Capítulo 12: Aspirante a padre

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Capítulo 12

—¿Laia? —pregunta desde el otro lado—. Laia, ¿estás llorando?

Oigo su voz perfectamente a través de la puerta entreabierta. Está justo ahí, no me cabe duda de que se asomará de un momento a otro. Me enrosco bajo la sábana. Grito para mis adentros. Mi garganta emite el lamento de un perrito moribundo.

—Laia, ¿qué pasa?

Trato ordenar mis pensamientos mientras me sorbo los mocos. Me aferro al teléfono, me hago bola entorno a la música que emana de él.

—¿Estás bien? —insiste.

Oigo que abre un poco, lo justo para verme. Aprieto los párpados con un nudo en la garganta, soy incapaz de responder, es como si tuviera que salir a escena a hacer un truco con palabras que nadie me ha enseñado. Hablar es atragantarme con el llanto que me guardé de anoche.

—Voy a pasar, ¿vale?

Solo tiene que acabar de empujar la puerta, no necesita permiso. A mí me da igual que viole mi espacio, ahora no quiero estar sola. Una parte de mí desea desaparecer mientras que la otra suplica por un poco de preocupación sincera. Aún con los ojos cerrados, con la cara contra la almohada, noto que el colchón se hunde junto a mis rodillas. Se ha sentado en el borde de la cama. De pronto soy consciente de que solo me cubre una sábana. Si la retira, verá mis hombros, mis brazos, mis pechos, mis costillas, mi cintura, mis bragas, mis muslos.

Tiene el poder de desnudarme sin siquiera saberlo.

Por la forma en la que me imagino que se ha sentado, sus dedos han de estar a unos centímetros de mi cara. Álex simplemente mantiene la mano ahí, quieta. Sé que sus dedos están muy cerca de mí. Puedo sentir cómo vibra el espacio vacío entre su piel y la mía. También sé que pretende tocarme. Es como si me acariciara sin necesidad de hacerlo.

Entonces Álex me acerca la mano. Un movimiento tan sutil, tan tímido, que es casi imperceptible. Creería que no lo ha hecho si no lo sintiera en la sensible pelusa de mi patilla.

—¿Quieres que avise a tu madre? —pregunta.

Niego con la cabeza, la froto en la almohada. Puede que no haya dicho que no, que sí la prefiera a ella. Puede que solo me esté secando las lágrimas.

—¿Quieres que me vaya? —pregunta.

Hundo mi cara un poco más e inspiro tan fuerte que mi cuerpo tiembla al soltar el aire. Por favor, no, ahora no. Quiero decírselo sin echarme a llorar.

—Quédate —logro decir con la voz ahogada.

—Vale.

Tras una insoportable pausa llena de miedos, por fin me toca. Es una caricia suave, más que cariñosa, que me recorre todo el arco de mi oreja. Baja por mi mejilla y se acerca peligrosamente a mis labios. La imagen de sus dedos entrando en mi boca atraviesa mi cabeza como un relámpago, corta de raíz mis sollozos. Álex me toca de una forma que derrumba mis defensas y me pone en guardia. Se desliza con cuidado por mi cuello. Sube por mi hombro.

Los largos dedos de Álex dejan a su paso una estela de terminaciones nerviosas que nunca se conformarán con menos. Álex me enciende, me desarma, me paraliza. Si sigue avanzando, retirará la sábana que cubre mis pechos. Pero no quiero, no, no puedo impedírselo. Por muy mal que esté esto, solo puedo quedarme quieta, expectante. Me está viendo desnuda incluso antes de desnudarme. La forma en la que ahora me muestro es tan íntima que la desnudez de mi cuerpo carece de valor. Álex me toca el hombro, el brazo y el codo y me mira sin saber si debe seguir tocando. La sábana está a un lado, rebelando el cuerpo que todos han visto.

Aunque me odies (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora