Venían de una ascendencia de honorables samuráis, pertenecientes del clan Yoshiwara, cuyo estatuto social era alto y formaban parte de los ocho clanes sirvientes del shōgun. Siguiendo el régimen utilizado en la milicia, ambos niños fueron entrenados para recorrer el mismo camino que sus ancestros.

Los años no pasaron en vano. Cada día, desde el amanecer hasta el atardecer, empuñaban el *, ejercitaban sus cuerpos y sus mentes, cabalgaban en el campo cargando arcos y flechas. Se hacían frente el uno al otro, sin importar la diferencia de edad y físico. Demostraban que las enseñanzas de su progenitor daban excelentes resultados, recalcando que el tiempo invertido no fue desperdiciado, al contrario, fue sumamente provechoso.




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En el dōjo, los dos hermanos se encontraban practicando, chocaban los bokken con precisión, no dejaban movimientos al azar, buscaban el punto ciego del adversario, era como si estuviesen en una batalla real; aunque sólo uno de ellos había presenciado la crudeza y la facilidad con que una katana cortaba la carne de los enemigos.

—Relájate, si tensas demasiado el hombro, podrías fallar el golpe. —el mayor daba consejos, a la vez que bloqueaba los ataques dirigidos a él.

—No estoy tenso, tú estás demasiado relajado. —dio un paso atrás, empujando al otro casi deshaciendo su equilibrio, aprovechó la distracción; golpeó la punta de la otra espada con la propia, se agachó y pateó el tobillo del mayor, haciéndole caer. Sonrió airoso al ver a su hermano en el piso, pero no duró mucho, ya que recibió un fuerte golpe en el abdomen por parte de este, apartándolo. Se dobló en sí mismo, sobando el área afectada.

—No te confíes. En el campo de batalla ya estarías muerto. —la tosca voz les hizo enderezarse, ignorar el dolor y saludar a su superior.

— ¡Sí, señor! —contestaron al unísono, inclinando el torso, en muestra de respeto.

—Guarden todo. En quince minutos la cena será servida. — Sin esperar respuesta, su progenitor se retiró, dejándoles solos, de nuevo.

Obedecieron la orden, salieron del dōjo, encaminándose hacia el comedor.

La cena se dividía en tres salones, donde se encontraban: los jefes de unidad, los asignados a una unidad y los novatos. Yuu era parte de la quinta unidad, la que su padre comandaba. Yutaka era un novato, debía mostrar su valía para ser un integrante oficial. Los dormitorios estaban divididos de igual manera, a excepción de los jefes, que poseían la privacidad de una habitación individual.

Yutaka Shiroyama era un chico de 14 años de edad, creció entre armas, militares y una guerra territorial. A pesar de su actitud optimista, deliberada disposición, agilidad y destreza con la espada y mente estratega, tenía un par de secretos. Uno de estos le causaría graves consecuencias.

—Hace diez minutos se anunció el toque de queda. Te meterás en problemas, si no cumples.

—Si eres tú quien me descubre, entonces, no importa, hermano.

Ambos observaban el estanque desde la seguridad del pequeño puente que cruzaba arriba de este, los peces salpicaban de vez en cuando, la luz de la luna se reflejaba hermosa en el agua y el viento nocturno mecía sus mechones azabaches. Durante las noches, el jardín de la casona era su lugar favorito para meditar o conversar.

La invitación del fuego (the GazettE, Slash)Where stories live. Discover now