Capítulo 17

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Miércoles veintiséis, Centinela

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Miércoles veintiséis, Centinela

Logan estaba en una farmacia. Buscaba unos remedios para Katie, quien había caído presa de una gripe hacía dos días; los había empapado una tormenta repentina, y no se pudieron secar durante un buen tiempo. Como resultado, ahora ella estaba en una casa cercana a unas tres o cuatro cuadras, y sufría las consecuencias.

Se quedó acostada en una de las camas de la habitación, que daba hacia el patio, con la ventana cerrada; la luz del día la molestaba bastante. Sin darse cuenta, se quedó inmersa en un profundo sueño.

Y Logan buscaba los remedios, bastante preocupado de por sí, porque sabía que muchos de los que se habían convertido en aquellos seres abominables, habían estado enfermos antes de que aquello sucediera. Y era consciente de que no se trataba de una enfermedad que se pudiera tomar a la ligera, tenía que ser mucho más que cuidadoso y eso lo sabía también.

«Pero es como lo dijo Alfredo, supongo» se le ocurrió de repente, para tratar de calmarse, y fue capaz de lograrlo en una buena medida. Alfredo era un periodista que, antes de que todo el país se fuera al diablo —y de que se cortaran las comunicaciones en vivo—, había anunciado por medio de radio, que lo más probable, era que la gente que se enfermó, hubiera tenido alguna clase de contacto con ellos. Había dejado entrever que, quizá, la clave de la infección se encontraba en que la gente los hubiera tocado. A partir de eso, Logan supuso que la gente que lo hubiera escuchado, tomaría muy en serio esas palabras. Él y Katie fueron dos de ellos.

Al cabo de un tiempo, dio con un jarabe líquido que era del color del barniz, y que tenía un sabor no muy agradable. Pero luego, lo reemplazó por un frasco de un jarabe que presentaba un color amarillento, con sabor a banana; Katie le agradecería recordar eso. De hecho, se llevó dos o tres frasquitos, por si acaso él se llegaba a contagiar también. Definitivamente, que los dos se enfermaran, no era lo mejor que les podía suceder.

«Más vale prevenir que lamentar» se dijo decidido. «Antes de regresar, voy a ver si encuentro algún supermercado en el que pueda encontrar algunas cosas para comer» recordó, casi de milagro.

Además de los jarabes, se había quedado con unas pastillas para el dolor de cabeza y algunas botellas de alcohol y gazas por si urgían en hacerse vendajes, fuera por la razón que fuera. También tomó un par de cepillos de dientes (uno azul para él y uno rosa para su hermana), y cuatro o cinco pomos de dentífrico. Con la dentadura no se podía joder, nunca. Guardó todo lo que necesitaba en una bolsa de tela bastante resistente y salió de la farmacia.

Caminó dos o tres cuadras, alejándose de la casa un poco más, y luego de girar hacia la izquierda, caminó otra con paso ni lento ni ligero. Como no encontró nada, marchó de regreso y giró hacia la derecha; en su mente estaba memorizando todo el camino que había recorrido para poder regresar a la casa. Aún no se familiarizaba del todo con la ciudad, que era incomparable y mucho más grande que Arroyito.

La balada de los muertos (Wattys 2019 Horror/Paranormal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora