Tres Ventanas

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—¿Estás segura, Hermione? ¿De verdad no quieres que te entre contigo? —preguntó Harry a su amiga aquella mañana. Ambos estaban en el Ministerio de Magia y Hechicería, específicamente en la División de Acciones Penales, Sub Departamento de Delitos Domésticos.

Luego de salir del hospital, Hermione había hecho la demanda en el ministerio por agresión física y verbal agravada e intento de violación en contra de Ronald Weasley. No quiso incluir la pérdida de su bebé, porque eso involucraría a Draco y a su esposa, por lo que prefería mantenerlo al margen. Además, de acuerdo a lo informado por la doctora muggle que la trató, era un embarazo que no llegaría a buen término. «Inviable» le había dicho pero aun así sentía en el fondo de su corazón, que sí era viable, que si tan solo se hubiese dado cuenta antes, podría haber salvado su vida... pero ya era tarde, intentó por todos los medios cerrar la mente a esos pensamientos le decían que los medimagos podrían haber hecho algo más. Debía eliminar el sentimiento de culpa, sino su vida se transformaría en un infierno, más de lo que ya era.

Ni siquiera había querido adentrase en textos e indagar más. Lo que venía ahora hacer que Ron pagara por el delito cometido.

—Tranquilo, Harry. Sé lo que hago y a lo que me enfrento. Tú me has dicho que la jueza que tomará mi caso es amiga de Ron, que la has visto con él, así que tengo claro que voy a perder, pero debo dar la pelea. Como sea, quiero ver frente a frente a ese infeliz.

En ese momento un par de funcionarias del ministerio pasaron por el lado de ambos, mirando a Hermione y luego voltearon sus rostros en señal de desprecio, pero ella no dijo nada. Sabía que El Profeta se había dedicado a hablar pestes en su contra. Parecía que Ron tenía de su lado a la prensa escrita. La tachaban de infiel, de traidora, de interesada y que la demanda que había hecho en contra de Ron era únicamente porque ella sabía que él la iba de dejar plantada y que por eso no se había presentado a la boda. En pocas palabras, la demanda era solo una fachada para ocultar su frustración.

—Nadie me quiere ver, eres el único que está a mi lado —dijo intentando ponerse de pie. Tenía aún un dolor inmenso en la espalda producto del golpe recibido al chocar con la baranda de su casa cuando Ronald la empujó. Harry la ayudó tomándola de la mano.

—Te lo dije, no estarás más sola. Toda decisión que tomes, deberás considerarme, soy tu sombra. No quiero que Ron te vuelva a hacer daño y, por lo mismo, quiero entrar contigo a la audiencia. No tienes ni siquiera un abogado. Anda, deja que esté a tu lado.

—Eres el mejor de los amigos —al decir la última palabra Harry sintió tristeza, pero de todas formas sonrió—. Como quieras, debo dejar de ser tan testaruda. Vamos, dame tu brazo que tengo miedo de caer.

—Y luego vamos a San Mungo.

—¡Ja! ¡Ni lo sueñes! Es posible que el fans club de enfermeras admiradoras de Ron me den veneno —Harry sonrió e ingresó con su amiga a la sala de audiencias.

Adentro pudieron observar que estaba Ronald (debió haber llegado mucho antes que ellos o haber ingresado por otro lado), junto a su abogado, un hombrecito bajo y obeso, que vestía una túnica azul glauco.

Frente a ellos, en un escritorio simple en donde se encontraba la jueza Dana Ryder quien presidiría la audiencia. No había testigos, ni un jurado. Al parecer se había optado por un juicio abreviado.

Ron miró a ambos con una sonrisa socarrona y se volvió hacia su abogado a decirle algo al oído. Luego volvió nuevamente su vista a ellos y entonces pudo reparar en que Harry traía a Hermione apoyada en su brazo y esta caminaba despacio —Es una buena actriz— se dijo y rió nuevamente con descaro, haciéndole un guiño a la jueza, el que fue advertido tanto por Hermione como por Harry, por lo que nada bueno podían presagiar.

Siempre serás MíaWhere stories live. Discover now