—Buena distracción, ahora dime todo lo que descubriste.

—Me alegra que hayas leído mis intenciones.

—Llevo más tiempo contigo del que me gustaría—Adachi se sentó—¿desconfías de ellos?

—Entran en el perfil.

—Igual que yo—Adachi le dio un buen sorbo a su bebida.

—Buen punto, pero un cabeza hueco con aires de grandeza no está dentro del perfil.

—Sigo aquí—dijo el pelirrojo.

—Hay algo que debemos saber solo tu y yo, los altos mandos están pensando que no soy capaz de hallar al culpable, eso sin contar que en las encuestas de la sede central en Olympus soy favorito. Es normal que se centren en otras cosas.

—¿Más que en niños secuestrados?

—Sí, algo está pasando, algo grade. Pero solo cuando sea jefe de una región podré saber de qué se trata.

Hoover bajo su cabeza hasta su portafolio fino de importante valor, tanto simbólico como económico, en el se encontraba una fotografía tomada tiempo atrás en la que sus arrugas marcadas por las largas horas de trabajo podían formar una sonrisa, una preciosa chica montada en la espalda del comisionado y, junto a esa imagen, la insignia de graduación de felicitando a una destacada cadete.

—Y tener acceso a los archivos secretos—Adachi sacó a su maestro de su hipnosis.

—En fin, iremos a las escenas en donde los niños fueron liberados—indicó Hoover.

—Y por iremos solo te refieres a mí.

—Sí, yo iré a hablar con los padres de las víctimas que aun no abandonan la región o que se encuentren en bajo protección especial. También pasa a las casetas de vigilancia para recoger sus informes y evidencia.

Adachi pasó por su equipo y algunas otras herramientas simples que tenía en su escritorio, su placa estaba guardada en su cajón con llave. Agarró su billetera de mala gana y con la vista puesta en el infinito salió del gran edificio, evitaba tocar las grietas del pavimento.

Hoover arribó a la casa de una de las primeras víctimas de la cadena de suicidios espontáneos, la fachada estaba descuidada, las numerosas hierbas en el jardín y la gruesa capa de polvo en el tapete de bienvenida lo delataba. El timbre rojizo zona en son de una melodía triste y con dificultades sonoras, al abrir la puerta una mujer adulta de treinta y cinco años fulminó al comisionado con ojos tristes y faltos de descanso alguno.

—¿Qué desea? —interrogó molesta.

—Venía a hacerle unas preguntas.

—Ya dije todo lo que tenía que decir—la puerta se comenzó a cerrar.

—Creo que puede ayudarnos en algo más.

—No lo creo oficial.

—Se que le escondió algo a la policía, y si no me dice todo lo que sabe—Hoover se sobó la frente—podría tener problemas legales por habitar una casa que no es suya.

La mujer cedió y en medio de una mirada profunda abismal abrió la puerta de golpe, como si fuera el preludio de lo que le esperaba al comisionado ese día.

Había pocos muebles en la casa y los pocos que había parecían haber sido comprados en baratas o mercados locales, algunos incluso corroídos e impregnados de capas de pintura de mal gusto. En la mesa de descanso se encontraba la fotografía de una familia, un niño de cinco años, la madre con un mejor semblante abrazando a su hijo y finalmente el padre, los varones tenían las manos de la fémina en sus hombros. Una bella escena, sin duda, pero no una que pudiera engañar a un viejo espantapájaros.

Pokémon: Sweet and Bitter StepsWhere stories live. Discover now