Sueños

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 Eiden espoleó al caballo mientras avistaba el horizonte. Sus compañeros no podían sacarle tanta ventaja como para haberlos perdido, solo se había detenido un momento para revisarle la pezuña a su montura, pues parecía cojear un poco. No se había equivocado, una piedra se había incrustado hasta hacer sangrar al pobre animal. Ahora sus compañeros parecían haber decidido esconderse de su vista. Entonces oyó una brusca carcajada que conocía demasiado bien y se dirigió hacía allí. Los chicos estaban acampando ya, Bobby incluso recogía leña para hacer un fuego mientras Carlos cuidaba de los caballos, Alan extendía las mantas por el suelo para preparar el lugar. Cada uno había cogido sus propios roles, llevaban un  mes de viaje y en ese tiempo se habían acostumbrado los unos a los otros. Sabían lo que se les daba bien a cada uno y lo aprovechaban sin que nadie tuviese que dirigirlos. No había mandos, solo eran compañeros, quizás era una especie de ley implícita entre ellos. Después de vivir en la fortaleza de los Althor lo único que podría separarlos era que alguno se pusiera a dar órdenes. 

- Chicos hacéis tanto ruido que espantaréis a todo ser viviente, os he oído de lejos.- Dijo Eiden dejando su caballo en manos de Carlos, mientras dirigía una sonrisa torcida a Bobby, cuya risa escandalosa seguía sonando.

- Bueno cuando uno oye las barbaridades que acabo de oír o llora de vergüenza ajena o se parte de risa. – contestó Bobby mientras contenía la risa, un palo mal lanzado le rozó la cabeza cosa que hizo que sus carcajadas volvieran a resonar. Alan, el más joven de los cuatro estaba rojo como un tomate en esos momentos.

- ¡Esto me pasa por confiar en ti! No puedes tener cerrada esa sucia bocaza ni un momento verdad. –Exclamó Alan mientras volvía a arrojarle otra rama a Bobby, que la alcanzó sonriente al vuelo y la añadió a su montón. Entonces fue Carlos quien le explicó a Eiden.

- Nuestro pequeño Alan a tenido su primer encuentro con las lágrimas de una dama y digamos...que no supo reaccionar como se debía. Claro que ese fue solo el primer fallo, el segundo fue pedirle consejo a Bobby.

- ¿Y a quien esperabas que le preguntase? ¿A vosotros? Al fin y al cabo esta claro que él se las lleva de calle ¿no? - Exclamó Alan a la defensiva. A lo cual dos pares de ojos lo miraron mal. –Bueno, no os crítico simplemente parece que el tema no os interesa.-Ha esto último la carcajada de Bobby no se hizo esperar.

- Guau chico tu sí que sabes dar donde más duele. -Dijo Bobby entre risas.-Encima ni se da cuenta de que la lía mas.

Carlos bufando se giró para seguir cepillando los caballos y Eiden miró con socarronería a ambos mientras decía.

- Se te ha ocurrido pensar que a Bobby con su carita de Ángel caído no le hace falta hablar para que las damas caigan a sus pies. Fíjate en él, no tiene modales, no tiene ni idea de que decirles para tener una conversación normal. Solo sabe una cosa, conseguir que le muestren la cama y para eso ni siquiera necesita saber hablar.-Entonces las risas de Bobby cesaron.- Al contrario que tú claro está. Tu cara es aún infantil, así que solo despiertas ternura o las pasiones de adolescentes que no te atraen a estas alturas. Tú necesitarás aprender a ganártelas, conquistarlas con elogios y bonitas palabras, cosa que créeme, Bobby, es el ultimo que puede enseñarte. Más bien pregúntale a Carlos, que él no farde de sus conquistas, como otros, no quiere decir que no las tenga. -Dicho esto cogió el rifle a hacer su labor, cazar la cena.

-Vaya, no sabía que me vigilabas.- Dijo Carlos con la espalda tiesa, Alan con el ceño fruncido miraba a Carlos calculadoramente. – Ni lo pienses chaval.- Alan agacho rápido la cabeza ante la rudeza de Carlos y la risa de Bobby volvió a resonar.

 No era difícil ver reír a ese chico, la vida le había tratado bien, su carácter jovial los unía mas a todos. Había vivido con sus padres hasta hacía poco, eran comerciantes así que viajaban a menudo de pueblo en pueblo. Bobby tenía 25 años y había conocido más mujeres de las que podía recordar. Su cuerpo musculoso, su metro noventa, esos ojos azul oscuro, pómulos marcados, pelo negro de rizo alborotado dándole un aspecto un poco macarra, era demasiado arrebatador para que las mujeres no repararan en el. Por el contrario Alan solo tenía diecisiete y había estado cuidando de su padre enfermo los últimos años, así que no sabía nada de la vida. Se sentía torpe e inseguro encontrándose solo en el mundo. Sus rasgos eran dulces, rubio, ojos azul claro, nariz un poco chata y con una temblorosa sonrisa deseando agradar. Su cuerpo desgarbado, era demasiado delgado para el metro setenta que medía. Eiden sonrió para sí mismo, aunque no sabía qué había ocurrido seguro que el pobre Alan estaba abochornado, pues no solía pedir consejo sobre nada. Era bastante introvertido y Bobby demasiado despreocupado con los complejos ajenos. Un movimiento entre los arbustos distrajo sus pensamientos, la cena estaba a la vista. Colocó el fusil contra el hombro mientras forzaba su vista mágicamente para adaptarla a la oscuridad creciente. Cuando el anciano profesor le enseñó a hacerlo jamás pensó que fuese tan practico. Contuvo la respiración al divisar el primer conejo y apretó el gatillo. Pronto tres conejos eran cocinados por un Alan ceñudo y silencioso. 

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