Uno

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"Estuvo bueno, como, no sé, terminar mi última noche así de soltera, hablando con vos, tipo con una amiga, ¿no? Como a estas horas, está bueno".

"Si, a mi también me gustó, pasar nuestra última noche".

"Si, nuestra última noche. Chau".

"Chau".



El corazón todavía le late a mil por hora.

La taza amarilla la mira casi de manera burlona, pero Jazmín igual extiende la mano para tomarla. La mira, como si allí pudiera encontrar algún tipo de respuesta. Como si en el fondo de ella pudiera leer todas las respuestas que flotan en ese aire cargado que Florencia dejó tras ella. Deja escapar el aire por la boca y no se siente como un alivio, sino como resignación. Se lleva la taza a los labios y toma del té con los ojos cerrados, tratando de probar todos los sabores que pueda en ese instante que se hace infinito.

Tratando de probar a Florencia.

Porque Jazmín sabe, o la parte de ella que ya vio el final de esta historia sabe, que es la única manera en la que va a estar cerca de experimentar algo así. Deja en la taza la marca de su rouge y la invade una sensación horrible, esa que viene acechándola desde hace días, semanas, pero que ahora se siente solida, como una piedra encadenada a su pecho que la empuja para abajo sin hacer fuerza pero allí, presente y dura y real.

Vuelve a mirar hacia la puerta de la cocina y duda. Vuelve a cerrar los ojos y se pide a si misma levantarse e irse a su casa. Se pide clemencia. Pero solo puede pensar en Flor. Como si todavía estuviera allí con ella, la siente buscarle la boca con los ojos y evitarle la mirada, como quien sabe que solo eso bastará para desatar una pasión imparable. Lo siente porque pasó, y la duda consume a Jazmín hasta lo más profundo de sus huesos. En la punta de los dedos siente la necesidad de hacer algo y no sabe qué.

O peor, sí sabe. Pero no sabe cómo.

Se siente frustrada y ahogada y de repente ya no le importan las formas. Decide darse una última oportunidad y es egoísta, si, pero no sabe cómo no serlo. O tal vez sabe, también, pero está al final del camino. Siente a sus piernas llevarlas hasta el ascensor como si Jazmín se estuviese mirando desde lejos, desconectada de ese momento pero consumida por una adrenalina que no debería sentirse así de bien, así de liberadora.

Mira la puerta de la habitación de Flor por más tiempo del que querría. La mira porque las piernas le tiemblan y porque aquí se las juega todas. Está de vuelta en ese cuarto iluminado en la casa de su abuela, rodeada por ese olor que todavía no sabe replicar, y, mientras juegan a las damas, Jazmín se da cuenta que se le acaban los movimientos. "Si vas a hacer algo, lo tenés que hacer ahora", solía decirle su abuela, entre risueña y alentadora.

Porque a Jazmín ahora se le acaban las jugadas, también. Pero va a hacer algo.

Toca en la puerta tres veces y no sabe si la escucha o tan solo la siente moverse del otro lado. Acomoda los hombros, buscando que su cuerpo no la traicione. Flor abre la puerta y en su cara hay una mezcla de emociones que Jazmín ya no puede analizar. Pero hay algo en el aire, en sus ojos, que le dice que la estaba esperando. Los dedos de Flor tiemblan contra la puerta mientras la abre más para permitirle entrar.

Jazmín se queda clavada en el medio de la habitación, absorbiendo el aroma de Florencia. El aire le pesa sobre la piel, le urge rascarse, buscar algún tipo de alivio. No se anima a pensar como Florencia podría ayudarla con eso.

"Me voy a ir a Córdoba", dice, repitiendo algo que ambas saben pero que evitan, como evitan tantas otras cosas.

"No te tenés que ir", le pide Flor, todavía parada cerca de la puerta, la distancia entre ellas marcada como un recuerdo físico de lo que está a punto de pasar.

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