Capítulo 21: Todo es de él

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Álex se encoge de hombros, restándole importancia con la vanidad de un héroe acostumbrado a recibir halagos.

—Hablaré con ella —decido, haciendo el amago de levantarme.

Por poco no pierde el equilibrio en la silla.

—Espera, espera —me sonríe con esa actitud conciliadora que muestran los estafadores cuando están en apuros—. ¿Qué le vas a decir, exactamente?

Esta vez soy yo la que se encoje de hombros.

—No puede saber que te he contado esto —me dice, pidiéndome con las manos que lo escuche—. Creerá que tengo más confianza contigo que con ella, y no están las cosas como para que llegue a conclusiones equivocadas.

—Puedo preguntarle. Me haré la loca.

—No lo hagas —me suplica—, se pensará lo que no es.

Comprimo una sonrisa ofensiva de incredulidad y mi dedo lo señala a él y después a mí y después otra vez a él, interrogativamente.

—No me ha acusado así, de cara, pero...

Mi sonrisa se ensancha y se vuelve aún más ofensiva.

—¿Te sorprende? —me pregunta Álex con el ceño fruncido.

Está loca. Los dos están locos. Álex y yo. Por favor. Qué tontería.

—Tendrías que irte de esta casa —le digo, y esta vez sí me levanto.

—¿Quieres ayudar?

Me detengo a medio camino. Lo miro con desconfianza.

—¿Tú sabes cómo funciona ese teléfono? —me pregunta.

Es el viejo teléfono de mis bisabuelos. Está en esa pared desde siempre, un trasto color crema que destaca sobre el papel pintado y que sin embargo nadie mira. Es uno de esos fantasmas que insisten en aferrarse a esta casa.

—Creo que no funciona —dudo, y la mirada que le dedico a esa antigualla suma más segundos que todas las del pasado juntas.

—Sí funciona. Últimamente llaman de vez en cuando —responde, girándose en la silla para observarlo con preocupación—. ¿Tiene función de rellamada?

—Claro, está al lado de la tecla para las videollamadas.

Álex suspira agotado de mis bromas.

—No tengo ni idea de cómo funciona —le digo.

Tras darme las gracias e indicarme que eso es todo, me detiene.

—¿Qué quieres ahora? —me quejo, a medio camino de la puerta.

—¿Cuál es tu comida favorita?

Una sonrisa dubitativa aparece en mi boca. No sé qué trama.

—Tendrás alguna comida favorita, ¿no? —insiste.

—La pizza. La hamburguesa. El queso.

Lo observo con el ceño fruncido. No me fío de él.

—¿Te gusta la comida japonesa? —pregunta, animándose.

Mi cabeza asiente al tiempo que mis hombros suben, indecisos.

—¿Qué te parece si me haces una lista de comidas que te gustaría probar y yo te las preparo? —me propone, y la idea le gusta tanto que le devuelve el color al rostro—. Puedes buscarlas por Internet, no importa si son recetas difíciles.

Me contagia con su energía y esta vez mi sonrisa es sincera.

—¿Seguro? No vale echarse atrás —le advierto.

Aunque me odies (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora