Milagro del Agua

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No todo es tan malo y oscuro en la Cordillera de Atacama.... Un día de verano, el piño de cabras salió a pastar apenas el día aclaró. Como siempre y a eso de las dos de la tarde, el total de la manada no estaba completo. Así que Ada y su hermana melliza, Alma, salieron en busca de los animales que faltaban. Caminaron por cerros y laderas durante largo rato, bajo el calor abrasador, pero luego decidieron descansar y para eso se refugiaron en un vetusto y grueso algarrobo. Ahí esperarían a que el sol fuera cubierto por los altos cerros, entregando con ello algo de frescor. En ese momento ambas niñas bebieron el último poco de agua que les quedaba en la botella, dando también a los perros en un tiesto que solían meter en el bolsito de mano.

El panorama que tenían en frente se les ponía bastante complicado, pues sabían que tendrían que aguantarse hasta regresar al campamento y para eso todavía faltaban unas cuantas horas. Según sus cálculos, todavía restaban algunos kilómetros para llegar al lugar en donde posiblemente estuviesen las cabras y de ahí debían sumar el camino de regreso... sí, todo se les complicaba....

¿Qué sucedería si regresaban en ese momento sin los animales? ¿Qué diría su hermano mayor que era el que ordenaba todo? De seguro su madre terminaría saliendo ella misma, de noche, en busca de las cabras para evitar la furia de Walter, que siempre terminaba gritando y amenazando. O tal vez, Ángela optara por perder definitivamente a esos preciados ejemplares... en fin, ninguna de esas opciones les servía.

—No sé, Alma... —dijo Ada en medio de un suspiro algo nervioso—. No sé qué hacer —tal vez su hermana pensara como ella y la apoyara... ambas sabían cuál era la obligación que tenían.

—Sí, lo sabes. Tenemos que seguir. Nos aguantamos la sed, no tenemos otro camino porque... ¿qué vamos a hacer? ¿Pedir un milagro acaso? ¡Ja!

Ada se encogió de hombros y luego sacudió el polvo de su viejo vestido, dispuesta a continuar la marcha. Alma tomó la vara de retamo que siempre llevaba para hacer líneas en el suelo, para no perderse y siguió a su hermana. Los perros ya las habían aventajado por unos cuantos metros, corriendo felices.

Ambas se armaron de valor y siguieron caminando en busca de los animales. A poco más de un kilómetro, encontraron un tesoro: una planta de pacules. Se tendrían que armar ahora de paciencia para poder comer algo. El pacul es un arbusto ramoso que crece a ras de suelo, tiene un aspecto poco atractivo y de hojas cenicientas debido a los pelillos que las recubren. Estas hojas son ovaladas y vellosas con pequeñas florcitas rosadas. De ellas sale un fruto pequeño recubierto por una cáscara gruesa, el cual hay que romper, cual nuez, para poder degustar su agradable sabor. Pero, debido a su tamaño, para poder comerlos debían romper muchos para hacer un puñado y llevárselos a la boca.

Así que las niñas tomaron los que pudieron y llenaron sus bolsillos y en la medida que fueran deteniéndose podrían partir uno o dos y comer, porque no podían perder más tiempo, además, el pacul les podría dar más sed de la que ya tenían. Y eso, se sumaba al hambre que se hacía presente en el sonido de sus estómagos.

Pero la sed era inaguantable. Otra vez decidieron refugiarse en un árbol que encontraron por el camino esperando a que el sol se entrase definitivamente y proseguir. Ya les quedaba menos.

Fue en ese preciso instante, mientras descasaban, cuando Alma advirtió que algo brillaba cerca una de gran roca. Su hermana se acercó y con total incredulidad, vio que se trataba de una botella verde de vidrio con algún líquido en su interior. Pensaron que podía ser orina... arrojada desde algún vehículo de esos que iban a las minas del sector, pero no había ningún rastro que indicara que algo pudiera transitar por allí. También especularon en que podía tratarse de veneno, pero no se podían quedar con la duda. Se miraron y sin decir nada más, Alma abrió la botella y la olió, mas no sintió ningún aroma extraño que alertara de algún eventual peligro. Luego vertió un poco del líquido en la tapa y... era cristalino e inodoro... tal como si se tratara de... ¡agua! Sí, era agua pura y bebible, a una temperatura fresca casi como salida de la nevera.

Rieron agradecidas y, si pensar más en el origen, la bebieron con ganas y saciaron su sed. A los perros también les llegó un poco en el tiesto. Después miraron alrededor en busca de indicios, pero no había huella de que alguien hubiese pasado por ahí, ni siquiera rastros de algún campamento cercano...

Alma levantó la vista al cielo y sonrió. Su hermana solo asintió, entendiendo tal vez cuál era el origen del líquido que acaban de beber.

Quien fuera que les haya dejado esa agua, las había salvado, y las protegía. ¿Quién se las había dejado allí? ¿Quién las protegía? Ni idea, tal vez fue la misma persona que ayudó a Ángela, hacía unos años atrás... cuando por primera vez se aventuraba en la cordillera...

 cuando por primera vez se aventuraba en la cordillera

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Cuentos y Relatos de la Cordillera de AtacamaWhere stories live. Discover now