El Precio De Un Amor ©

Capítulo 13 | Volver a Verte

—Dile a la policía que venga, ¡PERO YA! —le grito al verla dudosa sobre hacerlo o no.

Corro hacia la oficina y tumbo la puerta de un sólo golpe.

Mis ojos recorren la oficina de Joaquín, expectantes ante lo que puede pasar estar pasando, hasta que se centran en su escritorio. Todo parece suceder más lento desde entonces, y como si fuera parte del destino, la veo a ella, allí.

Tardo unos segundos en reaccionar con la escena y los gritos de Joaquín para que salga de la oficina. En un principio creí que ella era parte de eso, pero cuando vi lágrimas en sus ojos sólo pude pensar en que él la estaba forzando.

—¡QUE CIERRES LA PUERTA Y TE LARGUES! —grita Joaquín desesperado intentando taparle la boca a Clarissa, mi chica.

Me acerco hacia él lo más pronto que puedo y lo empujo fuerte contra la pared.

Le pego con intensidad repetidas veces, incluso no sé de donde he logrado sacar fuerzas suficientes para poderle pegar ya que él luce más robusto que yo, pero al diablo, sólo quiero matarlo.

Joaquín cae al suelo inconsciente y yo continúo pegándole repetidas veces, mis nudillos están llenos de sangre, y no me importa en lo absoluto.

—¡Para Jake! —grita una voz débil a mis espaldas y en ese momento, con esa voz, soy capaz de reaccionar.

Me paro adolorido por la paliza que le he dado a Joaquín, pero cuando veo al escritorio no soy capaz de mover ni un sólo dedo.

Clarissa está allí, y sus pantalones están llenos de sangre. Se ve... débil, pero las pocas fuerzas que parece tener, las usa para abrazar su barriga, que indudablemente ha crecido como nunca antes.

Priscila se acerca hacia ella, pero no se encuentra sola. Varios paramédicos entran al lugar e intentan ayudar a Clarissa, y los policías, a los que seguramente si llamó, me arrestan momentáneamente hasta explicarles lo ocurrido y proceden a hacerlo con Joaquín.

Una vez libre sigo el rastro de la camilla y las huellas de sangre que son visibles en el suelo. No la puedo perder, no ahora, no de nuevo.

CLARISSA

Intento mantenerme despierta como sugirieron los paramédicos, pero se me hace casi imposible. Me siento débil y sin fuerza alguna, sé que todo está mal, sin embargo, quiero creer que la bebé se encuentra bien.

Nadie dice nada, tampoco es necesario que lo hagan. Sus alertas de emergencia que han mandado al hospital para que tengan una intervención quirúrgica lista han sido más que suficientes para mí.

Salgo a la calle y la luz intensa del sol atraviesa mis párpados, las personas curiosas se acercan hacia la camilla para intentar ver lo ocurrido, con mucho esfuerzo abro los ojos, y muchas de ellas se tapan la boca horrorizadas, sé que nada está bien.

—¿Dónde está? ¿Dónde está? —escucho su voz desesperada a lo lejos, pero cada vez se percibe más de cerca— Quítense, quítense. Abran paso... ¡CLARISSA!

Mis ojos intercambiaron miradas con los suyos. Parecía haber esperado ansiosamente este momento durante siglos, y debo de aceptar que yo también.

Los días y las noches fueron eternas sin su presencia, lo que llamaba amor desapareció de mi vida cuando él ya no formaba parte de ella.

Intento tomar aire y no agitarme mucho en el momento, pero es inevitable. La sangre comienza a manchar cada parte de mi ropa y el tiempo se detiene.

Pienso en todo pero a la vez en nada, de lo único que me preocupo en este momento es en no perder a la bebé.

—¡Todo estará bien! —grita mientras me meten en la ambulancia que me llevará al hospital.

Comienzo a ver a muchas personas borrosas y las luces nublan mi vista. Veo policías correr de lado a lado, visualizo sangre en el suelo, en mi ropa y en sus manos. ¿En qué momento pasó todo esto?

Miro centellas en la oscuridad pero la última imagen que se graba en mi mente es la de él luchando con los paramédicos para poderme ver.

—¡TE AMO Y SIEMPRE TE AMÉ! —grita antes de que las puertas de la ambulancia se cierren.

Y cuando él desaparece de mi vista, todo oscurece de nuevo.

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