2

15.4K 983 68
                                    

Era temprano, o lo que a todos les parecía temprano para un sábado. Sin embargo, a Ani le gustaba la mañana, por lo que despertaba a las ocho, se duchaba y desayunaba leyendo alguna novela. Sus padres aún dormían y el perro de la familia, un labrador, descansaba a sus pies mientras ella tomaba su café con leche. Leía historias de romances apasionados, aunque no reales, como divertimento mañanero.

Un golpeteo en la ventana la hizo levantar la mirada. Sonrió y dejó el libro y la taza de lado antes de abrir la puerta de la cocina y dejar pasar a un relajado David.

—Buenos días —rió Ani—. ¿Te caíste de la cama?

—Claro que sí —exclamó él—. No, en realidad, vengo a buscarte.

—¿Para qué? —lo miró confundida.

—Para que pasemos por la cafetería, ordenemos dos cafés para llevar y unos bollos, y partamos rumbo a la casa de anoche —recitó al tiempo que se inclinaba sobre la mesada para garabatear algo en el anotador junto al teléfono.

—¿Qué haces? —preguntó Antígona, asomándose sobre los hombros de Davo y sosteniéndose el cabello largo y ondulado con la mano.

—Dejo una nota para tu mamá, sino me va a matar. Aunque es tu culpa ser una irresponsable y no dejar avisos a tus padres de que te escapas conmigo cada vez que nos vamos —farfulló irguiéndose, completamente orgulloso de su trabajo.

Ani lo miró y le dedicó una amplia sonrisa que él supo responder con éxito.

—Vamos —suspiró ella.

—Voy a buscar las llaves, te veo afuera —Davo salió por la puerta por la que había entrado, antes de que Ani la cerrara.

Corrió al armario y tomó un abrigo pesado, pues hacía mucho frío según el servicio meteorológico. Se calzó un gorro de lana y salió por la puerta delantera con un bolso al hombro. En el mismo instante en que puso un pie en la vereda, Davo salió de la casa contigua, abrigado hasta los dientes. Ani se acercó al auto de David y esperó a que éste se sentara y estirara para poder sacarle la traba a la puerta.

Tras pasar por la cafetería y pedirse un importante desayuno, volvieron a emprender viaje, mucho más animados que la noche anterior. Ani no podía evitar pensar que quizás su amigo había imaginado cosas impropias en el instante en que ella lo había invitado al motel, pero sacudió la cabeza y espantó aquella idea. Iba tan despacio como la noche anterior, aunque más hablador y payaso, también. El paisaje era bellísimo, de un fuerte color maíz.

Era increíble que no hubiera absolutamente nada en tanto espacio, se dijo Ani con una sonrisa, mordiéndose el labio inferior. El cielo estaba libre de nubes y el sol brillaba con fuerza, aunque hacía mucho frío, aun estando abrigados como estaban y tomando café caliente.

Davo bajó la velocidad de cuarenta a treinta para que su amiga pudiera observar un gran campo de girasoles que había aparecido a su lado. Él quería observar las flores, pero por algún motivo Antígona resultaba interesante esa mañana. Aún más que un enorme campo de gigantes girasoles. Tenía las mejillas y la punta de la nariz enrojecidas, mas los labios un tanto más pálidos de lo normal. Tenía la costumbre de abrazar los vasos de cartón de café con los dedos, para quitarse el frío que pudiera tener, algo que Davo encontraba adorable.

—¿Estás viendo esto? —preguntó en un suspiro que desprendió una bocanada de vapor—. Es increíble.

—Sí —respondió él en un suspiro, volviendo la vista hacia el frente, metros antes de que la calle de tierra se abriera hacia la casita.

Giró el volante a la izquierda y ambos empezaron a temblar por la calle rústica, repleta de piedras. El pasto se iba volviendo más alto a medida que se adentraban en el paisaje, casi llegando a la base de las ventanillas. Davo miró su reloj mientras avanzaba, la casa estaba más adentro de lo que él había creído, se dijo. Llegaron a destino y pararon el auto a pocos metros.

Aceite de girasolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora