Capítulo 13: Una artista y una princesa

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Capítulo 13

Imbécil, imbécil, me repito, despojándome de la ropa.

Clavo la vista en el espejo del baño hasta que la chica desnuda que tengo enfrente agacha la mirada. El chorro a presión remueve un escupitajo de pasta dental pegado a la cerámica. Es asqueroso. Lo miro sin dejar de rascar mis brazos, me araño. Las líneas, que por poco no son heridas, me bajan del cuello a las clavículas. He intentado arrancarme la piel que tocó Álex.

Me meto en la bañera y hago correr el agua mientras me abrazo las piernas. Contengo el impulso de salirme de un salto cuando noto que el agua me envuelve. Me concentro en las marcas de mis antebrazos, el agua ya está en mis tobillos. Sube y sube, me cubre el pubis, y sigue subiendo, se ha tragado mis muslos, llega a mi cintura y convierte las puntas de mi cabello en algas. Con la frente en mis rodillas, me oculto detrás de una cortina de pelo. La superficie me alcanza por el hueco entre mis pechos. Cierra los ojos, Laia, no te va a pasar nada, estás a salvo.

Cierra los ojos, me dicen las burbujas que salen del fondo.

Cierra los ojos, princesa, me pide la cadenita del tapón.

Los abro de golpe y mi mano alcanza el champú para vaciarlo.La espuma se forma rápidamente. Una espesa capa de burbujas blancas con brillos iridiscentes cubre la superficie del agua, son nubes esponjosas que me ocultan de las chirriantes voces de cañería. Huele a infancia.

Cierro los ojos y me estiro, inclino la cabeza hacia atrás y atravieso la superficie de espuma, que me crepita en los oídos. Me inunda el sonido del borboteo del agua, de la sangre recorriendo mis venas. Oigo la cadenita metálica como si mi cráneo fuera de cerámica y el tapón se encontrara incrustado en mi cerebro, conteniendo mis traumas. Uso el pie para hacer sonar la cadenita y es como cuando me hurgaba la ortodoncia con la lengua: está fría y sé dónde está y cómo es y al mismo tiempo no lo sé. La cadenita tintinea con eco en las paredes, en el fondo y en el techo de la bañera de mi cabeza mientras el suave oleaje que produce mi cuerpo inerte me lame las mejillas. Me imagino como un cadáver a la deriva. Huele a perfume. Inspiro, y la voz es más clara. Deja de sonar como la de una cañería para parecerse más a la de mi padre.

Cierra los ojos, princesa.

Lo hago y me pide con una sonrisa que levante los brazos. Estoy afuera de la bañera y no puedo entrar sin ayuda. La bañera es un muro, una muralla, y sus manos una grúa. Ronronea como un motor, me hace reír y me aúpa, me aúpa más alto de lo necesario porque eso me gusta, porque se lo pido y me hace chillar de felicidad. Los pies se me sumergen entre torres de espuma. Hay mucho vapor y huele a risas, a cosquillas. Tú serás artista, me dice, y no es una corazonada, sino una promesa. Tú serás artista, repite cada vez que me baña, con su dedo dibujando en el jabón extendido sobre mi barriga. Tengo la barriga protuberante de un cachorrito. Me dibujo una casa con una familia y le digo quién es quién porque él no lo ve, y me pregunto si lo habré dibujado al revés, si no estaremos todos patas arriba, si la casa no tendrá la chimenea hacia abajo.

Puedes ser escultora, me dice una noche cuando ve que construyo un castillo de tres torres, le explico que es un castillo y que son torres y dónde están y por qué tienen esa forma, y él me dice que es un castillo rodeado de nubes. Parecen nubes, papá, exclamo. Son nubes y tú eres un ángel. Sí, sí lo soy, lo sé porque lo dice a todas horas. Laia, eres mi ángel, mi princesa. Un ángel y una princesa con corona de burbujas, me dice, coronándome, y después agarra la alcachofa y ya no soy una princesa ni un ángel porque mamá nos llama y nos dice que la cena se enfría y que nos demos prisa, y entonces papá dice que cierre los ojos, y me lo dice con su voz, no con la voz de desagüe. Cierra los ojos muy fuerte, muy fuerte, me pide, y puedo verme haciendo pedorretas con el agua que me cae por la cara. Pero no quiero irme, no quiero que mamá nos interrumpa para ir a cenar, además seguro que hoy son acelgas, no me importa si es tarde, si salpico afuera o si gastamos mucha agua, solo quiero quedarme aquí, con papá, así que vuelvo atrás. Papá me escucha, asiente porque siempre sabe lo que quiero sin que tenga que pedírselo, y es él quien lo hace, así que la culpa no es mía, mamá, no es mi culpa si la cena se enfría. La espuma vuelve a mi cabeza en forma de corona y a mi espalda en forma de bultos que dice que son alas, y soy una princesa y un ángel y una artista, y papá me lava con mimo, con cuidado, con cariño, y me extiende la espuma por los brazos, por los hombros, por la espalda y por los muslos, y no es mi culpa, mamá, si la cena se enfría.

Discutes con papá enfrente mío incluso si él no quiere. Cuando me hice pis fue porque tú decías que no, que no, que en la calle no, y él decía que qué más da, qué más da, nadie mira, solo es una niña, no la líes, no hay bares, no hagas un numerito joder. Decía joder y puta y mierda y joder. Decía joder todo el rato, y tú te enfadabas porque lo decía delante de mí, y él te decía que tú le hacías decirlo, y yo pues que sepas que papá solo dice palabrotas contigo, mamá, conmigo nunca, y tú te reíste como si yo fuera una niña tonta y meona.

No me gusta cuando me miras como si no entendiera. Sí que entiendo, no soy tonta como tú te piensas. Tampoco me gusta cuando papá te dice que no le grites pero tú le gritas, ni que rompieras mi taza favorita cuando la lanzaste al suelo, o cuando le arañaste la cara porque se estaba riendo. Él se tocó la cara y dijo pero a ti qué te pasa y te llamó loca y tú te pusiste a gritar que no estoy loca que no estoy loca como si sí lo estuvieras. Papá dice qué pensará Laia y tú dices no metas a la niña en esto, y yo me quedo ahí quieta como un enano del jardín y seguís como si no me vierais. Mamá, papá, papá, mamá y soy un enanito de piedra. Tengo un poder. Cuando me quedo muy quieta, muy quieta, soy invisible. Papá te abraza por la espalda mientras haces la cena y yo iba a preguntar que qué vamos a cenar pero no digo nada porque no quiero que me veas. Papá mira en mi dirección y no me ve porque no me muevo y me tapo la boca. Dices para, para, y él dice no pasa nada, Laia está en su habitación, en seguida acabas, y te toca donde dices que está mal tocarse.

Mamá, me dices que tengamos cuidado y nunca juegas conmigo ni te gusta que yo juegue sola. Papá en cambio siempre juega conmigo cuando está en casa, le gusta cargarme boca abajo y hacerme pedorretas hasta que me meo de risa. Dice pareces un bichito panza arriba, dice que tengo las patitas largas de un bichito y que si soy una arañita y yo no, qué asco, y él pues entonces un saltamontes y yo nooo, no me gusta, mientras chillo y pataleo y me muero de risa, y él pues eres mi bichito, así que tú me dices cuál.

Papá no se da cuenta de que no quiero ser su bichito si tú nos miras.

Papá huele a burbujas, a espuma, a vapor y me hace cosquillas y me besa en la frente y me pellizca y me dice princesa y ángel y que cuánto he crecido y qué patitas tan largas y qué tierna y qué suave y que son como dos gajos de mandarina. Además, él siempre sabe cuándo me hago la dormida. Dice... la más guapa de esta casa se ha quedado frita en el sofá, otra vez. Habla él solo en voz alta, aunque sé que me lo está diciendo a mí. Papá habla distinto conmigo que contigo, mamá, a mí me habla como si me quisiera.

Te habla así porque no le gusta cómo me hablas, ni que rompieras mi taza.

Papá me mira de cerca, me besa en la nariz y dice... qué risueña, mírala, sonríe hasta mientras duerme, ¿no será que está despierta? y yo trato de contener la sonrisa y digo que no con la cabeza, que no. Entonces me toma en brazos y yo me enrosco entorno a su pecho y sigo haciéndome la dormida incluso cuando me pellizca el muslo. Inspiro su perfume, y la mano que me acuna se mueve en mi culo y me hunde los dedos y le doy un besito en la mejilla y lo miro entre mis pestañas y no es papá, sino tu novio.

Basta. Necesito meter en vereda mis pensamientos, dirigir la fantasía como si se tratara de una orquesta. La mano del hombre sin rostro espera entre mis muslos a que me frote contra ella. Bajo las caderas y me muevo adelante y atrás. Él me deja hacer, me sonríe cariñosamente.

Construyo la escena situando a mi madre en ella. En este escenario es una testigo pasiva, solo está aquí para añadir el drama morboso de los celos. La coloco al lado de la puerta y la pinto más fea, como la mujer que convivió conmigo durante mi adolescencia, la que ni siquiera se duchaba. Todavía conserva el anillo de matrimonio, se lo toquetea nerviosa. Una amalgama de emociones contradictorias le deforman el rostro, mi mente superpone una cara sobre la otra, está enfadada, excitada, asustada, confusa y se está riendo, todo al mismo tiempo. La situación la supera. Querrá decir algo cuando vea la forma en la que el hombre de sus sueños me lava la entrepierna, pero no se atreverá a hacerlo por miedo a parecer una exagerada; se quedará calladita aunque crea que me está tocando más de la cuenta.

La puerta se abre inesperadamente, arrancándome de la fantasía.

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Aunque me odies (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora