La otra cara de Satanás

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Tuve noticia de la reciente muerte del teólogo israelí Ibrahím Sharshalom, el hecho ocurrió en la ciudad de Rabat, Marruecos (escribo estas líneas el 26 de septiembre de 2016). Las circunstancias de su deceso no son del todo claras, según informan medios oficiales se quitó la vida mediante la ingesta de cianuro; otra versión, no oficial y que comparto, señala los indicios de un posible asesinato. Sharshalom no era un hombre exento de enemigos. Judío de nacimiento, abandonó la fe a los 24 años para trasladarse a Italia a estudiar teología; tres décadas después la publicación de un libro le habría costado la condena de la iglesia católica, razón por la cual decide exiliarse en Turquía y finalmente en Marruecos, país en el cual residió los últimos 23 años. Allí, sufrió en carne viva la triple ignominia de ser ex judío, ex comulgado e infiel. No obstante, no atribuyo su muerte a causa de las diferentes religiones que abrazó –para ser justos, deberíamos decir que abandonó–. Durante un período de cinco años mantuve correspondencia con el sr. Sharshalom, ello me permitió conocer ciertos detalles de la redacción de un libro el cual, según su propio autor, temía le costase la vida.

Hace siete años el ejemplar que le valió el anatema a su autor llegó a mis manos por un hecho circunstancial. Una tarde de 2009 vagaba por la Candelaria en busca de una librería que me habían recomendado y nunca encontré; en su lugar di con el ventanal de un tugurio cuya principal oferta la componían una diversidad de tomos antiguos y en su mayoría esotéricos. Llamó mi atención un ejemplar de la Biblia de Anton LaVey, decidí entrar y solicitar el libro al anciano quien atendía el lugar. Producto de la senilidad, tal vez, introdujo en la bolsa el título "Las caras de Dios". No me di cuenta del error sino al llegar a casa por la noche, era la primera vez que leía el nombre de Sharshalom. Al no poder hacer el cambio al día siguiente (nunca pude encontrar la calle de la librería de nuevo), no tuve otra opción sino leerlo.

No había prólogo (luego supe que nadie osó comprometer su nombre en aquellas páginas), sólo una nota preliminar por parte del propio autor, en donde promete "unas modestas líneas de adoración al señor"; la Santa Iglesia Católica asevera que esa promesa nunca se cumplió. Dos premisas fundamentales, inspiradas en el pensamiento de San Anselmo, son los temas de aquella obra, la primera, la incapacidad que siempre ha tenido, y tendrá, el hombre para entender a Dios; la segunda, la divinidad salva esta dificultad de su creación a través de distintas manifestaciones. A estas premisas están dedicadas sus 364 páginas en la que abundan las citas y referencias históricas.

Los primeros capítulos son los más extensos, y en ellos se pasa revista a la historia y costumbre de distintos pueblos y civilizaciones que precedieron al nacimiento de Cristo, y de algunas tribus aborígenes actuales. El quinto está dedicado al pecado original, y en determinado punto de éste, el autor afirma:

"...el hombre, maldito por el pecado original, perdió el privilegio de habitar en suelo sagrado, denigrando su carne hasta los límites de la animalidad. Tal vez aquel episodio llevó a Darwin a igualar heréticamente la línea del hombre con la del simio..."

Pese al ataque a la teoría de la evolución en este pasaje, de alguna manera el autor equipara al hombre de Darwin que abandonaba las copas de los árboles, con aquel que dejaba atrás el suelo del paraíso terrenal. Ese hombre, afirma Sharshalom, cuyos mayores logros era el caminar erguido y empuñar un arma rudimentaria, era incapaz de concebir una deidad única; ésta, por tanto, debía comunicarse con él a través de los vientos, los terremotos, las mareas y principalmente por medio del Sol. Luego estas deidades fueron cobrando forma humana, luego la capacidad de reproducirse y ser padres, pero rara vez la de morir. De las tribus que formaron los hijos de Adán, el padre primitivo era mortal, pero su puesto, su lugar, era eterno, y de allí la primera concepción de un arquetipo: todos los padres son uno mismo, y ese mismo era Dios, que con el nacimiento de la palabra ocupó el lugar del verbo y pasó a llamarse Sol, Mar; luego An, Elil, Enki, Zeus y el propio Yhwh. No fue hasta milenios después, y gracias a un egipcio renegado a quien la historia otorgó linaje hebreo, que se concibió la idea de un Dios único, Creador y Padre de todas las cosas; sin embargo, el pensamiento del hombre sigue y seguirá siendo infinitamente inferior al pensamiento divino:

La otra cara de SatanásWhere stories live. Discover now