Milagro de Fuego

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Poco después de que habían llegado a un sector precordillerano especial con abundante pasto y con una vertiente de agua, suficiente para unos cuantos días, Ángela advirtió que habían extraviado unas cuantas cabras y, estando las mellizas pequeñas y el bebé de solo unos meses de vida , se vio en la obligación de dejarlos al cuidado de la hija mayor, Eva, en aquel tiempo de solo ocho años, para ir ella en busca de los animales, junto a Walter, quien, debido a lo complicado de la situación tuvo que ir con ella. Dejaron a los niños dentro de la ruca con un pequeño fuego encendido pues el frío era intenso. Las nubes estaban bajas y parecía que iba a nevar en cualquier momento, a pesar de ser pleno mes de noviembre.

Caminaron por largo rato en busca de los animales, pero sin resultado positivo. El frío se hacía cada vez más intenso y algo la alarmó al punto de sentir miedo. Algo gélido y blanco le había caído sobre un brazo. Al girar la cabeza al cielo, vio con espanto que nevaba. ¿Qué haría? ¡Se congelaría en el regreso! ¿Y los animales? ¿Estarían bien los niños al cuidado de su hija mayor?, que de «mayor» no tenía nada, era solo una niña... era en esos momentos que lamentaba estar allí tan lejos de todo y extrañando a su esposo que tan prontamente se había marchado... una muerte repentina, una enfermedad fulminante que la marcó para siempre, pues él no había ni siquiera alcanzado a conocer a Hugo.

Walter entendió lo que su madre en ese momento pensaba pues lo notó en la expresión de rostro de ella. Sí, estaban en peligro y rápidamente comenzó a buscar refugio. A no más de unos cincuenta metros había una cueva lo suficientemente grande para ellos dos.

Corrieron y se metieron en ella. El muchacho hizo una especie de pared para cubrir la entrada, con piedras que encontró cerca. En medio de la penumbra madre e hijo se abrazaron, asustados pues sabían que si nevaba mucho quedarían allí sepultados... congelados por mucho tiempo antes de que alguien los encontrara.

—Si tan solo pudiera encender una fogata —se dijo Ángela con tristeza al mirar unos ramas secas que estaban a un lado de la cueva, pero no alcanzó ni siquiera a pensar en buscar alguna forma de hacer fuego cuando a un costado de la entrada, justo al lado de una de las piedras que su hijo había puesto para evitar que el frío entrara, vio algo que jamás hubiese imaginado: allí había una caja de fósforos, sin ninguna marca, algo amarillenta por el tiempo. Sin dudarlo la tomó y la movió, algo dentro había. Sí, varios fósforos en perfectas condiciones.

Y, tal como el relato anterior, es otra incógnita. De seguro alguien los cuidaba desde arriba. Un ser superior velaba por Ángela, su familia y sus animales.

¡Ah! Los animales... pues bien, dice mi madre que aquella vez, la nieve no fue mucha... pero claro, si mi abuela no hubiese encontrado los fósforos, el cuento habría sido diferente.... Así que a la mañana siguiente, una vez que la nieve se hubo disipado y el día estaba frío pero despejado, salieron de la cueva y, no muy lejos de allí, las cabras fugadas también habían encontrado refugio en un pirquén minero abandonado.

 Así que a la mañana siguiente, una vez que la nieve se hubo disipado y el día estaba frío pero despejado, salieron de la cueva y, no muy lejos de allí, las cabras fugadas también habían encontrado refugio en un pirquén minero abandonado

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⏰ Laatst bijgewerkt: Jul 31, 2023 ⏰

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