Capítulo trigésimo octavo.

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Se acerca el final....

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Never Forget,
Never Forgive.

Sweeney Todd.

(nunca olvidar, nunca perdonar)


Capítulo Trigésimo octavo: Rojo, rojo, rojo.

31 de Octubre de 2010.

Mya:

Era repugnante.

Phelps siguió parloteando incansablemente sobre el equipamiento de cada parte de su enorme mansión a pesar de que su atención era mínima, la suficiente para que se mantuviera cerca y que Alexander rabiara desde el fondo de la sala, donde creía inútilmente que no le vería observarla.

Había algo extraño, ya se lo había dicho a Kyle, y lo iba a descubrir.

Y, si tenía que seguirle el rollo a aquel arrogante Conde, lo haría. Hasta que él estallara.

- ¿Una copita de champagne?- le ofreció Phelps, llamando a uno de los camareros que se paseaban por toda la pista con bandejas repletas de comida y bebida.

Negó con un coqueto cabeceo.

- No, no puedo beber por la medicación.

- Es una pena...

Sí que lo era. Borracha le costaría menos aguantar su pedantería.

- Es increíble tu recuperación, la verdad- siguió diciendo el Conde-, vi las fotos que publicaron en el periódico y el coche estaba destrozado.

- Tuve suerte.

Era lo que su madre le repetía continuamente: había tenido suerte.

Ella no lo veía así. El hecho de que los frenos de su coche no respondieran no le parecía tener suerte, que hubiera esa marcada bajada en la carretera no le parecía suerte, y el que acabara estrellada contra un muro de piedra aún menos.

Se tocó discretamente el apósito que cubría la rosada cicatriz de su brazo.

- ¿Y cómo pasó?

Era al menos la duodécima vez que se lo preguntaban.

¿Cómo? ¿Cómo recorriendo una ruta tan habitual había acabado hecha un guiñapo en una curva? ¿Cómo podía haberse distraído lo suficiente para salirse ahí? ¿Cómo había sobrevivido a aquel golpe?

- Fue un fallo técnico del coche.- contestó con calma.

George se atusó el cabello claro con la mano con la que sujetaba los colmillos de vampiro que remataban su disfraz.

- ¿Y no has cogido miedo a conducir?

- Me he comprado el mismo coche.- fue su respuesta.

Él se echó a reír, colocando la mano sobre su brazo sano para deslizarlo con una leve caricia hasta el codo.

- Discúlpame un momento, George, voy a ir a por uno de esos deliciosos canapés de caviar- dijo con un ronroneo premeditado-, tú atiende a tus invitados, no tardaré.

La respuesta de Phelps fue inclinarse sobre ella para dar un repulsivo beso en su mejilla.

Apretó los dientes para no protestar, sonriendo para sí al pensar en lo que Alexander estaría viendo.

Sábanas rojas, Sangre azul © FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora