Capítulo 25

25 12 2
                                    


La confrontación, la decepción y la captura

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La confrontación, la decepción y la captura

Al fin había llegado el día, y tal y como Diego lo había imaginado, todos se habían reunido en la guarida. Santiago y Francisco estaban echados en el sillón y bostezaban un poco. Eran los que más tarde se habían acostado, pero igual no parecían estar tan cansados de por sí. Ambos fumaban de un cigarrillo y, cada dos o tres pitadas, se lo pasaban al otro. El cenicero, demostraba que habían hecho lo mismo con, al menos, unos seis u ocho cigarrillos más. Alfredo estaba agachado, buscaba algo en una caja que había llevado esa misma mañana, y que parecía ser demasiado importante. Vestía una camisa rasgada a la altura de los codos, en donde se podía apreciar un gran parche de color bordó en uno de ellos, y verde petróleo, en el otro; unos vaqueros desgastados, no podían dejar de hacer un precioso juego o uno bastante desastroso, dependiendo de cada quién.

Se puso en pie y llevó una mano hacia la cintura y la otra a la frente, para quitarse el sudor. Se dio vuelta y notó que, por fin, Diego había llegado.

—¡Miren quién se dignó en llegar al fin! —exclamó de repente, de una forma algo graciosa y, luego, sonrió de una manera bastante pícara—, ¡el conquistador!

Los otros rieron como si ese hubiera sido el mejor chiste del mundo entero, o como si casi lo hubiera sido. Francisco le pasó el cigarrillo a Santiago, para que le diera otra serie de pitadas. Alfredo también se sumó a las risas y lo mismo hizo Diego, de una forma algo tímida y un poco avergonzada.

—Chicos, tengo algo que quiero —comenzó a comunicarles la decisión que había tomado, pero Alfredo lo interrumpió antes de que pudiera decir una sola palabra de ello.

—Después nos contás, primero ayúdame con esto, ¿querés? —le pidió con voz algo temblorosa. Había estado haciendo algo de fuerza para mover las cajas, durante un buen tiempo—, es que ya conocés a esos dos vagos, siempre que se ponen en pedo no quieren hacer nada al día siguiente, son unos vagos sin remedio.

Los dos lo miraron con cara seria y luego se burlaron de Alfredo, como si expresaran la respuesta con un gesto gracioso. Ambos levantaron el dedo medio, para demostrar su descontento y, luego, volvieron a reír, por lo bajo. Alfredo les dedicó una bonita —y no menos agradable— mirada amenazante. «Matarlos con la mirada» pensó entonces, y no pudo evitar reír; los otros volvieron a reír una vez más, pues habían creído que las causas de su risa habían sido provocadas por ellos mismos, gracias a aquella tontería que habían hecho.

Diego llegó a su lado y, gracias al esfuerzo de ambos, movieron las dos cajas con mucha mayor facilidad, aunque les costó hacerlo igual. «¡Qué pesadas que están!» pensó, mientras las movían al centro de la habitación.

—¿Qué carajos hay acá adentro? —preguntó, con un tono de voz bastante extrañado—, estas cajas pesan como la concha de tu hermana, chabón.

La balada de los muertos (Wattys 2019 Horror/Paranormal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora