tenés más confianza que yo. Tengo que mantener el equilibrio y avanzar. Estoy a mitad de camino: no puedo ni quiero retroceder. Solamente quiero llegar, de una buena vez llegar adonde tengo que estar.

Raíces de NaranjoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora